Por Simón García
Tienen cierta razón los que
afirman que el dilema no es votar o no. La disyuntiva verdadera es enfrentar
hoy activamente al régimen o diferirlo para un día después, dejar que Maduro
juegue solo en el tablero electoral para reforzar, sin la protesta ni del voto
ni de la movilización, la naturaleza totalitaria del régimen.
Salirse del cerco
autoimpuesto implicaría abandonar la fundamentación principalmente formal y
jurídica de la acción opositora y comprender que para combatir una dictadura no
bastan declaraciones de principio y rechazos discursivos. El cerco se
restablece cada vez que se concentra la discrepancia y la descalificación mutua
entre la oposición en estas opciones, reducidas ambas a un asunto de creencia y
no de acciones prácticas. Aunque las dos tengan tras sí argumentos válidos, no
ignoremos que con buenas razones podemos adoptar decisiones catastróficas.
Estamos obligados a
reflexionar sobre nuestro comportamiento. La necesidad más urgente es superar
las divisiones: entre los partidos, las élites, lo social y lo político, lo
nacional y lo internacional, lo que se piensa y lo que se practica. Si el
equilibrio unitario es un requisito de sobrevivencia para la oposición, hay que
tratar la diversidad como aportes y transformar las diferencias en fortalezas
de cada uno y del conjunto.
Se podría comenzar por
verificar si pueden complementarse en un mismo plan de luchas la campaña para
ganar votos como la de no votar, haciendo que cada una de ellas corresponda a
segmentos de la población unidas en la voluntad de rechazar al régimen.
Aproximar posiciones entre la sostenida por la MUD y las que existen fuera de
ella, en el ala moderada y el ala maximalista.
¿Por qué si el régimen puede
elaborar y difundir la idea de un enfrentamiento entre Maduro y Cabello, la
oposición exige una forma única de dar la pelea? Frente a un enemigo tan
poderoso, como es un Estado inclinado hacia el control totalitario de la
sociedad, ¿no debería contemplarse un juego de roles para lograr metas por
separado?
La oposición es lineal. Sus
reacciones pueden ser adivinadas por un régimen que ha mostrado habilidad para
descolocarla, encallejonarla o conducirla hacia determinadas posiciones. No se
ayuda ni con los riesgos de las sorpresas ni con las astucias para distraer o
confundir al adversario.
La oposición no debería
quedarse fuera del tablero electoral ante la operación Rosalinda de Maduro y
Cabello destinada a configurar una hegemonía total y excluyente. Está
demostrado que el régimen puede ser derrotado, aun bajo un esquema dictatorial
de condiciones, si campaña, candidato y electores asumen una defensa activa de
la democracia y de los intereses de vida de la población, con plena conciencia
acerca de lo que enfrentamos: todo el poder es un fraude. Su trampa para
consolidarse es eliminar la competencia de la oposición en todos los terrenos,
incluido el electoral.
La mega elección es la
aceleración de un plan totalitario, no un simulacro. Los principales partidos
deberían cuidarse de no repetir el error del 2015 a la cuatro, para terminar
todos diciendo que podíamos elegir y no lo sabíamos.
25-02-18
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