Por Marianella
Herrera-Cuenca
En el año 2012, ante el
reconocimiento positivo que otorgó la FAO, por el “cumplimiento anticipado” de
la meta milenio correspondiente a la disminución del índice de subnutrición en
Venezuela, un grupo de instituciones: el Centro de Estudios del Desarrollo de
la Universidad Central de Venezuela –Cendes-UCV- la Fundación Bengoa para
la Alimentación y Nutrición, el Colegio de Nutricionistas Dietistas de
Venezuela, el Observatorio Venezolano de la Salud, pedimos una audiencia en la
oficina de la FAO en Caracas, con el objeto de explicar nuestra divergencia con
el reconocimiento otorgado en aquella oportunidad. No estuvimos de acuerdo con
la aseveración de que en Venezuela hubiese ocurrido una disminución de la
sub-nutrición, tomando como base un indicador de disponibilidad de calorías por
persona/día. Quienes en ese año estuvimos involucrados en el reclamo, documentado
en Anales Venezolanos de Nutrición, sentimos algo así como haber sido
testigos de lo que Gabriel García Márquez llamaría: Crónica de una muerte (por
desnutrición) anunciada.
Para que el lector entienda
lo del indicador: yo puedo muy bien comprar una caja de chocolates y la pongo
en la mesa de la cocina de mi casa, y puedo asumir que mis hijos comieron
chocolates, pero no necesariamente es así, alguno pudo tomarla y regalarla a la
novia(o). Pero allí estaba la caja de ellos, y asumimos que cada uno comió su
porción de chocolates. Es como pensar que por el hecho de tener alimentos
la gente los ha consumido, no todo lo que está disponible, llega al estómago.
En el año 2011-12 ocurrió un evento que pasó a la historia como Pudreval, entre
otros, ¿recuerdan? Se entendió entonces ¿por qué la disponibilidad de
alimentos no es necesariamente un buen indicador que la población está
adecuadamente bien nutrida?
Ahora bien, los signos del
deterioro del estado nutricional de la población, venían develándose poco a
poco, al principio fue muy difícil recopilar data, realizar las
investigaciones, pero se hizo, y se hizo bien. El monitoreo de escuelas, el
monitoreo de los sistemas de misiones, las mediciones de seguridad alimentaria,
la publicación de artículos arbitrados en revistas de alta calidad científica
se hizo, con esfuerzo, con pocos recursos, pero se hizo. Ahí están,
léanlos señores de las agencias internacionales.
Hubo quien no creyó en la
pérdida del poder adquisitivo de los hogares venezolanos impidiendo que una alarmante
mayoría no tuviera dinero para comprar los alimentos más básicos (Encovi 2014,
15 y 16). Mi mente de investigadora requiere estadística, la tengo. Encovi
trabaja con un muestreo aleatorio, representativo nacional, por cuotas, por
ciudades grandes, medianas, pequeñas y caseríos. El doloroso 93% de
hogares que no tienen ingresos para comprar alimentos está allí y lo primero
que hay que hacer para proteger la seguridad alimentaria de un hogar, es
proteger su ingreso real, el que garantiza el poder adquisitivo.
Luego de varios largos años
de deterioro y dolorosa miseria, los organismos internacionales comienzan a
preocuparse. En un principio llamó profundamente la atención el silencio
epidemiológico de la OPS ante la epidemia de difteria. Hasta que no hubo una
verdadera alarma no publicó nada en su web. También llamó la atención el
informe de seguridad alimentaria de la FAO-OPS del 2016 con data de indicadores
de mortalidad infantil de 2009, la publicación de una tabla donde se reporta el
índice inflacionario de los alimentos de la región donde Venezuela aparecía con
un 253% de inflación solo seguido por Haití con un 20%, sin hacer referencia a
ello en el texto. Luego en 2017, admite más de 4 millones de personas
subnutridas en Venezuela. Se podía haber realizado prevención y no se hizo, se
podían haber evitado muertes de niños, de madres, de abuelos, pero el silencio
pudo más.
Uno se pregunta ¿para
qué sirve un indicador de salud, de nutrición? Sirve para hacer
seguimiento del mismo, si es que mis profesores de epidemiología están en lo
cierto. El texto clásico de epidemiología de Ann Ashengrau, a quien tuve el
honor de tener como profesora, hace hincapié en el seguimiento y también hace
énfasis en determinar los cambios, los que indican mejoría y los que indican
deterioro. Los indicadores no solo son un número, son una tendencia.
Haber sido testigos del
deterioro profundo para demostrar la crisis, ha sido terrible. Ha sido
cruel e inhumano. Gracias a Fundación Bengoa ya sabíamos que en estudios
puntuales en población rural en el año 2011 podíamos ver 34% de desnutrición
crónica en niños de edad escolar. Hoy en día gracias a Caritas sabemos
que existe un terrible 14.5% de niños vulnerables atendidos por la organización
en verdadero riesgo por estar desnutridos de forma aguda. ¿Había necesidad de
llegar a ello? El ex secretario general de la ONU Ban Ki Moon, en 2013 tomó una
iniciativa llamada “Derechos Humanos Primero” donde el personal en terreno
local de las agencias del sistema de Naciones Unidas tenía el deber de
notificar lo que veía, con la finalidad de brindar protección a la población
civil. En Venezuela, al menos hasta donde he investigado, eso no ocurrió, si me
equivoqué y no lo vi, avísenme soy de las que me gusta rectificar. Tuvo que
reportarse un gran deterioro, para que la comunidad internacional estuviera al
tanto.
El costo de la crisis ha
sido muy alto, el costo de no reconocer los problemas públicos continúa siendo
extremadamente doloroso.
Esperamos que el
reconocimiento de la crisis por parte de Unicef ayude a tomar cartas en el
asunto, ojalá la muerte de tantas madres y niños desprotegidos, no haya sido en
vano, ¡más vale tarde que nunca!
@crisisgastronomiaynutricion
30-01-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico