Por Héctor Silva Michelena
¿Qué es la democracia?
Presento los tres conjuntos de conceptos que, hoy en día, se debaten e
investigan, y que tienen aceptación universal en Occidente: 1) Libertad e
igualdad; 2) individuo y comunidad política; 3) Estado de Derecho y soberanía
popular. Creía que esto estaba bastante bien definido a estas alturas, pero me
doy cuenta, por las acciones emprendidas en los últimos meses, de que Maduro y
su gobierno ignoran este debate. No han entendido los grandes acontecimientos
del mundo contemporáneo y actual. El experimento socialista, el de la URSS, su
pionera, y los países de su órbita, se desplomaron como castillo de naipes
entre 1989 y 1991; la teoría del socialismo científico quedó hecha añicos. La
sociedad de la igualdad, por encima de la libertad, fue enterrada sin funeral.
Pero las esperanzas de que la democracia floreciera de las cenizas del
despotismo comunista se desvanecieron muy pronto. Hoy en día, en Rusia gobierna
un nuevo zar, Vladimir Putin, y en China, un nuevo emperador, Xi Jinping. Regreso
del despotismo oriental.
He aquí la mejor definición
de democracia, la avanzada por el filósofo holandés Baruch Spinoza, hace más de
340 años: la democracia es la organización de la comunidad que tiene por efecto
el que tanto los individuos como los gobernantes conducen sus acciones de
conformidad con los principios de recta razón. La mayor potencia que el poder
soberano puede adquirir es la que se apoya en el reconocimiento de su autoridad
por aquellos sobre los cuales es ejercida. Y tal es el fundamento de la
democracia. Muy clara y distinta.
¿Qué es la recta razón? La
recta razón es un atributo que permite a los gobernantes y a las personas obrar
moralmente y de forma voluntaria, racional. Es la guía que la racionalidad
presta a la voluntad en la realización de acciones moralmente buenas, las
propias del derecho natural y la organización de la comunidad. Por otro lado,
se dice que la recta razón es una regla homogénea, porque la regla y lo reglado
tienen la misma índole racional. Por ejemplo, juzgar rectamente en una
determinada situación que debo ayudar a una anciana a cruzar la calle es el
producto de la recta razón que lleva a que voluntariamente quiera realizar esa
acción. Esto es así porque tanto en la idea de que esa acción es buena, como el
deseo de realizarla por el bien de la anciana se ha conjugado la racionalidad
propia de la moralidad, la ética: la búsqueda del bien.
La prevalencia o imposición
del trío soberanía popular-igualdad-comunidad nos lleva al comunismo o al
socialismo autoritario. Se afirma que la soberanía popular es un poder
constituyente que es supraconstitucional. Pero ¿se puede vivir sin
instituciones, públicas y privadas bien establecidas, que den seguridad al
individuo? Pero sabemos que sin instituciones firmes y de pautas y objetivos
claros, la sociedad organizada no puede existir. Sería un retorno al hombre de
las cavernas. El poder constituyente tiene límites, no solo en los derechos
humanos, sino también en su duración, pues termina con la aprobación, en
referéndum, de la nueva constitución, que solo entra en vigencia cuando
remplaza a la anterior. Negri no estaría de acuerdo con estas reflexiones, sin
embargo, nos preguntamos: ¿adónde conduce el ejercicio de un poder
constituyente permanente, concebido como primum ontológico? ¿No es esto otra
forma de revertir las utopías totalitarias del siglo XX?
Por otra parte, John Rawls
ha demostrado terminantemente que la igualdad debe de ser equitativa, no
igualitaria, una tabla rasa que elimine la irrevocable heterogeneidad y
diversidad del mundo real, entre los hombres y la naturaleza. El Estado de
Derecho es irremplazable, aunque las constituciones puedan ser reformadas o
cambiadas. Finalmente, entre individuo y comunidad no tiene por qué existir una
tensión permanente. Todo lo que se necesita es reconocer que el individuo debe
gozar de la máxima autonomía, lo que le permite actuar en su familia y unirse
libremente, o no, a una comunidad, de la cual puede salirse si así lo desea.
La inmensa mayoría de las
comunidades de América Latina, esa que reza a Jesucristo y habla en español,
dijo Rubén Darío, la de América del Norte, la Unión Europea y Gran Bretaña, es
decir, el mundo democrático, se ha pronunciado en contra de los desmanes de
Maduro y su gobierno contra la Constitución, los ciudadanos, las instituciones
no oficiales. La soberanía popular conculcada por un TSJ ilegítimo y sumiso al
Ejecutivo, y a las FANB, al sentenciar en “desacato” arbitrario a la Asamblea
Nacional, electa en sufragio popular universal el 6-D de 2015. Convocatoria
anticonstitucional de una constituyente “plenipotenciaria” impuesta mediante el
fraude obsceno del CNE, torturas y atropellos a los presos políticos,
establecimiento de un Estado policial de terror (Sebin, policía, Cicpc,
paramilitares y francotiradores del partido oficial).
Penetremos, pues, en las
memorias del olvido, empujemos la voluntad de establecer la sinergia entre
democracia y república: pensar la unidad de la soberanía y del Estado de
Derecho, la del individuo y la comunidad, de la libertad y la igualdad. Puede
que así escapemos de las tenazas que forman el totalitarismo por una parte, y
la sociedad corporativa, por la otra. Ante nuestros ojos, y los del mundo, yace
una democracia aniquilada. Recordemos al gran Julius Fusik, quien en su Reportaje
al pie de la horca, escrito 1943 en una cárcel de la Gestapo en Praga,
escribió: “Lo repito una vez más: hemos vivido para la alegría; por la alegría
hemos ido al combate y por ella morimos. Que la tristeza jamás vaya unida a
nuestro nombre”.
¡Volveremos!
20-01-18
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