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sábado, 20 de enero de 2018

Mártires. Cuando la muerte importa más que la vida por @cgomezavila


Por Carolina Gómez Ávila


No se da la solidaridad sin previa empatía. La empatía nos ayuda a conectarnos a otros y a establecer un vínculo de intimidad emocional que nos permite actuar en conjunto. Puede nacer de la compasión o como reacción indignada ante un hecho que viole leyes, costumbres o valores irrenunciables y navega sobre los sentimientos, con el poder de transformar nuestras actitudes, valores e identidad. En exceso, la empatía puede convertirnos en títeres o en hojarasca al viento, haciéndonos actuar como más tarde lamentaremos.

Para no hacernos daño, la empatía necesita límites. El psiquiatra español José Luis González de Rivera acuñó recientemente el término “ecpatía” (del griego ekpatheia, “sentir fuera”) que define como la percepción y exclusión activa de los sentimientos que han sido inducidos por otros. Si empatía es ponerse en el lugar del otro, explica, ecpatía es ponerse en el lugar propio.

No se trata de frialdad o indiferencia, sino de una maniobra consciente para compensar el embargo emocional que produce la desmedida empatía. Sí, a ese contagio del que surge la solidaridad, también le debemos la existencia de fanáticos y sectarios, afines entre ellos pero incapaces de comprender a los demás. La ecpatía permite detectar y prevenir la manipulación que se ejerce induciendo sentimientos confusos, negativos o destructivos; detectamos el sentimiento, lo regresamos a su fuente y liberamos nuestras conclusiones de aquella influencia. La ecpatía invita a tomar distancia, dejar la emoción de lado, recabar todos los hechos y analizarlos, sin detenerse en el sufrimiento de la víctima.

Ahora que digo víctima, en el ensayo “El mártir como héroe dramático”, el poeta británico W. H. Auden describe “cuatro clases de seres humanos de los que puede decirse que su muerte es el acontecimiento más importante de sus vidas: la víctima sacrificial, el héroe épico, el héroe trágico y el mártir”. De la víctima sacrificial, nos dice que se trata de un hombre escogido por un grupo social para que su muerte propicie el bienestar del resto; sin importar si este hombre está de acuerdo con su muerte para tal fin, son los otros quienes deciden el papel que va a desempeñar y en el ínterin entre su designación como víctima y el sacrificio mismo, lo tratan como alguien sagrado a quien se le rinden honores pero, una vez sacrificado, se le olvida.


Del héroe épico asegura que también muere por el bien de un grupo social pero no es escogido por el grupo sino que es héroe por su destino y por decisión propia, y aunque su objetivo no es morir sino matar a los enemigos de su pueblo, sólo si logra esta hazaña será recordado por las siguientes generaciones.

El héroe trágico es un individuo que se vuelve culpable a los ojos de los dioses o de los demás hombres y muere no por el bien de los otros sino expiando su culpa; sólo será recordado por haber caído de la gloria a la miseria

Finalmente el mártir es una víctima sacrificial, pero es él quien escoge ser sacrificado o -como el héroe épico- este sacrificio es su destino y él lo acepta; no es escogido por aquellos por quienes se sacrifica, al contrario, estos se niegan a reconocer que haya tenido lugar sacrificio alguno; antes bien, el mártir es un criminal, un perturbador del orden social y aunque su muerte supone un espectáculo, no es uno trágico o sagrado sino el de la ejecución de un delincuente. El mártir muere para dejar testimonio de una verdad que considera salvadora, muere abandonado por los suyos, rodeado de sus verdugos y quizás algunos espectadores que consideran que esta muerte no tiene sentido. Culmina Auden esta descripción del mártir advirtiéndonos: “El concepto de la verdad salvífica es muy peligroso, porque aquellos que creen que es un deber morir por la verdad, muy fácilmente pueden llegar a creer que también es un deber matar por ella”.

Esta podría ser una forma muy elaborada de manipulación, contemplada en el Diccionario de Política recopilado por Bobbio, Matteucci y Pasquino. Allí dice que hay dos formas de ejercer la manipulación social: a través de las creencias o a través de las acciones. Como nuestras opiniones y nuestras conductas no instintivas, están moldeadas por los conocimientos y juicios de valor que nos hacemos sobre el ambiente que rodea al hecho sobre el cual opinamos o reaccionamos, se puedan guiar ocultamente las creencias y las acciones de un individuo o grupo social con relativa facilidad, controlando y modelando las comunicaciones que recibe acerca de tal ambiente. Lo llaman distorsión o supresión de la información, acotando que información incluye por igual los mensajes que describen ese ambiente como los mensajes que lo valoran.

Mientras escribo sobre estas ideas y conceptos, me sigo preguntando para qué una dictadura criminal nos ha fabricado un mártir, en el actual estado de cosas y sin ninguna necesidad.

20-01-18




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