Por Hugo Prieto
La crisis que atraviesa el
país ha sido devastadora para los sectores populares, hasta el punto que ha
provocado un daño antropológico. A esta conclusión ha llegado Manuel Zapata,
sociólogo, con una licenciatura en teología y tesista de la Maestría de Psicología
Social de la Universidad Central de Venezuela. Zapata, además, es director del
Centro Gumilla, ese gran laboratorio social de la Congregación Jesuita en el
país, que el pasado viernes cumplió 50 años de existencia.
Simultáneamente, la revista SIC llega a sus 80 años.
“Si no entendemos la crisis
desde lo social estamos perdidos”, dice Zapata. Pero los problemas de la gente
no es lo primero en las agendas políticas. La visión mesiánica sigue
prevaleciendo. Por esa misma razón, “ni este gobierno, ni un candidato de la
oposición que venga, van a resolver nuestros problemas. Tenemos que creer en
nosotros mismos, en que podemos hacer un aporte diferente, tenemos que creer en
el otro por lo que vale, por lo que es, más allá de las etiquetas ideológicas o
políticas”. La luz al final del túnel es la esperanza.
¿Cómo ha afectado la crisis
a los sectores populares en Venezuela?
La crisis ha sido, en parte,
devastadora. Tanto de la organización social como de la organización popular,
entre otras cosas, porque el gobierno ha jugado con la crisis y, en medio de
las precariedades, ha intentado que la gente se haga más dependiente y menos
autónoma. Sin embargo, uno puede encontrar en las comunidades populares signos
de solidaridad vinculados con el tema de la salud, por ejemplo. Ante la falta
de medicamentos, la gente encuentra formas de apoyar de distintas maneras, ya
sea con el acompañamiento espiritual o la compra de medicinas a un costo
altísimo. El capital social, en estas condiciones de país, se pone a prueba y yo
creo que mucha gente tiene ese capital social activado. Obviamente, a veces la
situación adversa puede más que la organización social.
La libertad, para muchos
venezolanos, consiste en hacer , entre otras cosas
porque los que gobiernan hacen lo propio. Pero hay un concepto de la libertad y
de la liberación que es muy distinto a lo que acabo de señalar. ¿Por qué no se
asume la libertad como un compromiso y como una responsabilidad?
Diría que es una forma
errada de entender la libertad. La libertad no nace de seguir las emociones o
los dictados que nos impongan las ideologías, sino de lo más profundamente
humano. En términos cristianos, nace del espíritu. Y él espíritu me lleva no
adónde yo quiero, sino adónde él quiere. Desde el Evangelio, nos lleva a la
fraternidad, a ser corresponsables de la vida del otro. El ser humano es un ser
social, no es nadie sin el otro. Hay visiones de la libertad muy
individualistas que niegan la heteronomía, pero no hay libertad sin
heteronomía. Creo que eso es muy importante que lo tengamos en cuenta. Pero
luego está lo otro, la liberación que, a mi entender, nace de una situación
particular, digamos, una situación de dependencia o de esclavitud como tantas
veces se ha visto en la historia. Nosotros hablamos de una liberación integral.
No solamente de la persona, sino de los mecanismos opresores, aquellos que
impiden que la gente salga adelante. De alguna manera, esos mecanismos están en
la estructura social.
Estamos en el ¿Cómo compaginar los valores que acaban de mencionar, si la
idea es despojar al prójimo y darle un codazo para sacarlo de la fila, o sacar
provecho de los mecanismos de dependencia y de bachaquear?
Yo diría, en primer lugar,
que el sálvese quien pueda remite a una situación casi de barbarie. Es decir,
al estado del salvajismo, a la lucha del más hábil, del más fuerte. Es
terrible. Es olvidarse del otro. Es una lógica social que va anulando la
posibilidad de que la gente vea que se está haciendo daño a sí misma. De que lo
que hoy hace, bachaquear, por ejemplo, mañana se lo pueden hacer a él. En ese
sentido, la crisis ha producido un daño antropológico, porque ha sacado lo peor
de lo nosotros. Pero también hay gente que ha sacado lo mejor de sí.
Operan los mecanismos de la
inmediatez y la búsqueda de resultados, sin importar los costos sociales.
Nos dejamos llevar por el
instinto de la sobrevivencia; esa es la lógica y se pierde toda racionalidad.
