Por Gregorio Salazar
Es a zarpazos y dentelladas
como avanzan ahora para despedazar cualquier reducto de garantías democráticas
que haya sobrevivido a su acción depredadora de casi dos décadas. Parece que
les fascina el papel de carniceros y como tales pueden actuar tanto contra los
seres humanos como contra cualquier expresión del Estado de Derecho que les
resulte un estorbo. Y ya se sabe que toda la urdimbre legal, pero en especial
la de la Constitución, tasajeada a placer, lo es.
Con puntería de fusileros
que disparan por mampuesto van derribando cualquier flanco que pudiera resultar
una mínima fortaleza para sus adversarios políticos. Y así ruedan posibles
candidatos, partidos, tarjetas unitarias y van precipitando y restringiendo
lapsos, desbaratando controles, impidiendo el escrutinio imparcial de
observadores internacionales.
El ventajismo electoral de
los amos del poder en Venezuela ya figura como una de las más grandes
ignominias de nuestra historia política. Ese triángulo de la muerte que hoy
conforman la asamblea constituyente, el TSJ y el CNE es capaz de derrumbar la
más fervorosa convicción en la irrenunciabilidad al voto. Para eso trabajan,
para eso actúan día y noche en estrecha complicidad.
El escenario electoral que
surge de esta confabulación contra la voluntad soberana del ciudadano es por
tanto un laberinto, una jungla intrincada y permanentemente en tinieblas que
paraliza acciones y voluntades y, al mismo tiempo, expone al papel de suicidas,
estúpidos o cómplices a quienes intentan su travesía. De esa primera
división derivan ganancias que, sin contar un voto, pueden resultar decisivas.
La misma dictadura se
encarga de potenciar a través de su avasallante aparataje comunicacional las
discrepancias, los enfrentamiento fratricidas, la estigmatización que hace cada
bando con el que queda enfrentado por obra y gracia de la actuación perversa e
inescrupulosa de quien monta el tinglado electoral.
La nueva emboscada que
tiende el gobierno a la posibilidad de unas elecciones justas tiene el
agravante de que se ha ejecutado justo cuando se venía desarrollando una mesa
de diálogo donde la oposición con el apoyo de la comunidad internacional exigía
condiciones apegadas a la ley y el cese del ventajismo electoral que el
chavismo ha hecho rutina prácticamente desde que llegó al poder, cada vez en
forma más infame y grotesca.
Las condiciones en las que
la oposición se enfrenta a esta nueva contienda son terriblemente
dramáticas. No solamente porque un sector opta por la abstención, sino
porque entre los mismos partidos decididos a enfrentar el reto electoral hay
alejamientos y surgieron de primera mano diferencias entre el método de
escogencia del candidato (primarias o consenso) y la validación de las tarjetas
(la de los partidos o de la MUD), a la cual fueron sometidos
inconstitucionalmente por el CNE.
Lo segundo ha sido resuelto
de un zarpazo nocturno por el inefable TSJ: la tarjeta de la MUD ha quedado
invalidada, con lo cual se completó una estrategia de criminalización que no
fue puesta totalmente en ejecución en la elección de los gobernadores, pues los
partidos presentiendo ese golpe bajo se abstuvieron de usarla. La
dictadura y su corte de inmundos tahúres juegan con un abanico de cartas
marcadas en la manga.
La comunidad internacional,
cuyo apoyo en esta lucha ha resultado invaluable, advierte sobre los riesgos e
inconveniencias de acudir a elecciones con tales condiciones, pero no es menos
cierto que la deserción de la oposición declararía la reelección automática de
Maduro y colocaría su salida del poder en opciones que son, por decir lo menos,
inciertas.
Un hombre, un eventual
candidato acapara según las encuestas la confianza popular, puede levantar la
esperanza, neutralizar la abstención y elevar a su máxima potencia el empuje
electoral del mundo opositor.
El pueblo espera por la
palabra del outsider al que, dada su exitosa carrera gerencial y sin
las máculas que dejan las viejas ejecutorias de la política, cree invencible en
unos comicios presidenciales por más tramoyas que armen: Lorenzo Mendoza.
Para algunos ese capítulo
está cancelado. Otros seguirán ilusionados hasta última hora. Si todo
transcurriera como en el teatro del absurdo donde Godot nunca llega, será
simplemente un episodio de esos que en la historia quedan destinados a objeto
de la especulación sobre lo que pudo haber sido y no fue. Lo otro sería
descorrer el telón a la historia misma, una trascendental apuesta por la
salvación de Venezuela.
28-01-18
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