Por Claudio Nazoa
El pasado 14 de febrero, día
de los enamorados, me senté en una barra a tomarme un whisky con el viejo Parr,
y mirando a parejas que fingían ser felices, me puse a pensar:
—¿Quién me mandaría de
pendejo a acercarme a mi cuaima?... Había como 30 mujeres y vine a fijarme
justamente en ella, quien casi me dejó en interiores: perdí la casa, el
apartamento en la playa, el carro, la mitad de la cuenta que yo solito abrí en
el banco… No entiendo por qué me fijé en ella.
El viejo Parr, nadando en
hielo y agua e’ coco, respondió:
—La culpa es de un sujeto
chino en pelota que no tiene pipí, y si lo tiene, no se le ve. En la espalda,
carga unas alitas, un arquito ridículo y unas flechitas. Se llama Cupido. Ese
tipo se la pasa tirando como loco, día y noche, flechas de amor a diestra y
siniestra en sitios insólitos a personas desprevenidas. Es como una vieja
casamentera que vuela, pero él, por ser un ángel, jamás se casará.
La próxima vez que se
obnubile con alguien que lo atrae y sienta que lo puyan, ¡mosca! Ese es Cupido
haciendo de las suyas. Así que sáquese la flecha, rómpala, escóndala o
clávesela a algún enemigo, pero ni por casualidad la deje cerca.
Si usted es hombre y se
babea por esa exuberante mujer que tiene al frente, piense en lo que casi
seguro va a pasarle si no logra detener esa flecha: su apartamento, su libertad
de salir cuando y con quien quiera y, sobre todo, la hora de llegar o no a su
casa sin tener que dar explicaciones ¡están en peligro! Piense en la suegra.
Piense que legalmente solo podrá hacerle el amor a esa mujer aunque le atraiga
otra, cosa que le ocurrirá a cada rato, y no olvide que es “hasta que la muerte
los separe”. ¿Y si ella no se muere?
Si usted es mujer y se babea
por ese galán que tiene al frente y está a punto de ser flechada, piense lo que
casi seguro va a pasarle si no logra detener esa flecha. Ese hombre que la
tiene loquita debe tener también, por lo menos, a dos más que están loquitas
por él. Piense que mientras usted está imaginando matrimonio e hijos, él está
pensando si sus senos son naturales o no, o en cómo se vería usted en hilo
dental. Piense que ese hombre quiere lo mismo que usted, con la diferencia de
que él lo quiere ya y sin compromiso, mientras que usted ya se ve frente a un
juez y un cura. ¡Es espantoso lo que puede ocurrir por culpa de Cupido!
La sapiencia de Cupido y del
Papa es que están empeñados en que todo el mundo se case, pero ellos, ni de
vaina lo hacen.
19-02-18
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