Se pierden todos los valores. Efectivamente, estamos inmersos en una crisis espiritual,
de humanidad, de las cosas que tienen que ver con la vida, de lo que nos hace
humanos. De valores como la ética, el respeto, la compasión, si se quiere, por
la necesidad ajena. De ponerse en los zapatos del otro. Pero también creo que
esto responde a un mecanismo estructural de poder, que se ha implantado en el
país. No vamos a exculpar a la gente de su responsabilidad, pero hay que ver la
complejidad del fenómeno.
Ernesto Costante
Aquí hay un mecanismo que se
activó, alguien pulsó un botón. Señores, de aquí en adelante… sálvese quien
pueda. ¿Quién es ese autor? ¿A quién le conviene ese mecanismo?
Yo creo que hay diversos
factores. Uno tiene que ver con elementos ideológicos cuando se disparó el
mecanismo de la polarización, que ha decantado en una ruptura, en una
fragmentación social. Esa fragmentación social ha hecho que se rompa la
fraternidad, ¿verdad?, ha hecho que se rompa el sentido del otro y que se
imponga un individualismo feroz que va en aumento. Otro elemento importante
tiene que ver con la forma en que el gobierno ha manejado la economía. La
aplicación de tres tipos de cambio, por ejemplo, ha creado una especie de caldo
de cultivo para dar pie o propiciar este tipo de comportamiento. Eso no quiere
decir que no existiera. Ya era un hecho en la frontera, donde la forma de
rebuscarse dentro de una economía ilícita fue propiciando todo este movimiento,
que hoy repudiamos, pero que luego se trasladó al resto del país.
La frontera siempre ha sido
una zona borrosa, una zona gris, donde han operado los mecanismos que usted
menciona. Que eso se haya generalizado o extendido en lo que llamamos la
República Bolivariana de Venezuela, viene a conformar una situación bastante
grave. Oscura, por demás.
Esto es lo que algunos
investigadores llaman un Estado paralelo a lo que es el Estado formal. Un
Estado que, además, tiene su propia institucionalidad, sus propios mecanismos
de funcionamiento; su propia economía. Eso, obviamente compite con lo que
nosotros concebimos como el Estado nacional, cuya forma de gobierno está regida
por elecciones y tiene una institucionalidad democrática. Yo creo que eso se ha
ido instalando en el país y lo vemos en diversas áreas. Uno de ellas es la
criminalidad. Actualmente, el Estado venezolano tiene serias dificultades para
controlar la criminalidad en el país. Se ha instalado un poder criminal muy
fuerte que controla espacios, que tiene acceso a la riqueza y ejerce control
social. Yo soy investigador de desplazamientos forzados dentro del territorio
venezolano y lo que uno escucha por ahí es que hay un relacionamiento de estos
grupos con alcaldías o cualquier forma de gobierno institucional. Muchas veces,
estas formas institucionales no pueden contener a estos grupos de poder
paralelos.
No recuerdo si fue Uslar
Pietri quien dijo que en Venezuela unos eran más pendejos que otros. Quizás uno
tendría que orientarse a ver cómo funciona la trayectoria de un bien e
inscribirse ahí, ¿no? Convertirse en un elemento dinamizador de esas
estructuras ilegales. ¿Qué lo impide?
Yo creo que eso responde a
una cuestión de ética política, de ética institucional. Tiene que ver con la
moral pública, por decirlo de alguna manera. Nosotros, como venezolanos, desde
el punto de vista estructural, hemos padecido siempre de un problema: no respetamos
las normas, nos relacionamos siempre desde lo informal y de ahí que se
desdibuje lo público. Lo público no tiene sentido, porque es lo de todos. Pero
cuando dejo a un lado lo público para beneficiar a alguien en particular,
porque es mi amigo, es mi compadre, es mi familiar o mi vecino, entonces los
demás terminan perdiendo. Termina perdiendo la sociedad en el fondo.
En medio de esta crisis, la
clase política venezolana está enzarzada en una campaña electoral, en una lucha
a cuchillo por el poder, pero la sociedad está inmersa en sus problemas, en sus
dificultades, en el sufrimiento. Pareciera que se convoca a elecciones en medio
de una situación de , pero la realidad se empeña en
demostrar otra cosa.
Yo creo que, efectivamente, el
tema del horizonte de país es una cosa que a uno le preocupa mucho. Es decir,
¿Cuál es el horizonte de país que tenemos? Probablemente hay muchas visiones de
país, pero el país inclusivo, el país en el que quepamos todos, incluso
aquellos con quienes no estamos de acuerdo, a mí me parece que no es lo que
priva en la sociedad venezolana. El horizonte de país tiene que poner los
intereses personales, los intereses partidistas, por debajo y deponer esa
actitud a favor del bien nacional. Yo creo que hace falta madurar políticamente
la idea de que el país es de todos. De que este país será distinto si nosotros
pensamos, no solamente en los intereses de grupo sino también en los intereses
nacionales, incluyendo a toda la población y, particularmente los intereses de
los sectores populares, que muchas veces no se tienen en cuenta en las grandes
decisiones. Eso es lo que ha dado al traste con el modelo político que hoy
tenemos, que en un comienzo tuvo una visión inclusiva, pero que hoy está más
que desdibujada. Yo creo que a los sectores de oposición todavía les falta, en
su visión de país, incluir y trabajar más a fondo con los sectores populares,
comprenderlos y acoger sus demandas.
Ernesto Costante
Ahí es donde está el
divorcio, la gran eclosión, la gran ruptura, entre el devenir, el día a día de
la gente, y esta disputa político electoral. Son dos mundos paralelos y pudiera
interpretarse que el venezolano de a pie es indiferente, distante, ante su
propia tragedia. Pareciera que la suerte del país lo tiene sin cuidado, que ni
siquiera despierta su curiosidad. ¿Cómo es esto? ¿Se juntó el hambre con las
ganas de comer?
Yo creo que la política
tiene que poner un acento fundamental en lo social. Además de lo que hemos
visto, no sólo del diálogo como una forma ordinaria de relacionarse, sino los
problemas económicos, el acento en lo social no se debe olvidar. Ha sido muy
difícil que el tema social sea una preocupación principal. Sale, muchas veces,
pero como una preocupación posterior. Tenemos que entender ese punto, tenemos
que entender la crisis a partir de lo social. La realidad más amplia es lo
social y lo político depende de lo social. Entonces, tenemos que mirar la
realidad política, siempre tomando en cuenta las necesidades de la gente, no
solamente de los sectores populares, por supuesto, sino también de otros
sectores del país. Aquí hay gente que quiere mantenerse en el país, a pesar de
todas las dificultades, que está haciendo ingentes esfuerzos, que sale adelante
con iniciativas de emprendimientos. No todo está mal. Seguramente, en el
futuro, esas iniciativas se van a decantar en grandes empresas. Pero también
hay iniciativas de solidaridad muy importantes. Hay ejemplos concretos que los
venezolanos estamos estructurando también. Yo creo que lo social hay que
ponerlo de primero.
Se habla más de los
diagnósticos, pero no de las soluciones. Pero este es un momento tan difícil
que, con que veamos una lucecita al final del túnel, creo que vamos a apaciguar
los ánimos y atemperar la sensación de fracaso y derrota. ¿Cuál cree usted que
debería ser esa lucecita?
La esperanza y la capacidad
que tengamos todos de creer en nosotros mismos, que podamos sacar el país
adelante. De que nosotros somos una fuerza social, los problemas no los va a
solucionar este gobierno o un candidato que venga de la oposición, entre otras
cosas, porque los venezolanos tenemos una visión mesiánica de las soluciones
políticas y sociales del país. Al país lo construimos trabajando desde abajo,
creyendo que nosotros sí podemos aportar algo. Que podemos aportar algo
distinto. Que podemos relacionarnos y valorar al otro como un hermano. Alguien
a quien reconozco por lo que es, por lo que vale y no por un signo político o
porque tenga un rostro ideológico de un partido o de otro, sino porque somos
capaces. Los venezolanos somos creativos. Yo creo que hay que poner a funcionar
esa creatividad y hay que sacar lo mejor de nosotros. Hay que sacar la
esperanza. Yo creo que si a algo ha jugado este gobierno es a la desesperanza,
es a la angustia y mucha gente está comprando ese ticket y termina yéndose en
estampida del país. Claro, cuando uno ve la situación no es para menos, porque
cada vez se va poniendo más difícil. Pero tenemos que creer en el país. Los que
están afuera, por supuesto, pueden aportar, pero los que nos quedamos tenemos
que apostar por el país. Nosotros, los jesuitas y la Iglesia, creemos en el
país y no nos vamos a ir de aquí.
Fuente:
http://prodavinci.com/manuel-zapata-el-pais-inclusivo-no-priva-en-la-sociedad-venezolana/
15-02-18
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