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jueves, 18 de enero de 2018

Yo me acuso por @joseagilyepes


Por José Antonio Gil Yepes


Hace días fui al supermercado. Estaba menos abastecido. Iba tomando lo que conseguía. Por fin llegué a los quesos y jamones empaquetados y tomé uno de cada uno. Ya cuando iba a continuar, vi que había un papel con nombres y precios anotados. Allí me pregunté: ¿y para qué ponen los precios de productos ya empacados si cada bandejita lo tiene? Buscando la respuesta, decidí superar el síndrome masculino de no leer instrucciones y empecé a releer, desde el principio, donde un texto que me había saltado decía: “Los precios de estos productos serán ajustados en la caja registradora”. ¡Diablo, yo nunca había visto semejante disparate! Pero, luego entendí que eso de ajustar los precios en la caja estaba ligado a la campaña del Gobierno que obliga a los comerciantes a bajar los precios en grandes porcentajes.

Y, ¿qué cree usted que hice? Pues tomé dos paquetes más de cada producto, y seguí comprando. Hice la cola para pagar respondiendo mensajitos. Pagué, salí y llegué a casa. Pero, cuando fui a colocar lo comprado en la nevera, fue que caí en cuenta de que yo había contribuido a confiscar al supermercado. Entré en una espiral descendente de culpa tratando de entender por qué había hecho eso. Lo mejor que pude quedar conmigo mismo fue decirme que había caído por sorpresa en una trampa más del Tío Conejo.

Primero vi que fui cómplice de la confiscación a los dueños del local; luego que había perjudicado a sus empleados porque no habrá con qué pagarles mejores sueldos y ni hablar de emplear más gente; y por fin vi que había perjudicado al pueblo porque cualquier negocio obligado a vender a pérdida no puede reponer el inventario; y, a menor oferta, mayor será la inflación. Cierto que Jorge Giordani le dijo a Guaicaipuro Lameda: “Se trata de mantener a los pobres en la pobreza porque ellos  son quienes votan por nosotros”. Pero, si bien ésta es una de esas deformaciones que “legitiman” los fanatismos, el hecho de que lo sean no excusa la crueldad del daño ni del engaño.


¡Y pensar que, si necesitamos comer, no nos queda otra que seguir comprando a descuentos forzados y continuar siendo un país de tío conejos y perdedores!

18-01-18




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