Por Mario Villegas, 26/01/2018
La Asamblea Nacional
Constituyente, ilegítima y todo lo demás, pero materialmente empoderada y
envalentonada en la arbitrariedad del gobierno y las bayonetas a su servicio,
ha dispuesto celebrar las elecciones presidenciales durante el primer
cuatrimestre en curso y así ha de convocarlas el muy obediente Consejo Nacional
Electoral.
Doy por sentado que, más allá de
todas las consideraciones y objeciones que se pueden hacer sobre la
ilegitimidad de tal convocatoria, no queda otra opción: la oposición está forzada
a participar.
Si al gobierno le interesa y hace
lo indecible para que los factores democráticos abandonen la vía electoral,
tanto más necesario y obligante es que estos se mantengan abrochados a la única
ruta que a lo largo de todos estos años le ha dado algunas victorias a la
oposición. ¿Que luego las ha dilapidado? Es verdad, pero eso no es atribuible a
la vía en sí misma sino a los múltiples y graves errores en que ha incurrido la
dirigencia de las fuerzas políticas en la valoración y la administración de
tales victorias.
La de este año no es una
coyuntura electoral común, como aquellas que se realizaban en el país en
tiempos de relativa normalidad democrática. No es una como para presentar
candidaturas simbólicas o testimoniales sobre las cuales empujar un proyecto
político de largo aliento o un liderazgo en formación y crecimiento. ¡No señor!
Este acontecimiento electoral
tiene que ser asumido por los factores democráticos como la oportunidad para
ponerle punto final al proyecto depredador que desgobierna al país y para
comenzar a sacar a Venezuela del profundo foso en que este la metió.
Dadas las muy desfavorables
condiciones en las cuales la oposición debe competir contra el obsceno
ventajismo oficialista y el parcializado árbitro electoral, es indispensable
que las fuerzas democráticas concurran con un candidato único y unitario. Ese
candidato tiene que reunir las dos condiciones. ¿Por qué único y unitario?
Porque no es lo mismo ni se escribe igual. Puede haber un candidato único que
no sea unitario, como puede haber uno unitario que no sea el único. En ambos
casos los resultados serían catastróficos para la propuesta electoral
opositora.
El candidato tiene que ser uno
solo, no más de uno, para hacer frente con posibilidades reales de éxito a un
poderoso aparato estatal volcado al objetivo de eternizar en Miraflores al
proyecto dictatorial personificado hoy en Nicolás Maduro.
Y tiene que ser un candidato
verdaderamente unitario, que ponga de lado cualquier sentimiento sectario y
exclusionista, que convoque y exprese a las más diversas parcialidades
políticas, que reúna y amalgame a los más amplios sectores representativos de
la sociedad venezolana y que formule un programa para la transición
democrática, la unidad nacional y la superación de la crisis multidimensional
que atraviesa el país.
Hasta ahora, solo los dirigentes
políticos Henry Ramos Allup, Henri Falcón y Claudio Fermín han hecho públicas
sus aspiraciones presidenciales. El rumor habla de otros presuntos aspirantes
que hasta ahora no se han manifestado por propia voz. Uno es el empresario,
Lorenzo Mendoza, quien al igual que los ya mencionados reúne los requisitos y
tendría todo el derecho de presentar su nombre. Pero hasta ahora es solo un
rumor, como lo son también los casos de Eduardo Fernández, Andrés Velásquez y
Juan Pablo Guanipa. Si hay otros aspirantes, es el momento de que lo hagan
saber. No hay otro.
Aunque el tiempo es corto, es muy
propicio que los sectores que promueven el cambio democrático le muestren al
país la variedad y calidad de su liderazgo. Sus rostros, sus credenciales
(cívicas, políticas, profesionales y morales), sus propuestas programáticas,
sus estilos personales, sus experiencias administrativas, de gobierno o en
cualquier otra esfera del quehacer social.
En las presentes circunstancias,
el consenso luce como el método más conveniente para escoger a uno solo entre
esos aspirantes. Puede ser producto de una decisión política inmediata,
consensuada racionalmente entre los distintos partidos y alianzas, o producto
de mediciones de opinión pública que permitan definir cuál de los precandidatos
reúne las mayores adhesiones.
Para las elecciones del año 2006,
tres líderes democráticos recorrieron el país como precandidatos: Teodoro
Petkoff, Julio Borges y Manuel Rosales. Al cabo de dos meses, los dos primeros
declinaron a favor del tercero, quien había logrado acumular la mayor suma de
voluntades entre los venezolanos, según lo documentaban las encuestas de
opinión pública.
Esa sería una buena manera de
escoger a un candidato único y unitario en esta ocasión, sin que deban
someterse a las turbulencias y riesgos que ofrece la opción de unas elecciones
primarias precipitadas y poco confiables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico