Por René Núñez, 22/01/2018
Cuando la civilización se dio cuenta de que el ser
humano no era capaz de reconocer y respetar a sus semejantes, aparece la
necesidad de crear unas normas de convivencia social; incluyendo las relaciones
entre pueblos o naciones.
Es en la revolución francesa cuando se abre el
debate del tema de los derechos del hombre y del ciudadano. A asociarse la
moral con la política. Originándose después las condiciones quimeras que hizo
realidad un nuevo modelo de Estado, el de los ciudadanos, el Estado de Derecho.
Es en la tercera Asamblea General de las Naciones
Unidas celebrada en París un 10 de diciembre de 1948, cuando se produce
la primera Declaración Universal de Derechos Humanos; aprobada por casi todos
sus miembros (56); absteniéndose Sudáfrica, Arabia Saudita y la Unión
Soviética. Desde entonces, la temática se ha convertido en una preocupación y
ocupación permanente ya no solo de la ONU sino de otras organizaciones
internacionales (OEA, UE y ONG). Tal vez sea una de las materias en las
relaciones internacionales que más evolución y consenso político ha tenido.
Muchas de las violaciones a esos derechos están tipificadas como crímenes de
“lesa humanidad”. Y no prescriben.
Más que analizar esos delitos, lo que hoy
pretendo es seguir sumándome a esa lucha de concienciación ciudadana y
política de nuestro país para reducirlos y evitarlos, si cada uno cumple con el
“deber ser ciudadano” “el deber ser dirigente” “el deber ser Estado
democrático”.
La prioridad de un Estado Democrático y la de sus
gobiernos no debe ser otra que la de garantizar progreso y desarrollo humano, a
todos por igual. Bajo tres premisas, la primera: Situar a las
personas en el centro del plan de desarrollo nacional; potenciándoles sus
fortalezas, sus condiciones, sus posibilidades, y sus oportunidades en
libertad para vivir la vida que valoran y quieren. Con salud, educación y
trabajo digno y decente.
La segunda: Reconocer al trabajo como el motor del desarrollo
para la creación de no solo riquezas económicas sino riquezas humanas.
La tercera: Convertir el Estado en un facilitador del
desarrollo, creando capacidades, oportunidades y garantizando empleos decentes,
libertades, respeto a los derechos laborales y derechos humanos.
Las naciones que lo entendieron, lo internalizaron
y lo aplicaron son hoy exitosas y diferenciadas por su calidad y seguridad de
vida. Se han caracterizado por su desarrollo sustentable, dejando al mercado
solucionar problemas económicos de la sociedad, bajo la supervisión y
control del Estado en cuanto al cumplimiento de las normas establecidas para
tales fines. Respetando la propiedad privada y la vida de los habitantes;
condiciones propicias para atraer inversiones necesarias para el financiamiento
país.
Conclusión: Solo promoviendo el crecimiento económico
sostenido, viable e inclusivo, generando pleno empleo y productivo, y
garantizando trabajo decente para todos, tendremos desarrollo humano.
Twitter @renenunez51
Instagram @nuñezrodriguezrenejesus
(edición 1429)
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