Por Claudio Nazoa
Esto
lo escribí hace 17 años,
pero
lamentablemente,
hoy,
más que nunca, está vigente.
Espero
no tener que publicarlo nuevamente
dentro
de 17 años más…
Carlos Raúl Villanueva pasea
por la Universidad Central de Venezuela. Su Universidad. Se detiene frente al
reloj y compra una chicha ligadita con ajonjolí.
Escucha que alguien lo
llama, voltea a todos lados hasta que levanta su cabeza y descubre que es el
gran reloj quien le habla:
—¡Maestro, auxilio!
¡Ayúdenos! Estas horas son negras y pesadas. Son horas de brutalidad e
ignorancia –suplicante añade–. Por favor, sáqueme de aquí, regréseme al hermoso
diseño que creó en un papel sobre su mesa de dibujo.
Calcinado por el sol, el
gran reloj de la UCV continuaba su monólogo.
—Yo, maestro Carlos, apuré
siempre a profesores y alumnos que llenos de alegrías, ideas, proyectos y
sueños, pasaban por aquí. Yo no fui diseñado para andar para atrás y usted lo
sabe, solo puedo y debo andar hacia delante, pero parece que hay algunos que no
lo entienden.
Carlos Raúl escuchaba en
silencio.
—Mi base, en forma
helicoidal, me inspira a ir hacia arriba, hacia ese lugar donde está usted
junto a su colega, el gran arquitecto del universo. Soy el símbolo del tiempo
universitario que marca la sublime inteligencia que siempre me ha rodeado. Soy
el vigilante silencioso del tiempo que alumnos y maestros invierten en
descubrir los cimientos de la ciencia y la filosofía.
Mis agujas señalan optimistas
los segundos que se convierten en minutos y estos en horas y luego en años.
Soy, mi estimado Carlos, el tiempo útil que jóvenes, llenos de ilusiones,
emplean para descubrir los misterios de la vida.
Tras una larga pausa, el
reloj unió las agujas que giran en su esfera numerada, y casi como si fuera a
orar, marcando las 12:00, imploró con dolor:
—Maestro, dígale a Calder
que nos preste las nubes de la cubierta arqueada que flotan sobre nuestra Aula
Magna. Dígale que montados sobre ellas, usted y yo podremos volar hacia un
sitio donde existe la UCV que usted soñó.
¡Apúrese maestro! Vargas nos
espera y nos recuerda que el mundo no es de los violentos sino de los justos
que habitan en él.
II
Mientras escuchaba al reloj,
Villanueva terminó de tomar su chicha, tras una breve pero significativa pausa,
con dulzura en la voz, dijo:
—No, querido reloj. Tú,
Calder, Vargas y yo nos quedamos aquí, acompañando a los justos, a los que
piensan, enseñan, estudian y aman en libertad.
Recogiendo sus instrumentos
de diseño, Villanueva levantó su cabeza y con el sol de frente le dijo al gran
reloj:
—Ten calma Guía del Tiempo,
que lo que aquí hay es un problema de plomería: se rompió una cloaca y la
porquería, las ratas y las cucarachas, han invadido momentáneamente este recinto...No
te preocupes, seguramente ya vienen 50.000 plomeros de boinas azules a
limpiarlo.
El reloj, más erguido que
nunca, miró con nostalgia hacia la Tierra de Nadie, hacia las instalaciones de
su ahora mancillada casa de estudios. Uno de sus números, como si fuera una
lágrima, se desprendió de su esfera y cayó sobre la Plaza del Rectorado.
—Ten calma –repitió el
arquitecto–, no eres el único reloj que se queja en Venezuela. Los relojes como
tú nos alertan que el tiempo se diluye en esperanzas inútiles.
Solo te pido lo que sabes
dar: dame tiempo reloj ucevista. Ese tiempo que tú mismo marcas, el que nos
avergüenza después de que pasa por no haber tomado partido por la verdad. Por
favor, tranquilízate, pronto será todo como antes; recuerda que eres el principal
testigo de que la UCV siempre ha vencido la sombra, la brutalidad y la
estupidez que en vano tantas veces han tratado de posarse en ella.
UU-UCV, UU-UCV, UU-UCV...
A lo lejos, Vinicio Adames,
acompañado por los integrantes del Orfeón Universitario, tapiza el cielo con
las insustituibles voces de las almas de quienes, al igual que el rector Jesús
María Bianco, el poeta Aquiles Nazoa, el cantante Alí Primera y el profesor
Luis Castro Leiva, nos dejaron prematuramente; pero que, sin embargo, desde la
inmortalidad del recuerdo luchan para que hoy, más que nunca, el verdadero
espíritu ucevista se enaltezca con la fuerza de un auténtico ideal y con el
orgullo de pertenecer a la Universidad Central de Venezuela, como dice la letra
de nuestro himno universitario:
“...Esta casa que vence la
sombra,
con su lumbre de fiel
claridad,
hoy se pone su traje de
moza,
y se adorna con brisa
de mar...”
Caracas, domingo 1° de abril
de 2001
16-02-18
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