Mauricio Vargas 18 de febrero de 2018
a
primera ministra peruana, Mercedes Aráoz, lo ha dicho con claridad: el
presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, “no puede entrar ni al suelo ni al
cielo” del Perú porque “no es bienvenido”. Con esas contundentes palabras, la
jefa de gabinete confirmó el retiro de la invitación al mandatario venezolano,
quien no podrá asistir a la Cumbre de las Américas, por celebrarse en Lima el
13 y el 14 de abril. Con su verborrea de sátrapa ignorante, Maduro ha
respondido a lo macho: “Iré a la cumbre, llueva, truene o relampaguee”. Aunque
Maduro ladre, la realidad es que el anuncio de Perú, consultado con las
principales cancillerías de la región, marca el inicio de un merecido
aislamiento internacional al corrupto y sanguinario régimen chavista, que ha
llevado a Venezuela a una tragedia humanitaria de hambre y violencia que
produce miles de refugiados semanales, hacia Colombia y otros países de la
zona. La reacción latinoamericana se ha tardado mucho: tras años de mirar para
otro lado, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y la mayoría de sus
colegas han comprendido que la onda expansiva de la explosión social de
Venezuela amenaza a toda la región.
He sostenido
varias veces en esta columna que Hugo Chávez y sus compinches llegaron al poder
por culpa de la corrupción e indolencia de los partidos tradicionales y de
buena parte del empresariado: Colombia y otros vecinos deben derivar de ello
las lecciones. Pero hace tiempos que esa justificación dejó de servir para
avalar la barbarie represiva y el saqueo criminal que desapareció cientos de
miles de millones de dólares de la bonanza petrolera. Por mucha culpa que les
quepa a los dirigentes de la Venezuela prechavista, sus sucesores los han
superado con creces en materia de corrupción, destrucción de riqueza y empleo,
violación de derechos humanos y cinismo.
Pero
impedirle a Maduro ir a la cumbre de Lima no es suficiente. ¿Qué más hay que
hacer? Lo primero es atajar cualquier bravuconada de la administración Trump,
algunos de cuyos voceros han sugerido una intervención por la fuerza, pues eso
solo serviría para llenar de justificaciones a Maduro y sus secuaces,
victimizarlos y atornillarlos al poder. La falta de legitimidad internacional
de Trump y su camarilla de improvisadores obliga a América latina y a Europa a
llevar la voz cantante en la urgente tarea de derrocar al chavismo y darle a
Venezuela instituciones democráticas.
Lo
segundo es aislar a los idiotas útiles de los que Maduro y su combo se
aprovechan, como el expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez
Zapatero, que se creyó el cuento de que actuaba como mediador con la oposición,
cuando no era más que un agente legitimador de las atrocidades de la dictadura
chavista. Lo tercero es un bloqueo económico que ahogue las finanzas del
régimen de Caracas para que no tenga cómo comprar el apoyo de pequeños y
débiles países del Caribe, que le siguen haciendo el juego en la OEA.
Lo
cuarto, y quizás más importante, que las cancillerías latinoamericanas y
europeas impulsen un procesamiento judicial internacional contra Maduro, su
aliado criminal Diosdado Cabello y todos sus esbirros, por el gigantesco crimen
humanitario del que son responsables: matar de hambre y de represión a un
pueblo mientras se roban los petrodólares que son de ese pueblo y no de sus
ilegítimos gobernantes.
Y,
ojo, hay una quinta tarea: evitar por todos los medios democráticos que
imitadores de Chávez ganen las elecciones y lleguen al poder, aquí en Colombia
y en otros países de la región, porque si algo así ocurre con, por ejemplo,
Gustavo Petro en las votaciones de este año, Maduro y su pandilla no solo
habrán ganado el pulso, sino que la tragedia que hoy vive Venezuela se regará
por el vecindario como pólvora.
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