Fernando Mires 22 de enero de 2018
Sobre
el asesinato cometido a Óscar Pérez y a sus acompañantes por militares y
delincuentes para-militares, es casi imposible agregar otra palabra. Fue un
crimen horroroso. La noticia, las fotos, los videos, han traspasado los límites
del país y quienes creían que la de Maduro no pertenece a la galería de las
dictaduras militares, han debido callar. Su aislamiento internacional ya es
casi total. Ni los gobiernos de izquierda que ayer vitorearon a Chávez se
atreven a pronunciar una palabra a favor del régimen dirigido por la siniestra
trilogía formada por Padrino, Maduro y Cabello (en ese orden).
Como
suele suceder en casos similares, la figura de Óscar Pérez pasará a ocupar un
lugar dentro de la mitología popular. Muchos lo venerarán como héroe de la
patria. Sus últimas palabras serán citadas con devoción. Su retrato aparecerá
en las demostraciones venezolanas. Y después que la dictadura caiga o se vaya,
más de una calle llevará su nombre, más de una plaza se llamará Oscar Pérez y
su breve gesta será narrada en los libros de historia de las escuelas
primarias. No, no estoy jugando con ironías. Se trata de un hecho objetivo.
Todo
proceso histórico crea mitos y símbolos. Ellos cumplen incluso un rol político.
Gracias a los mitos, miles se reconocen como partes de un ideal común. No las
complejas teorías, no tratados académicos, no sesudos análisis, movilizan a las
grandes multitudes.
Pero
sí los mitos. Fenómeno que hace mucho tiempo descubrieron Georges Sorel en
Francia y José Carlos Mariátegui en Perú. Sin mito revolucionario, escribieron
ambos, no hay revolución. Hoy diríamos –dado el descrédito de la palabra
revolución- no hay cambio.
El
historiador (sea el del pasado lejano o el del inmediato) debe entender la
fuerza del mito pero sin seguirlo, del mismo modo como el analista que se
interna en la locura del paciente no se hace parte de ella. Por lo mismo debe
alertar sobre los peligros del mito cuando este es sacado fuera de su contexto
originario o, aún peor, cuando el mito sustituye a ese contexto.
El
mito del aviador Pérez surgió desde sus audaces sobrevuelos durante las grandes
demostraciones del 2017. Pero terminó en un contexto muy distinto, en uno
caracterizado por el aplastamiento militar de esas demostraciones, con el
diálogo entre la oposición democrática y la dictadura en la República
Dominicana, y con los preparativos para las candidaturas primarias en los
partidos de esa oposición.
Razones
suficientes para que grupos divisionistas, los llamados opositores a la
oposición, hayan utilizado el asesinato a Pérez como un arma en contra del
diálogo y de las primarias. Para ellos todo diálogo es traición. Y las
primarias, una ofensa a la memoria de Óscar Pérez.
La
dictadura en cambio sí entendió perfectamente el contexto histórico en el cual
ella se encuentra situada.
El
asesinato a Pérez fue cuidadosamente planificado y sus objetivos fueron claros:
militarizar el conflicto político, imponer la lógica de la guerra, dinamitar el
diálogo dominicano, culpar a la oposición del crimen a Pérez (Reverol) e
impedir todo acuerdo que conduzca a las primarias pre-presidenciales para
después llamar a elecciones frente a una oposición diezmada por ella misma. De
más está decir, gracias a la ayuda de los divisionistas militantes, la
dictadura está consiguiendo esos objetivos.
Han
seguido otra vez el juego de la dictadura. Según los divisionistas, la
oposición si dialoga traicionará el legado de Pérez y si convoca a primarias,
continuará por la vía del entreguismo electoralista que rechazaba Pérez. Óscar
Pérez se ha convertido para ellos en el estandarte de la anti-MUD. Por cierto,
las alternativas que ofrecerán en su nombre no podrán ser más descabelladas.
Entre otras, una invasión internacional que ningún gobierno democrático ha
imaginado (calificada incluso de delirante por el canciller de Brasil), un
golpe de estado perpetrado por generales democráticos o un regreso a los
tiempos de Carmona con la promoción electoral (¡hecha por abstencionistas!) del
empresario Lorenzo Mendoza. De más está decir, las tres alternativas favorecen
al régimen: la primera, porque otorga un toque “antimperialista” a la
dictadura. La segunda porque legitima a la dictadura para que continúe sus
labores de limpieza al interior del ejército. Y la tercera, porque frente a un
candidato empresario, Maduro podrá presentarse ante los suyos como
representante de la “lucha de clases” en nombre del pueblo. ¿Qué mejores
manjares para la casta en el poder?
El
diálogo, por lo demás, no fue convocado por la dictadura. La oposición decidió
asistir debido a las exigencias de una fuerte presión internacional. Si no
asistía, la dictadura iba a presentarse ante el mundo como la única “fuerza
dialogante” frente a una oposición anti-política. Había que impedirlo y por lo
mismo, la oposición envió sus representantes a la República Dominicana.
