Por Arnaldo Esté
Las últimas acciones del
gobierno ponen de relieve dos componentes que se complementan: la lucha interna
de sus facciones y el lenguaje sangriento. La operación de El Junquito así lo
revela: órdenes y contraórdenes, actores inusitados, ajusticiamientos, torpeza
ya conocida.
Se ha definido su condición
dictatorial y, como tal, su decisión de conservar, a todo coste, el poder, su
corrupción y su ahora declarada violencia. Una violencia sangrienta que se
agrega a la hambreadora ya existente.
Las elecciones
presidenciales serán fraudulentas, el fraude ya está cantado. Y, si les
resultaren desfavorables, no entregarán el cargo.
Ante esa condición surge la
pregunta obvia, que ya circula: ¿vale la pena participar?
Hay en la calle una mezcla
de escepticismo y desesperación. Una actitud que en mucha gente, digamos que la
mayoría, trata de esconder la pérdida de dignidad y la mentalidad mendiga que
los coloca en el plan del “carnet de la patria”.
No es nuevo eso ni aquí ni
en muchos otros países e historias: la gente entregada al poder y resignada a
una miseria que podría no tener límites. Bien saben los gobernantes de esa
condición y de esos recursos y del terrible daño que esa conversión hacia la
mendicidad implica en costos humanos a largo plazo: un país de siervos que les
conviene.
Hasta aquí esto suena como
una argumentación de la abstención. Pero no es así. La abstención en buen grado
expresa orgullo y prepotencia: ¡si no me dan lo que pretendo me voy de la
fiesta!
Pero el país no es una
fiesta ni la política es una reacción simple: se trata de acopiar fuerzas y
emplearlas de todas las maneras posibles. Acopiar fuerzas marcha parejo con la
unidad, la necesidad de llegar a acuerdos sobre la candidatura presidencial e
ir a esas elecciones.
El ambiente internacional no
puede ser más contrario al régimen, pero las señales internas no corresponden y
revelen incapacidad para seleccionar y decidirse por posturas estratégicas.
Costosas vacilaciones ante un contrario que disfruta de la flexibilidad del
delincuente inmoral y descarado.
La lucha por el cambio de
gobierno y la profundización de la democracia puede ser a largo plazo. Sin
embargo, eso no es una determinación necesaria. Hay que prepararse para una
larga lucha, pero no se pueden excluir atajos o imprevistos. La lucha larga
necesita de acopios de fuerza y claras estrategias centrales. Los atajos:
sensibilidad y velocidad de reacción.
¿Es mucho pedir? Tal vez,
pero en nuestra difícil situación no podemos dejar de hacerlo.
27-01-18
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