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jueves, 25 de enero de 2018

Necesitas un carnet de la ACE por @luisaconpaz


Por Luisa Pernalete


¿Cuántas veces usted ha oído afirmaciones/quejas/lamentos como estos?: “¡Esto se lo llevó quién lo trajo! ¡No hay nada qué hacer en este país! ¡Aquí todo el mundo es corrupto! ¡Esos son unos vendidos!”. Agregue usted algunos aliños, que yo no escribo porque esta es una columna todo usuario y a mí me enseñaron en mi casa y en mi colegio que se puede hablar fuerte sin eso que antes se llamaban groserías.

Es verdad lo que dijo Laureano Márquez -en serio-. “El mayor daño ha sido hecho en nuestros corazones, que se han vuelto incrédulos, desconfiados; que solo ven la maldad y la traición por todas partes”.

Sí, sembrar desesperanza es un crimen. Y sigue Laureano: “¡Cómo haremos para volver a creer en nosotros mismos?” (Los descreídos, 17/01/18) Eso es lo primero: creer en nosotros mismos y acto seguido en los demás, al menos en otros.

Por eso yo acabo de crear una nueva asociación, que tendrá carnet y todo: la ACE: “Asociación de Creyones Empedernidos”, cuya misión será reducir la incredulidad, fomentar la fe en nosotros mismos, en otros, en el país. Una asociación para que nos vayamos juntando, contando historias, aunque sean pequeñas, de esas subterráneas, silenciosas, pero que existen son reales que no son productos de la ficción, de la imaginación. Son reales, sin efectos especiales.

“Para nada digo que las cosas están bien: ¡No! ¡Están terribles! Este país es una pesadilla con películas largas, sin  un aviso de The End que podamos ver con claridad!


Comencemos por hacerle caso a expertos como Mandela, que decía que “gente buena hay entodas partes” y eso lo he comprobado yo.

Creo que siempre tuve la suerte, o la bendición, de pequeña y adolescente, de convivir y conocer mucha gente buena, buenísima. ¡Mi familia es extraordinaria! Pero también en mi colegio, también en mi vida profesional, y en mis experiencias como activista de los DD HH.

Hago mención especial de cuando fui voluntaria en una fundación para ayudar a niños de la calle, huelepega, en Maracaibo -en los años 90-. En el grupo que conocí había dos jóvenes que habían matado a alguien. Todos eran difíciles, no voy a decir que eran ángeles, pero entre ellos descubrí que había bondad, a veces a flor de piel y a veces en lo profundo. Otro experto, San Juan Bosco, que trabajó en el siglo XIX con lo que hoy llamaríamos “niños en situación de calle”, decía que esos muchachos también tenían ternura en su corazón, solo había que buscar la brecha para llegar a ellos. Lo sé, por experiencia propia.

Pero vayamos a la Venezuela 2018. ¿Tiene futuro este país? ¿Hay gente buena por ahí sin avisos luminosos que permita identificarlos?

¡SI! Lo sé, Lean  -y disculpen la publicidad- mi artículo en la última revista SIC, número extraordinario. En ese artículo Narrativas de esperanza hay tres relatos que te reconcilian con el venezolano: uno de una escuela de Nueva Esparta, otro de una ONG de Caracas que trabaja con un hospital de niños, y el otro de Barquisimeto, una alianza entre Fe y Alegría y Esperanza Activa que genera experiencias conmovedoras. Lea esas páginas y dígame si usted no va a solicitar su carnet de la ACE.

Termino con dos anécdotas recientes de Maracaibo. Esa que ha dado tanto y está tan golpeada. Pasé una semana a principios de este año en el municipio San Francisco. Estaba espantada de lo mal que está: el drama del efectivo, el transporte escaso y envejecido, los relatos de las penurias para los alimentos, la basura, me urgía sacar unas fotocopias. No quería desprenderme de mi valioso efectivo, así que caminaba para ahorrar pasajes, y no encontraba un local con punto. En eso vi un avisito: “Hay punto. Pero  ese día estaba caída la plataforma en todo el sector. ¡Casi lloraba! Entonces la chica me dijo, “señora, tenga sus fotocopias, usted me transfiere. Lo dejo a su conciencia”. ¡Casi la beso! Ella no me conocía, le dije que viajaba al día siguiente. Confío en mí, me alegró el día. Ni me pidió el número de teléfono. Sólo confió, creyó.

Ya al atardecer de ese grandioso día, iba en un carrito de esos que por poco te dejan la puerta en la mano, y una señora hizo señales al chofer, tenía rostro de angustia: “¡Lléveme por favor al ambulatorio del Silencio, mi hijo se está asfixiando y debo llevarlo a la emergencia!”. Era un chico de unos 6 o 7 años. El chofer rápidamente le dejó montarse.  Los llevó, preguntó por la emergencia, ¡No le cobró a la señora! Lo hizo de pana y él vive de eso. ¿Qué tal?

Recoja usted sus historias. Yo esa noche dormí mejor. Por eso fundé la “ACE”. Si quiere formar parte de ella me avisa. Tengo historias  para un libro.

19-01-18




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