Ovidio Pérez Morales 20 de febrero de 2018
Recordemos
un relato del evangelista Mateo (2, 13-15): la expatriación de Jesús ante el
peligro de ser asesinado. El rey Herodes, celoso de todo competidor de su poder, mandó matar a muchos niños
esperando que entre ellos cayese también el Mesías. José y María huyeron de
noche, llevando consigo al pequeño, y se refugiaron en Egipto. Calificaron
entonces como los primeros exiliados cristianos.
Jesús
quiso así compartir la condición humana -abundosa en claroscuros y
contradicciones, exaltaciones y miserias-, menos en el pecado. Asumió nuestra
naturaleza para liberarla del mal y reconducirla a la unión con Dios y
fraterna.
Hoy
Venezuela, otrora nación próspera y acogedora de migrantes en búsqueda de
tierras sin guerras ni escaseces y generosas en convivencia fraterna y trabajo
productivo, se ha convertido hoy en país invivible. En efecto, a la opresión
política se unen el desastre económico y una mortandad culpable, y a la
ausencia del estado de derecho se juntan la corrupción desenfrenada y un
narcotráfico impune. Por ello Venezuela padece hoy un severo despoblamiento.
Millones de compatriotas han tenido que irse y se están yendo, en su inmensa
mayoría en búsqueda ansiosa de trabajo y seguridad, salud y paz; dentro de
ellos identificamos muchos rostros doloridos de familiares, amigos y conocidos
nuestros, cuya ausencia sentimos y su regreso anhelamos.
Ni
catástrofes naturales ni factores
extranjeros han forzado el destierro,
sino –lo suelen precisar los Obispos- la voluntad oficial de imponer a
los venezolanos un proyecto dictatorial totalitario comunista, fracasado
históricamente y maquillado ahora lingüística y estratégicamente. Ese proyecto,
que ha conducido al grave deterioro nacional en los más diversos órdenes, es una tenaza que van cerrando el Alto Mando
de la Fuerza Armada Nacional mediante su participación y apoyo clave, y el Partido gubernamental PSUV, acompañado por
cuerpos paramilitares y asistencia castro cubana, mediante su Diktat político-ideológico.
El que
Venezuela esté sometida hoy a un acelerado despoblamiento constituye un crimen
horrendo, que conjuga la violación de múltiples
derechos humanos. Basta una lectura rápida de la Declaración Universal
de 1948 para percibir cómo la actual expatriación masiva es efecto de muy
diversos delitos por parte de la “nueva clase” detentadora del poder.
Cada
persona –sujeto consciente, libre y social, hijo de Dios- vale tanto como
cualquiera otra. Pero entre los expatriados merecen destacarse algunas
categorías particularmente significativas como
jóvenes, docentes, profesionales,
gente especializada.
Lo
deseado y propiciado por este tipo de regímenes es que se vayan todos los
ciudadanos que piensan con la propia cabeza, se defienden solos y organizan su
vida con libertad responsable; eso les facilita el manipular
a su antojo a una población empobrecida, omni dependiente y sumisa.
Manejar esclavos no exige mayor inteligencia ni imaginación.
Este
Régimen está expatriando venezolanos mientras reparte el país a neo
colonizadores ideológica y crematísticamente afines, aunque geográfica,
histórica o culturalmente lejanos.
Este
crimen de despoblamiento expatriador, junto con otros, debe ser detenido y
sancionado por el pueblo soberano (CRBV 5) en un ejercicio de su poder
originario (CRBV 71 por ejemplo), que ponga punto final a ilegitimidades,
inconstitucionalidades y violaciones de derechos humanos. Urge para ello
consolidar un gran movimiento o frente democrático nacional, que permita al
soberano decidir, él mismo y no ya a través de individualidades o grupos, qué quiere para este país.
Un
venezolano del siglo pasado, Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), universal
y andariego, conocedor de exilios, romántico de espíritu y de pluma, escribió un poema de antología venezolana,
cuyo título podría ser el de uno de los derechos humanos fundamentales: “Vuelta
a la patria”. En el presente caso, poder regresar a Venezuela, como hogar
común, libre y pluralista, solidario y fraterno, pacífico y próspero.
El
cambio político que urge el país acabará con el crimen horrendo de la
expatriación masiva y nos consolidará como nación vivible y deseable. Con unión
interna y armonía internacional.
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