Por GÜAO
Cuenta Valentina Quintero
que hace más o menos quince años, en uno de sus muchos recorridos por
Venezuela, le tocó visitar un apartado pueblo del occidente llamado El
Carrizal. Al llegar, advirtió que no había nadie en la iglesia, ni en el
colegio, ni en las casas. Todos sus habitantes, salvo una familia, habían
abandonado el lugar. Intrigada, Quintero le preguntó a la madre de esa familia
por qué no se habían ido. “Aquí están mis afectos –le respondió–, aquí están
mis recuerdos. Yo de aquí no me puedo ir”. Quintero vio reflejado, en esas
palabras, el sentido de su vida. Entendió que ella también sería “una tristeza
ambulante” en cualquier otra parte del mundo. Su oficio de andanzas,
entusiasmos y testimonios a lo largo y ancho de Venezuela no ha hecho sino
confirmar ese apasionado arraigo por el país del cual ha sido militante durante
más de treinta años. Y contando.
Hija de Tony Quintero y Ana
Carlota Montiel, Valentina Quintero nació en Caracas el 28 de junio de 1954.
Estudió desde kínder hasta graduarse de bachiller en el San José de Tarbes,
colegio del cual solo tiene agradables y orgullosos recuerdos, entre ellos, el
afán de las monjas por transmitir los valores de la rectitud y la constancia. Y
aunque tuvo momentos de indisciplina que estuvieron a punto de costarle una
expulsión, supo rectificar a tiempo y permanecer en esa institución que le dejó
muchas lecciones que agradecer. Una de ellas, el esmero de sus maestros por
inculcar el respeto por el lenguaje. Quintero, que provenía de una casa donde
los libros ocupaban un lugar privilegiado –su madre era una gran lectora–,
apreció que el colegio prolongara y enriqueciera ese culto amoroso por las
palabras. De manera que a sus lecturas hogareñas –los cuentos de la editorial
Ekaré, las novelas de Tolstói, de Dostoievski– se sumaron los libros de
Gallegos, de Isaac, de García Márquez, de Otero Silva, que leyó en secundaria.
Y hasta la fecha, no ha parado de leer. “No concibo la vida sin la lectura
–confiesa–. La gente que lee nunca está sola. Leer nos da la posibilidad de
agregarle mundo al mundo”.
Después de graduarse en
Comunicación Social por la UCAB y de hacer una maestría en Tecnología Educativa
en la Universidad de Boston, la afición por los libros y el conocimiento la
llevó a trabajar, en 1982, a la Biblioteca Nacional junto a Virginia
Betancourt. Una experiencia que le permitió invitar a la gente a la lectura y
enseñarle que la información es fundamental para la toma de decisiones.
A mediados de los ochenta
conoció a la periodista Elizabeth Fuentes, quien la animó a escribir el Manual
de Ociosidades en la revista Feriado de El Nacional; una sección
donde Quintero recomienda diversos atractivos del territorio venezolano, y que
sigue apareciendo hasta la fecha, publicada en la revista Todo en
Domingo del mismo diario. A partir de ese momento, que podría calificarse
de bautismal, Valentina Quintero empezaría a convertirse en la figura que hoy
reconoce todo el país: una amante de la geografía venezolana cuyos secretos y
virtudes no se cansa de exaltar.
Su Manual de Ociosidades
tuvo tan buena acogida entre el público que se trasladó también a Radio Capital
en 1990. Fue el primero de varios espacios radiales en los que Quintero
compartió micrófono con Elizabeth Fuentes, Miguel Delgado Estévez, Alonso
Moleiro y hasta con su propia hija, Arianna Arteaga, cómplice y colega de
varias de sus aventuras. Después de una primera y breve incursión en la televisión
con Valentina TV, en 1994 apareció el exitoso programa Bitácora, ganador de los
premios Monseñor Pellín, el Premio Nacional de Periodismo y el Dos de Oro. En
1996 se publicó la primera Guía de Valentina Quintero,
un longseller entre las guías turísticas venezolanas. Su más reciente
trabajo es Dos de viaje, un programa televisivo realizado junto con su hija
Arianna, en el que revelan las bellezas y valores de un país, aun en medio de
las mayores dificultades.
Gracias a su carisma,
energía vital, conocimiento y sentido de pertenencia, Valentina Quintero se ha
ganado un sitial de honor entre los venezolanos que han hecho del amor por el
país un oficio ejemplar. Ella lo tuvo claro desde muy joven y su propósito se
mantiene inalterable: “Estoy empeñada en mostrarle Venezuela a los venezolanos.
Mi deseo es que se enamoren del país”. Su rol de viajera y cronista ha
adquirido con los años un papel esencial en la conciencia de una nación que,
desde su mirada fresca, curiosa y afectiva, nunca deja de ofrecer inesperadas
bondades y maravillas.
Luis Yslas
15-02-18
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