Macario Shettino 24 de enero de 2018
Steven
Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores en el área de Gobierno en la Universidad
de Harvard, acaban de publicar un libro titulado Cómo mueren las democracias
(Crown, 2018). Revisan en él el destino de democracias que dejaron de serlo,
tratando de entender lo que hoy ocurre en Estados Unidos. Sus referencias son
tres: los países europeos que en los años treinta se convirtieron al fascismo,
los latinoamericanos que acabaron en dictaduras militares en los setenta, y el
ascenso de líderes autoritarios recientes, tanto en América Latina como en
Europa del Este. La conclusión no es difícil de describir: las democracias
mueren a través de las elecciones, cuando los nuevos gobiernos atacan a los
árbitros, compran a los actores neutrales, y alteran las reglas electorales.
Con
base en el trabajo de Juan Linz (La ruptura de los regímenes democráticos,
1978), los autores construyen un 'examen' de cuatro preguntas para saber si la
persona que se está eligiendo es un potencial autócrata: 1) rechaza las reglas
democráticas del juego; 2) niega la legitimidad de sus oponentes; 3) tolera o
promueve la violencia; 4) indica el deseo de limitar las libertades civiles de
sus oponentes, incluyendo a los medios. Un actor político que evalúe positivo
en una sola de las preguntas, es un autócrata en ciernes. De acuerdo con los
autores, Trump aprueba las cuatro.
El
libro es un excelente recuento de la historia política de Estados Unidos, y sus
constantes referencias a Argentina, Ecuador, Perú, Venezuela, Rusia, Turquía,
enriquecen la interpretación. Sólo una vez se refiere a México, mencionando que
el rechazo de López Obrador a aceptar los resultados de la elección de 2006
destruyó en buena medida la confianza en la democracia en nuestro país. Es la
pregunta 1 del examen.
Levitsky
y Ziblatt consideran que Trump es resultado de un proceso de más de veinte
años, cuyo inicio ellos atribuyen a Newt Gingrich, que fue el primer
republicano en responder positivamente la segunda pregunta: para él, los
demócratas no eran adversarios, sino enemigos de la nación misma. Los ataques
iniciados por él, continuados después con el impeachment a Clinton, la creación
del Tea Party, el movimiento birther, son la línea que explica el triunfo de
Donald Trump. Pero la presidencia de esta persona es, en sí misma, una transformación
grave. Coincidiendo con lo que comentamos el viernes pasado, los autores ven en
Trump una señal global antidemocrática de gran peso.
Otra
coincidencia con lo que hemos comentado en esta columna es acerca del apoyo que
tiene Trump. Los autores describen cómo, desde fines de los sesenta, los
integrantes de los partidos políticos estadounidenses cambiaron. El Partido
Demócrata se fue haciendo más plural, con más presencia de latinos y
afroamericanos, mientras que el Republicano se hacía más homogéneo, conformado
por población blanca, y específicamente Evangélicos. Los partidos dejaron de
representar dos ofertas políticas para convertirse en dos diferentes, y
antitéticas, visiones del mundo. La polarización creciente desde entonces
responde a ese cambio demográfico.
Levitsky
y Ziblatt lo dicen con toda claridad: el regreso del tema de la raza en los
años sesenta rompió la “civilidad política” construida sobre el Compromiso de
1877: la entrega de los estados del sur a las minorías blancas que limitaron el
voto y participación de los negros por los siguientes noventa años. El retorno
del tema, aderezado con la creciente llegada de latinos (apunto yo), es lo que
fue generando ese miedo de la minoría blanca evangélica que hoy está detrás del
grito Trumpista: hacer grande a América otra vez. No grande: blanca y
evangélica.
Un muy
buen libro que cierra con ideas para enfrentar la situación: organizarse,
participar, y no responder en el mismo nivel del fascismo Trumpiano. Veremos.
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