Josemaria Escrivá 17 de febrero de 2018
La
táctica del tirano es conseguir que riñan entre sí los que, unidos, podrían
hacerle caer. —Vieja artimaña usada por el enemigo —por el diablo y por sus
corifeos—, para desbaratar muchos planes apostólicos.
Evita
siempre la queja, la crítica, las murmuraciones...: evita a rajatabla todo lo
que pueda introducir discordia entre hermanos.
No se
puede promover la verdadera unidad a base de abrir nuevas divisiones... Mucho
menos, cuando los promotores aspiran a hacerse con el mando, suplantando a la
autoridad legítima.
En el
apostolado, obedece sin fijarte en las condiciones humanas del que manda, ni en
cómo manda. Lo contrario no es virtud.
Cruces
hay muchas: de brillantes, de perlas, de esmeraldas, de esmaltes, de marfil...;
también de madera, como la de Nuestro Señor. Todas merecen igual veneración,
porque la Cruz nos habla del sacrificio del Dios hecho Hombre. —Lleva esta
consideración a tu obediencia, sin olvidar que El se abrazó amorosamente, ¡sin
dudarlo!, al Madero, y allí nos obtuvo la Redención.
Sólo
después de haber obedecido, que es señal de rectitud de intención, haz la
corrección fraterna, con las condiciones requeridas, y reforzarás la unidad por
medio del cumplimiento de ese deber.
No es
lo mismo un viento suave que el huracán. Con el primero, cualquiera resiste: es
juego de niños, parodia de lucha.
—Pequeñas
contradicciones, escasez, apurillos... Los llevabas gustosamente, y vivías la
interior alegría de pensar: ¡ahora sí que trabajo por Dios, porque tenemos
Cruz!...
Pero,
pobre hijo mío: llegó el huracán, y sientes un bamboleo, un golpear que
arrancaría árboles centenarios. Eso..., dentro y fuera. ¡Confía! No podrá
desarraigar tu Fe y tu Amor, ni sacarte de tu camino..., si tú no te apartas de
la “cabeza”, si sientes la unidad.
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