Por Leonardo Padrón
Henos aquí: en la última
calle de nuestra actual coyuntura histórica. Y resulta escalofriante descubrir
que es una calle ciega. Pareciéramos atrapados en una emboscada perfecta. Si
aceptamos ir a las elecciones presidenciales en estas absurdas condiciones, la
victoria de Maduro está garantizada. Obviamente, no por su popularidad, que es
bastante precaria, sino por las muchas tretas ya aceitadas y al acecho y por el
sistemático desmantelamiento de la creencia del venezolano en la institución
del voto. Y si decidimos ignorar la convocatoria, salirnos de esa calle, no
asistir a la refriega electoral, el régimen replicará el diseño del 30 de
julio del 2017, donde fue a votar en solitario para instaurar el monumental
fraude de la ANC. E incluso así, jugando solo en el tablero, se vio obligado a
mentir descaradamente, pues el número de votantes en los centros electorales
era tan escaso que a ellos mismos les daba vergüenza.
El hecho es que durante los
últimos años, dado su estruendoso fracaso como gobierno, la dictadura se
preparó para el decisivo evento electoral en forma casi milimétrica. Primero se
dedicó a minar la credibilidad de los ciudadanos en el sistema electoral “más
confiable del mundo”. Tibisay Lucena, entonces, se convirtió en el preclaro
símbolo de la estafa a un país entero. Verla caminado -al ras de la oscura
medianoche- por la baranda más televisada de la historia solo nos trae nefastos
recuerdos. Por eso el régimen hace punto de honor la presencia de Lucena en el
CNE, así sea extremando la resistencia de su mermada salud. Su sola imagen es
un arma de desestabilización del ánimo de la población electoral. Mientras más
Tibisay, menos votos. Así de simple. Como esa otra ecuación que parece decir:
mientras más diálogo, menos confianza. Mientras más redes sociales, más
confusión. Mientras más cerca estamos del final, más lejos nos ponemos.
Habitamos el reino de la paradoja. Es una serpiente girando sobre su propio
eje. Y en la piel de esa serpiente está nuestro destino.
Pues bien, una vez que el
régimen logró que la abstención se convirtiera en la respuesta masiva del
ciudadano; atomizada en veinte fragmentos la oposición; inhabilitados, presos o
en el exilio sus líderes tradicionales; asesinados literal y públicamente los
focos de resistencia armada; construida una estructura de alimentación que
sojuzga la voluntad del pueblo, entonces el régimen más repudiado en nuestra
historia republicana convoca a elecciones presidenciales. Ellos conocen el
rechazo que generan. Lo sienten en los juegos de pelota, en las iglesias y
procesiones religiosas, en los aviones y restaurantes, en los sindicatos y
fábricas, en urbanizaciones y barriadas, en poblados remotos y hasta en las
entrañas de PDVSA, de las Fuerzas Armadas y de su propio partido
político. Pero he aquí el chiste cruel: el régimen que tanta muerte,
hambre y ruina le ha traído a los venezolanos tiene todas las condiciones para
“revalidarse” electoralmente. Claro, son las condiciones que ellos mismos han
ido tejiendo siniestra y aviesamente, centímetro a centímetro, durante largos
años.
El gran dilema es qué hacer.
Todas las opciones parecen dar error. Ir a elecciones con el mismo CNE -a estas
alturas del agravio- es suicida. Sin duda, en otras ocasiones parecía haber
condiciones ligeramente menos grotescas y abusivas, pero igual fueron
escamoteadas el mismo día de las elecciones. Es un modus operandi probado y
eficiente. Ya la mesa del diálogo estalló en añicos, sobre todo al levantarse
el canciller de México quien era la voz con más ascendencia en el grupo de
intermediarios. A su vez, la escalofriante Masacre de El Junquito está
demasiado fresca, sigue goteando sangre en nuestra memoria colectiva, generalmente
tan proclive al olvido o a las sustituciones.
Así estamos. Si votamos,
perdemos por trampa. Si no votamos, perdemos por ausencia. ¿Cómo romper el
cerco de esta calle ciega? El reloj está corriendo. La cuenta regresiva suena
su tic tac sobre nuestro futuro. ¿Es la aparición de un outsider que nunca ha
estado en la arena política la solución? Sorprende que ya algunos miembros de
ciertos partidos políticos de oposición asomen esa carta. Quizás tienen muy
claro que es imposible -en tan corto tiempo- revertir la matriz de rechazo que
hoy tiene el liderazgo opositor. Estamos sumergidos en un dilema shakesperiano.
¿Votar o no votar? ¿Votar en qué condiciones y por quién? Y si no votamos, ¿qué
se hace? La comunidad internacional está escandalizada ante esta propuesta del
régimen que parece agarrar -¡una vez más!- fuera de base a la oposición. Es,
quizás, el momento más crucial de nuestro penosa crisis como país. Se
necesita coherencia, extrema reflexión y carácter. La decisión que tome la
oposición debe ser estrictamente consensuada y profundamente firme. Por favor,
lancen a la basura sus aspiraciones personales. No es posible que ya un partido
como AD se desboque en anunciar su disposición a revalidar su tarjeta
electoral, actuando en solitario. Ya algunos políticos han levantado su mano
autoproclamándose como candidatos a la contienda, como si eso bastara para
revertir el campo minado que tenemos por delante. No lo olviden, señores de la
política: el país es el país y sus 30 millones de almas en estado de desesperación.
No hay ego que supere ese diagnóstico. Es nuestra hora más menguada. No podemos
entregarle seis años más a la dictadura. Sería la lápida definitiva de la
esperanza.
El reloj avanza. Abril se
acerca a toda velocidad.
25-01-18
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