Por Jesús María Aguirre S.J.
Siguiendo las últimas
consignas del Papa Francisco en Laudato Sí, René nos invita a sumarnos al plan
de defensa amazónico. Expresa serias dudas sobre el plan depredador del Arco
Minero.
El miércoles, 7 de febrero,
nos visitó en las oficinas del Centro Gumilla el Hermano René Bros, quien nos
ha orientado siempre con reflexiones y análisis sobre el tema indígena. Muy
cercano al jesuita extinto Hermano José María Korta, aunque anterior en la
defensa de las causas indígenas del Amazonas venezolano, nos ha comunicado su
honda preocupación por las consecuencias devastadoras del Arco Minero entre las
comunidades nativas. Para quien no conoce al Hermano René, reproducimos esta
semblanza de este hermano de los indígenas, quien ha convivido con ellos en la
cuenca del río Caura, casi medio siglo.
Rene Bros, Hermanito del
Evangelio
René nació en Galgan, una
localidad de Aveyron-Rodez en el Valle de La Garona, provincia de Toulouse
(Francia). Desde 1965 vive al sur del estado Bolívar, allá donde el viento se
devuelve.
Es un seguidor de dos cristianos que cambiaron su vida: su tocayo el fundador de su congregación René Voillaume y el ex militar, explorador y sacerdote en el Sahara, Charles de Foucauld. La entrega total a un pueblo en condiciones de pobreza y colonialismo caracterizó a estos dos hombres y René sigue al pie de la letra estos testimonios.
Voillaume entró en la historia de la espiritualidad cristiana y religiosa al fundar la congregación de los Hermanitos de Jesús; impulsó, asimismo, varias asociaciones y movimientos sacerdotales y de laicos a partir de los escritos e intuiciones de Carlos de Foucauld.
Este último nació el 15 de
septiembre de 1858 y murió asesinado el 1 de diciembre de 1916 con poco más de
58 años.
Ya a los 43 había iniciado
su opción fundamental instalándose en Beni-Abbés, en el corazón del Sahara
argelino, donde se dio cuenta de que había un pueblo por evangelizar y un
ministerio que realizar. Foucauld vivió dieciséis años en tierras argelinas, y
especialmente once entre los tuaregs hasta que llegó su muerte como acto
supremo de entrega a imitación de su hermano mayor Jesús de Nazaret.
A su modo, en su propio
tiempo y en estas tierras, René Bros ha imitado la obra de Foucauld.
Sobre la misma tierra
El Hermanito Rene ha creado
lazos permanentes con los yekuana, con los sanema-yonoama y también con los
hoti, quienes se han salvado de la civilización porque no forman grandes
poblados, sino que más bien son casi invisibles pues se esparcen por la selva.
Durante 45 años, viviendo
con los indígenas, trabajando con ellos, soportando las lluvias junto a ellos,
enseñándoles a leer y escribir para que perpetúen sus tradiciones orales, ha
creado lazos. Y ahora vive su desespero ante los peligros que encierra la
depredación ciega de la minería.
Rene Bros sabe que los
tuaregs y los indígenas venezolanos tienen más en común de lo que podría
pensarse a primera vista: “Los pueblos indígenas son muy
vulnerables porque la conciencia la conservan algunos viejos”,
dice. “Nuestro mundo actualmente está trabajando con el mimetismo a través
de los medios. Esa cultura, la indígena, es como un tejido sin nudos, y eso se
deshace muy fácilmente”.
Estamos hablando de hombres
proclives a entregarse en causas difíciles mas no imposibles. Charles de
Foucauld vivió la explosión de la era industrial, era militar y fue enviado a
Argelia. Allí nació su pasión por África del Norte. Estuvo en Setif −altiplano
de Argelia− en misión, y luego más al sur, en el Sahara. Viajó a Nazaret y
regresó a Argelia. Estuvo en Libia, luchó contra el colonialismo. Vivió entre
los tuaregs y entre los tuaregs lo mataron.
En el desierto encontró su destino, su razón de ser, como el Hermanito Rene la ha encontrado al sur de Bolívar. ¿Desierto y selva no vienen a resultar la misma cosa, es decir, un buen escenario donde trabajar entre los hombres, con los hombres?
El compromiso
Nació en el seno de una
familia de campesinos. Entró en el seminario, pero allí cayó en sus manos el
libro “En el Corazón de las Masas”, de René Voillaume. Esa lectura cambiaría su
vida. Salió del seminario sabiendo que la vida religiosa y la contemplativa se
viven en el corazón de las masas. Por eso no se quedó en el seminario, porque
sintió la necesidad de estar en el mundo, con los demás.
Cuando hizo su servicio
militar obligatorio, en los años sesenta, a René Bros le tocó como destino,
durante dos años, Argelia. Con mayor exactitud, Setif.
