Por Marino J. González R.
No hay ninguna duda de que
en Venezuela el respeto a la vida ha desaparecido como práctica de las responsabilidades
del gobierno. Para empezar, el hecho de que la mayoría de los venezolanos
no cuente con los recursos para comprar los alimentos del día, lo cual trae
como consecuencia los riesgos de muerte y desnutrición, especialmente para
aquellas poblaciones de mayor vulnerabilidad, ya deja bastante claro que la
preservación de la vida no es la guía de la acción pública. A ello debe
agregarse que también la mayoría de la población no tiene acceso a los
medicamentos para afecciones de todo tipo, y que por la falta de ellos muchas
personas están en peligro real de morir. El grado de desprotección ante la
violencia, que ha condicionado que la gran mayoría de la población se sienta
con temor incluso en su propia vivienda, ha llegado hasta el punto de que el
país es considerado en este momento el más peligroso en el mundo. Ya todo eso
bastaría para tener la máxima preocupación.
A todo lo anterior hay que
agregar el clima de zozobra que ha experimentado el país ante los sucesos
ocurridos en El Junquito la semana pasada. Especial mención deben recibir dos
hechos absolutamente sorprendentes que requieren ser aclarados en las
investigaciones por venir. En primer lugar, el lamentable resultado en
vidas humanas cuando aparentemente había disposición de entregarse ante las
autoridades. Y en segundo lugar, las acciones de los organismos oficiales para
disponer de los cuerpos de los fallecidos sin tomar en consideración la
voluntad de sus familias. Estas acciones, por parte de los organismos
responsables, indican que no existió mayor miramiento por los sentimientos y
decisiones de los familiares.
En las actuales
circunstancias del país, en las que cada día que pasa agrega multitud de
situaciones que reflejan el malestar y rechazo de los ciudadanos, estos hechos
son completamente inauditos. Son expresión de rasgos inequívocos de una gran
descomposición institucional. El respeto por la vida y la muerte deben ser
signos característicos de las sociedades.
Cuando se irrespeta la vida
y la muerte, especialmente por la valoración que hacen las familias del dolor
que significa perder seres queridos, es imperativa la reflexión sobre los
valores que esa sociedad comparte o ha dejado de compartir
Es un llamado muy directo a
la conciencia de los actores políticos y sociales que participan. Es una alerta
colectiva sobre el tipo de conductas que están caracterizando la vida de la
sociedad.
Es indudable que la
situación general del país no puede ser más dramática. En todos los frentes. En
el plano político por las grandes dificultades para encontrar espacios de
acuerdo. En lo económico por las tremendas repercusiones que tiene la
hiperinflación, con su estela de destrucción en todos los espacios. En lo
social por el sufrimiento de millones de familias en su cotidiana lucha por la
subsistencia. Y como si no fuera suficiente, ahora en la vulneración del
respeto a la vida y la muerte. Si no es el punto más bajo en la incertidumbre
por el destino del país, se le debe parecer bastante.
24-01-18
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