Negociaciones,
no diálogo, fue lo que establecieron desde un primer momento sus dirigentes.
Aunque si bien es cierto nunca especificaron con claridad qué es lo que se iba
a dialogar o negociar o, lo que es aún más importante, cuáles iban a ser los
puntos no-negociables del diálogo. No fue en consecuencia solo la labor de zapa
del divisionismo ni el evidente proyecto de la dictadura para hacer fracasar el
diálogo lo que puede llevar a su fracaso. La oposición democrática –salvo uno
que otro comunicado de Borges o de Florido- no ha sabido defender a ese diálogo
frente a sus enemigos internos y externos.
Frente
al argumento divisionista “con una dictadura no se dialoga”, la oposición debió
haber respondido: Solo con una dictadura se dialoga fuera del país. En una
democracia no se dialoga con el gobierno y mucho menos fuera del país porque el
diálogo en una democracia transcurre a través de canales institucionales Nadie
va a pedir un diálogo extraterritorial a Merkel, Macron Bachelet o Macri. Se va a un diálogo fuera
del país solo cuando los canales de la política interna se encuentran cerrados,
es decir, bajo un estado de excepción, bajo una dictadura.
¿Se va
a negociar en el diálogo? Por supuesto,
a eso se va. Pero –y eso es lo que la oposición debió haber aclarado- hay
materias no negociables. ¿Cuáles son esas materias? Nadie pedía una lista
detallada. Solo habría bastado una frase. Una sola. Una que dijera: Nada que
sea constitucional puede ser negociable.
Ni la
AN, ni las elecciones, ni los derechos humanos son negociables. Negociable
puede ser en cambio la composición del CNE, el papel del Ejército y, sobre
todo, esa Asamblea Constituyente, no solo anti-constitucional sino, además,
producto de uno de los más grandes fraudes electorales de la historia
universal. Bajo ese bien entendido el único que puede perder con una negociación
es el régimen. Solo así se explica por qué Maduro intentó reventar el diálogo
usando al general Reverol. Hizo bien la oposición entonces al no asistir a las
sesiones de enero, e hizo mejor al no abandonar el diálogo. Puede ser incluso
que ese llamado diálogo no tenga destino pero la patada final la debe dar
Maduro, no la oposición.
Si la
oposición se esmera, el diálogo puede ser convertido en un foro público. Un
lugar en donde quede más claro que el sol que todos los puntos que defiende la
oposición son constitucionales y los que defiende el régimen,
anticonstitucionales. La mayoría de la ciudadanía, si se explican bien los
alcances de ese diálogo, entenderá. El asesinato a Pérez, en consecuencia, no
es ninguna razón para terminar, pero si es una razón para continuar el diálogo.
Ante la presencia de los delegados internacionales la oposición puede encontrar
incluso en ese mal llamado diálogo – en verdad es un espacio de confrontación
verbal- el momento adecuado para revelar
las violaciones a los derechos humanos cometidos por la dictadura.
Debido
a razones similares la oposición no debe dejarse presionar por los
divisionistas que intentan impedir el proceso de las primarias en nombre de un
supuesto legado de Óscar Pérez. Las primarias tienen una importancia existencial
para designar al candidato unitario que deberá enfrentar a la dictadura y
convertir a la campaña electoral –más allá de los resultados y fraudes que
marcarán a la elección presidencial- en una instancia de denuncia dirigida a la
comunidad internacional. Más aún si se tiene en cuenta que durante esa campaña
electoral todos los ojos de la opinión pública mundial estarán puestos sobre
Venezuela. Pero hay, además, otra razón para llevar a cabo lo más pronto
posible las primarias.
Las
primarias son el lugar y el momento ideal para que la oposición discuta consigo
misma. Pues a diferencias del PSUV, que no es sino una prolongación vertical
del cuerpo de la dictadura, la oposición venezolana sigue siendo
multipartidista y pluralista. Eso quiere decir que al interior de esa oposición
no solo hay uno sino varios proyectos de nación política. Esos proyectos deben
ser discutidos de cara al público y no en el secretismo de habitaciones
cerradas. Cada candidato potencial, al ser miembro de un partido, deberá exponer
sus puntos de vista, polemizar con sus adversarios y conquistar adherentes.
Para la dictadura, un verdadero escándalo. Para los demócratas, una oportunidad
para salir de las sombras a las que quiere condenarla la dictadura. Visto desde
esa perspectiva, las elecciones primarias pueden ser aún más importantes que
las propias elecciones presidenciales.
Los
divisionistas por cierto seguirán utilizando el nombre de Óscar Pérez como
chantaje moral a fin de prolongar sus fantasías, soñando con marchas sin regreso,
con inmolaciones colectivas, con ejércitos libertadores o con invasiones
milagrosas. Para la oposición, en cambio, se trata de lograr la repolitización
de la vida venezolana, sin recurrir a la violencia, apegada a la letra de la
Constitución y apoyada por los gobiernos democráticos del continente. Las
primarias son una vía hacia la repolitización del país. La salida será
política.
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