Fue allí donde comenzó la
rebelión de Argelia, el lugar donde Foucauld también había estado destinado.
Esas coincidencias del destino jamás son gratuitas.
Al ser relevado del
servicio, una vez liberada Argelia, el joven Bros se quedó unos días y vio la
fiesta que se armaba en la ciudad. Lo invitaron a seguir la escuela de
oficiales pero lo de él era otra vida. Creó una ONG (con apoyo financiero del
estado francés) para dar comida a los limpiabotas que eran huérfanos de guerra.
Después, él y varios amigos entregaron las reservas y equipos al Frente de
Liberación Nacional. Regresó a Europa para hacer el noviciado. Lo hizo en
Zaragoza y en el sur de Francia. Luego, Venezuela.
Había ocurrido algo antes:
en 1957, y a través de la Fundación La Salle, el padre Voillaume fue contactado
por el Nuncio apostólico de Venezuela. El Nuncio pedía hermanos que quisieran
ir a la zona del Caura. Le contestaron que la cosa estaba bastante difícil…
pero no imposible. Así fue como en 1958 llegaron los primeros
hermanos.
En 1965 llegó René para reforzar. Aquellos fueron los primeros pasos de los hermanos de la congregación en Venezuela, pero vinculados a través de la Fundación La Salle.
En especial, el célebre
hermano Ginés actuó como enlace. Lo difícil estaba en apostar por la inserción
del misionero en la cultura indígena, pues era eso lo que se esperaba de los
seguidores de Foucauld: la inculturación.
René vino en barco en aquel
año de 1965, doce días de travesía. Fue recibido por la gente del colegio La
Salle de Tienda Honda (todavía está el colegio allí), con quienes quedaría
eternamente agradecido. Del puerto de La Guaira se fue a La Carlota, y de allí,
en un avión de búsqueda y salvamento, al sur del estado Bolívar. A Santa María
de Erebato.
Llegaría durante la Semana Santa de aquel año. Tal ha sido su enclave durante este tiempo: esa población perdida en el medio del Caura. Su primera comida no la olvidó nunca: el picante lo dejó sin voz. Los indígenas compartían todo con la pequeña comunidad de hermanos y hermanas que René encontró al llegar.
Trabajaban en salud y
educación, también en la construcción. Al mismo tiempo, intentaban desarrollar
la siembra del café.
Compartiría todos estos años
la comida con esta gente y, en ocasiones, las expediciones de cacería. En un
principio, calcula, serían unas 200 personas en total, y en años posteriores la
comunidad llegó a unas 800 almas; pero luego se fue dividiendo. Actualmente
quedan unos 400 indígenas en ese asentamiento. Con el paso del tiempo sus
hermanos y hermanas se fueron yendo, unos por razones de salud, otros por edad,
y en los noventa René se quedó solo. O, relativamente solo. Dice que
fue una experiencia interesante.
En realidad, los indígenas
no dejan a nadie solo: “Dentro del mundo indígena, la soledad no tiene
sentido”. Ofrecieron acompañarle en su casa, pero él les dijo que no tenía
problema en dormir solo. Sin embargo, se le considera miembro familiar. De
hecho, a quien vive entre ellos, un indígena mayor de la comunidad puede
decirle que lo adopta, y a partir de ese momento los hijos del indígena pasan a
ser hermanos del extraño. “Y después soy padre o abuelo de las otras
generaciones, dentro de la lógica del parentesco”. Agrega Bros.
La amenaza
Aun sin perder los nexos
profundos con la gente de Santa María de Erebato, a partir de cierto momento se
hizo itinerante a lo largo y ancho de esa zona selvática marcada por el tercer
río más caudaloso del país, el Caura. Trató de abarcar otras comunidades. René,
lo dice sin ambages, ha sido feliz entre esos seres que lo adoptaron, y esa
sensación de compañía, de compartir cosas, la ha sentido siempre con ellos. Le
gustaba de esa gente la comunicación entre las diferentes generaciones de la
misma comunidad, aunque eso, debido al contacto con el mundo civilizado, se ha
ido perdiendo. Ahora hay choques generacionales, algo que antes no se veían.
Además, observa un dilema: ya no hay refugio para los indígenas frente al poder
de la invasión civilizatoria.
“…Hay que prepararlos para
ese golpe, pero aun estando preparados el desequilibrio que les produce el
contacto es demasiado devastador (…). Uno siempre sueña, y dicen que es bueno
soñar. Pero no hay que perderse en los sueños. Pensando en que la humanidad
progresa, en el desarrollo de Venezuela y en la idea de que los derechos de los
indígenas deben respetarse reconociendo sus territorios, uno debe, al mismo
tiempo, apostar por la integración. Pero una integración en la que ellos
conserven su identidad cultural…”
17-02-18
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