Por Simón García
En el 2017 al gobierno lo
ayudó la abstención, los desaciertos de la oposición, los fusiles, las
arbitrariedades del aparato de justicia y las tropelías inconstitucionales de
una pequeña cúpula autoritaria que tomó por asalto al Estado y lo enfila hacia
la clonación del modelo comunista cubano. Los resultados, trágicos e
indeseables, no se superarán ignorando que hay un poder que se defiende, apretando
contra la sociedad, las tuercas totalitarias.
Ni las ilusiones, ni la
prédica extremista ni la rendición harán más fuertes a las fuerzas de cambio.
Es responsabilidad de todos ayudar a que los partidos democráticos venzan sus
carencias, debilidades estratégicas y falta de enraizamiento social. Hace
mucho que los partidos no se amasan en el barro y que el marketin ha diluido la
pasión que da la política para crear identidad, hacer trascendente el
compromiso de servir y ser inspiradores de un proyecto de país.
Los partidos son
imprescindibles para tener democracia y en los nuestros existe,
disgregada, una élite preparada, valiente y exitosa, legitimada por los votos y
el asfalto. No supo evitar el empujón hacia el espejismo insurreccional y la
espera mágica de una rebelión militar, pero tiene reservas para pensar en
claves de país y superar sus patriotismos de partido.
La más evidente solicitud de
la calle es por el pan. Pero en medio de la desesperación y la frustración está
surgiendo desde adentro de las colas para comprar pernil o recibir el
bono una ruptura emotiva con Maduro y una brava exigencia de cambio.
La calle, aquella ocupada en
luchar para mal vivir, busca en quien confiar y no lo encuentra. Para
responder a esa búsqueda, los políticos deben volver a tocar y ser útiles al
ciudadano de a pie. A los partidos les sale una inmersión social y comprender
que la lucha por la libertad comienza por recobrar la dignidad de tener qué
comer y a partir de esa brega, cotidiana y concreta, caminar con la gente hacia
las respuestas políticas a las crisis. La vieja manera de hacer política lo
entendía bien: el piso de las necesidades e intereses materiales constituyen el
fundamento para sembrar solidaridad y descubrir luego el lado oculto de las
soluciones políticas.
Otra gran solicitud es la
que uno le pide a su club de béisbol: ser un equipo y trabajar para
ganar. Ese reclamo de unidad tiene varios niveles. El primero es
reconstruir la unidad de los partidos democráticos, el segundo acordar reglas
de confrontación y coexistencia entre las dos minorías rivales y el tercero
reunificar al país, limpiarnos de rencores y abandonar la idea de que una mitad
va a poder liquidar a la otra.
La solución pacífica obliga
a un entendimiento para realizar elecciones presidenciales sin trampas. El
ganador podría conceder al perdedor postular ternas de candidatos para ocupar
el 20 % de los cargos de libre remoción.
Un aliciente para la
gobernabilidad que podría aplicarse al conjunto de las gobernaciones y
Alcaldías.
Las solicitudes del país
deben unirnos o dejaremos de tener país.
28-01-18
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