Por Maritza Izaguirre
No hay duda de que las
cifras reflejan el deterioro creciente de la calidad y nivel de vida de los
venezolanos. Igualmente señalan el elevado número de habitantes de estas
tierras que abandonan el país; la emigración masiva es un fenómeno que ha
crecido exponencialmente en los últimos años.
Las consecuencias del
fenómeno ya se hacen sentir, ya que incide en la composición de la población en
edad de trabajar. Los primeros en salir, en los años ochenta y noventa, fueron
en su mayoría egresados de nuestras universidades, muchos de ellos con estudios
de posgrado y con años en el ejercicio profesional, quienes decidieron aceptar
ofertas competitivas en el exterior, motivados no solo por las ventajas
salariales, sino por la oportunidad de ofrecer a su familia, en especial a sus
hijos, la posibilidad de vivir y educarse en un entorno amigable, seguro y sin
sobresaltos, semejante a la Venezuela de su infancia y adolescencia, que les
permitió crecer sin sobresaltos, en un ambiente de respeto y modernidad. Una
sociedad que se distinguía por su receptividad con el inmigrante, al que
ofrecía la posibilidad de integrarse y progresar en una comunidad llena de
oportunidades.
Sin embargo, en los últimos
veinte años, ante el deterioro creciente de la economía, consecuencia de las
políticas adoptadas, la situación se ha deteriorado progresivamente, la
capacidad productiva interna ha disminuido, la oferta de empleo estable y bien
remunerado cae al reducirse la participación del sector privado, y la expansión
del sector público ha sido ineficiente y a un alto costo; por otra parte, la
debilidad institucional ha conducido al deterioro progresivo en la oferta de
servicios públicos, en especial agua, electricidad, gas, comunicaciones,
transporte, educación y salud, entre otros. Situación que ha conducido al
desabastecimiento, escasez de bienes básicos, alimentos, medicinas, lo que
genera preocupación y angustia en la población afectada, que protesta ante el
deterioro creciente del poder adquisitivo de sus ingresos y que incide en su
capacidad de compra de alimentos, medicina y transporte.
La angustia conduce entonces
a la decisión de abandonar el país, tratando de conseguir un mejor nivel de
vida fuera y aspirando a generar ingresos en moneda dura, que permita girar a
la familia dinero que les posibilite afrontar los gastos crecientes, en
especial alimentos y medicinas.
De otro lado, estamos perdiendo
conocimiento y experiencia laboral, ya que se alejan, al menos temporalmente,
no solo profesionales, sino obreros y personal calificado, a los cuales hay que
reemplazar, lo que obliga a los empleadores al diseño de estrategias. En una
primera instancia, al tratar de retener ofreciendo compensaciones especiales,
si es imposible iniciar el reclutamiento de los sustitutos, lo que no es fácil
en un ambiente hiperinflacionario y de deterioro social y político.
De allí la crisis que
enfrentamos en el corto y mediano plazo, lo que afectará la productividad de
los recursos humanos y la calidad de los servicios prestados, en especial en la
educación y la salud, entre otros.
20-02-18
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