Por Carolina Gómez-Ávila
Legitimar es un verbo que
usamos con frecuencia cuando hablamos de la situación nacional. Pero el verbo
legitimar no tiene relación alguna con el verbo impedir que quizás reflejaría
mejor la intención de quienes lo usan. Escoger uno en vez de otro aumenta la
frustración y propicia reacciones violentas. Legitimar (o deslegitimar) a la
dictadura no impide que lo siga siendo; un tirano deslegitimado puede continuar
detentando el poder y oprimirnos “de facto”, porque la deslegitimación no lo
depone ni lo frena. Cuando se entienda esto, la violencia no se hará esperar;
los más arrojados irán contra el déspota pero los cobardes contra cualquiera
que crean que debería enfrentar a sus fuerzas armadas, acción que ellos mismos
no son capaces de ejecutar.
La realidad es que los
resultados de la convocatoria del 22 de abril, por sí mismos, no impedirán que
el dictador siga allí. La abstención no destituirá al gobernante ni frenará
nuestro actual horror; pero tiene implicaciones éticas y prácticas que se
desestiman a la hora de formarse una opinión sobre acudir o no a la emboscada
dictatorial, considerando que los partidos políticos son agrupaciones de
personas que pretenden hacerse del poder y sólo hay dos vías para ello: por los
votos o por la fuerza. El voto es el terreno de los demócratas, la fuerza es el
terreno de quienes disponen de armas y están dispuestos a matar o morir.
Y la rendición sin haber
disparado una bala es el terreno de los ilusos, como lo es de quienes creen que
sólo habría muertos en el bando “enemigo” o sólo entre quienes empuñen fusiles”
Pienso que huelgas
electorales sucesivas nos acercan al derramamiento de sangre -toda del mismo
color- por lo que ningún muerto merece ser llamado “daño colateral”. Pero
detrás de las opiniones favorables a la abstención no parece estar muy claro
que, al renunciar una y otra vez a participar, los partidos políticos se
obligan a insurgir, insurgencia que puede durar décadas y contabilizar
miles de víctimas; tampoco sopesan que si tuvieran éxito en derrocar a la
dictadura estaríamos en otra dictadura, puesto que la democracia sólo se
alcanza con “elecciones libres y justas” -una lista de principios y normas
adoptados por la Unión Interparlamentaria, de la que Venezuela es miembro, y
que podrá leer y descargar aquí.
Claro que no se cumplen las
condiciones que allí se enumeran, en consecuencia debemos exigirlas y luchar
por ellas. ¿A quién debemos exigirlas, cuándo y cómo debemos luchar por
ellas? En esas respuestas se nos ha ido la vida opositora, pero nadie
tendrá una opinión cabal hasta no entender de qué se trata y haberse enterado
de los mecanismos que pueden activarse. Sin duda que si la abstención es una
estrategia, ella sola no basta y -aisladamente- es la más peligrosa de todas.
Piense además en el esfuerzo que requerirá rescatar eventualmente la
“institución del voto” y escudriñe un poco en la moda “abstencionaria”, término
usado por quienes escogen atentar contra el sistema de partidos múltiples
imprescindible para la alternancia democrática que exige la República. Habrá
quien diga que con el “candidato adecuado” se recuperará la credibilidad del
voto y se generará el entusiasmo suficiente para una nueva cita electoral sin
darse cuenta de que el “candidato adecuado” será quien pueda adelantar una
poderosa y multimillonaria campaña. O sea, sólo un candidato de los poderes fácticos
como en 1998.
Aquí estamos ante la celada
dictatorial de una megaelección el 22 de abril, fin del viaje de consolidación
de la dictadura, que consiste en arrebatarles los espacios legislativos a las
últimas voces opositoras. Despediremos a los diputados de la Asamblea Nacional,
a los diputados de los Consejos Legislativos estadales y a los ediles de los
Concejos Municipales que habrán abandonado sin oponer resistencia.
¿Y el 23 de abril, qué van a
hacer los hombres y mujeres de los partidos políticos que seguramente pasarán a
estar proscritos por no haber participado en la farsa electoral? ¿Tomarán un
fusil? Porque no tendrán nada más que hacer ya que quedarán sin empleo y sin
organizaciones legales desde las cuales luchar. Republicanamente no podré apoyar
a guerrilleros, ni humanamente querré que seamos invadidos por extranjeros para
que comience una carnicería que muchos ignorantes desesperados desean porque
creen que será breve y aséptica. La antipolítica y los poderes fácticos pasarán
a financiar grupos armados y empezará una guerra civil quién sabe por cuántos
años, quién sabe con cuántos muertos. Parece que no se dan cuenta de que ese es
el terrible riesgo de renunciar a participar en elecciones: si no es por
votos, esta sería la forma para intentar acceder al poder. No hay otra manera.
24-02-18
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