Luis Manuel Esculpi 24 de enero de 2018
Otrora
era conocido como un acérrimo defensor de los Derechos Humanos. Su labor en la
dilatada carrera como parlamentario se destacó por esa condición. El pasado
domingo en los confidenciales de su programa no hizo la más mínima referencia a
la masacre de El Junquito y a la brutal actuación de las fuerzas represivas, ni
a la horrenda actuación del gobierno que impidió que sus familiares enterraran
a las víctimas de la masacre. Su silencio fue tan escandaloso como el que
también precedido de alguna fama semejante, fue Jefe de la Oficina de Derechos
Humanos del Concejo del municipio Libertador, durante la gestión de Aristóbulo
Istúriz. En la actualidad se desempeña como Fiscal designado por la ilegítima
constituyente.
A
veces tropezamos con algunos ex compañeros con quienes coincidimos en la
militancia de otro tiempo –ahora están en el poder– nos reprochan haber
abandonado antiguas banderas, la verdad es que quienes traicionaron caros
postulados a la lucha que alguna vez emprendieron, son aquellos que respaldan y
participan de la escandalosa corrupción del gobierno, los que de la condena a
la tortura y a la persecución política, pasaron a tolerarla o a justificarla,
antiguos defensores de los derechos humanos que hoy guardan silencio frente a
la barbarie. Su inconsecuencia es evidente, todas las exigencias que
enarbolaron cuando eran oposición pasaron al olvido, han sido desechadas, peor
aún, son cómplices o partícipes de las peores aberraciones en nombre de una
supuesta “revolución”.
Con
los acontecimientos recientes, los recuerdos se remontan a los años iniciales
de mi militancia, la de la “gloriosa” como denominábamos en ese entonces la
organización juvenil a la que pertenecimos, con frecuencia los caídos en ese
período de la insurrección armada eran velados y acompañados con
manifestaciones hasta el cementerio general del Sur.
Si no
me falla la memoria al primer sepelio que asistí fue el de José Gregorio
Rodríguez asesinado por la Digepol (antigua policía política) estaba por
cumplir catorce años y casi dos de militancia, era apenas la segunda vez que
participaba de una actividad política, distante del liceo donde estudiaba.
Así
asistimos al entierro de Luis Emiro Arrieta, Argimiro Gabaldón, Manuel Ponte
Rodríguez, Fabricio Ojeda y Alberto Lovera entre otros; por participar en el
sepelio de un joven liceísta, estuve unos pocos días preso entre Cotiza y Los Chaguaramos.
Traté
poco a Jorge Rodríguez –era dirigente universitario y yo de educación media–
cuando nos veíamos intercambiamos saludos brevemente. Era inicialmente del
Movimiento de Izquierda Revolucionaria ( MIR) yo de la Juventud Comunista de
Venezuela (JCV) pese a las diferencias entre ambas organizaciones en el lapso
de la revisión crítica que hiciéramos del grave error que constituyó la lucha
armada, siempre le respetamos sus convicciones y la entrega a la lucha por un
ideal.
Luego
él se separaría del MIR y fundaría junto a Julio Escalona, Marcos Gómez, Víctor
Soto Rojas y David Nieves Organización Revolucionaria (OR) y actuaban de manera
semi-legal como Liga Socialista (LS). David Nieves cayó preso en los mismos
días que Jorge Rodríguez y logró la libertad porque luego salió electo
diputado.
Cuando
murió asesinado Jorge Rodríguez, ya teníamos un lustro en el MAS, asistí al
velatorio en la plaza cubierta del rectorado, donde la Liga Socialista
organizaba el cortejo fúnebre.
Todos
estos recuerdos –disculpen las referencias personales– afloraron al compararlos
el comportamiento inhumano por parte del gobierno (donde hay connotados
dirigentes de la Liga Socialista comenzando por el propio Presidente) con el
recibido por los familiares de Óscar Pérez y sus compañeros –al margen de la
opinión que nos merezcan sus acciones– cuando les impidieron organizar las
honras fúnebres. Contrasta con el tratamiento que gobiernos combatidos con las
armas, concedieron, pese a las tropelías policiales, a familiares de víctimas
de la represión y accedieron a liberar a un preso político cuando resultó
electo diputado.
Luis
Manuel Esculpi
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