Trino Márquez 21 de febrero de 2018
@trinomarquezc
La
decisión de la MUD de abstenerse en las votaciones presidenciales convocadas
por la asamblea constituyente, a las que se agregarán los comicios
legislativos, encara solo al reto de impedir que las elecciones sigan
degradándose y maquillando a un régimen que viola continuamente su propia
legalidad. Existen pocos mandatarios que asuman la frase de Fidel Castro:
¿votar? ¡Para qué!, si el pueblo ya se pronunció a favor de la revolución. El
autoritarismo avanza ahora en otra dirección. Desde el final de la Guerra Fría,
el objetivo de las autocracias de izquierda ha consistido en prostituir el
voto. Vaciarlo de cualquier carga explosiva que permita pensar en la salida del
poder central de la élite gobernante.
En el
caso de Venezuela, el oficialismo ha permitido que la oposición triunfe en
varias gobernaciones y alcaldías. Obtenga algunos diputados nacionales o
regionales. Pero, jamás aceptará de por las buenas que el poder se vea
seriamente comprometido por una elección presidencial. Maduro dejará el poder
únicamente en medio de una crisis gigantesca, que fracture el bloque dominante,
cuyo vértice más filoso son las Fuerzas Armadas. Cuando el costo de mantenerlo
en el poder sea superior a los beneficios que su disfrute proporciona, entonces
se producirá el quiebre y se abrirá el espacio para el cambio. Unas elecciones
para Presidente pueden provocar la ruptura, pero no estas, organizadas para que
gane el gobernante.
Los
cambios en Túnez, Egipto y Libia –la llamada Primera Árabe- fueron el reflejo
del cambio en los términos de la ecuación. Sostener a tiranos como Alí, Mubarak
y Gadafi suponía un costo demasiado elevado. Había que salir de ellos para que
los países que gobernaban no se desintegraran. Lo que ha ocurrido después es
otra historia. Lo primero era desalojar a los déspotas.
Venezuela
se halla frente a un reto similar. El país está en medio de un dramático
proceso de desintegración, sin que la expresión sea una metáfora. Los
venezolanos se han esparcido por toda América y varias naciones europeas. Hasta
Australia han ido a parar numerosos compatriotas. La diáspora venezolana, como
la llama Tomás Páez, ha hecho que huyan casi cuatro millones de compatriotas.
Después del 22 de abril, la estampida será todavía más numerosa. Muchos de esos
venezolanos están pasándola mal, pero al menos mantienen viva la llama de la
esperanza. Piensan en una vida mejor en el futuro cercano. En cambio, una inmensa
mayoría de quienes no quieren o no pueden irse sufren penurias semejantes, pero
sin esperanza. O, peor aún, con desesperanza porque el porvenir les luce más
opaco que el presente, ya ruinoso. El informe más reciente de Encovi es
desolador. Venezuela es una sociedad en escombros.
Los
electoralistas platean que participar en los comicios representa una
oportunidad excepcional para discutir acerca de los problemas del país y
proponer soluciones. Por supuesto que toda elección, incluso con este CNE y con
esas condiciones ilegales e inconstitucionales, sirve de escenario para
ventilar los problemas nacionales y plantear respuestas. Ahora bien, en este
ambiente de descomposición global, en el cual se conocen de antemano los
resultados porque el mecanismo ha sido diseñado para asegurar el triunfo a
Maduro, la intención de ir a los comicios debe contener algo más sustantivo que
exhibirse como candidato, denunciar las privaciones y proponer un programa de
gobierno. Vestirse de Caperucita frente al lobo feroz no resulta muy
aconsejable. La elección debería inscribirse dentro de una estrategia general
de luchas por reconstruir el país y recuperar la democracia. Ese plan es
urgente y esencial diseñarlo. La gente que padece todo el rigor de la
incompetencia de los rojos podría entender que se les convoque a sufragar, e
incluso podrían asumir con entereza la previsible derrota, si asumiesen que el
22 de abril constituye solo un tramo más del largo y arduo camino que conduce a
rescatar Venezuela del foso donde la hundió el cubanismo de Chávez y Maduro.
A los
votantes no se les puede pintar pajaritos en el aire. El enfrentamiento con el
madurismo es será cada vez más duro porque el deterioro aumentará, el costo de
salida del oficialismo crecerá y la fuerza con la que se aferrará al poder se
elevará. Se necesita un proyecto que recupere la emoción, la esperanza y la
dignidad de los venezolanos, acosados y envilecidos por el carnet de la patria,
los clap, los subsidios monetarios, la falta de empleos de calidad, la hiperinflación,
la escasez de alimentos, medicinas y efectivo, la inseguridad personal, la
mendicidad, los apagones, el deterioro del transporte colectivo, la diáspora y
las demás plagas provocadas por el régimen en dos décadas.
Los
ciudadanos necesitan formarse alguna idea de la cadena de eventos que
desencadenarán la crisis del régimen y conducirán a la salida del grupo que
secuestró el Estado. La MUD propone la creación de un Frente Amplio Nacional
con el objetivo de lograr elecciones limpias y competitivas, y rescatar la
democracia. Coincide con los planteamientos de los rectores, las academias, la
Conferencia Episcopal, el movimiento estudiantil, Fedecamaras y otras
organizaciones que han denunciado el atropello al Estado de Derecho. Ese
objetivo de carácter general hay que afinarlo incluyendo la dimensión social,
hasta convertirlo en un proyecto en el cual los venezolanos se vean retratados.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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