Por Andrés Guevara
Venezuela constituye un
hervidero constante de acontecimientos. Día tras día, una noticia sucede a la
otra, y no tenemos tiempo siquiera de asimilarlo. Lo peor del caso es que cada
vez se hace más complejo priorizar la magnitud de los eventos. Qué es importante
y qué no lo es en el medio de la temida crisis humanitaria.
Creemos, sin embargo, que
uno de los temas más recurrentes en los últimos meses es el de la migración de
venezolanos. El éxodo de millones de seres humanos que por distintas razones y
realidades han tenido que movilizarse fuera de Venezuela.
No es nuestra intención
analizar las causas de este fenómeno, ni mucho menos escudriñarlo con la
precisión de un cirujano. A grandes rasgos en otros espacios hemos dicho que el
tema migratorio en el caso venezolano no puede verse como un hecho aislado. Por
el contrario, debiera enmarcarse dentro de los principios del derecho
internacional para los refugiados, y abordar el asunto en consecuencia.
Ahora bien, la premisa
central de este artículo es otra. Como consecuencia del desplazamiento masivo
de venezolanos a otras latitudes, hemos escuchado de forma recurrente que solo
se están quedando en el país los peores, los menos aptos, aquellos que, por una
circunstancia u otra, padecen una suerte de condena que los impide alcanzar la
modernidad y el desarrollo por el solo hecho de vivir en Venezuela, mientras
que aquellos que se encuentran afuera, gracias al hecho propio de vivir en
sociedades más funcionales, tienen gran parte del camino andado para lograr
alcanzar un mínimo de dignidad que requiere todo ser humano.
No hay discusión en cuanto
al hecho de que la fuga de talento en Venezuela obedece a diversos incentivos,
y que como consecuencia de ello el país haya perdido capital humano. Al mismo
tiempo, sin embargo, no comparto la premisa de que como consecuencia de esa
pérdida de capital humano Venezuela esté únicamente habitada por seres con
capacidades inferiores condenados irremediablemente al menosprecio.
Sí. Hoy Venezuela está
sometida a las premisas de una sociedad cerrada y difícilmente pueda existir un
país en el hemisferio occidental que detente tal nivel de destrucción, digno de
una guerra, como consecuencia de la aplicación pura y simple de un programa de
gobierno que se resume en las ideas de planificación centralizada y control de
la vida humana a través del Estado.
A pesar de toda la tragedia
que vive el país, en Venezuela todavía existen personas preparadas dispuestas a
mantenerse en pie y seguir luchando en sus respectivas esferas vitales. Si bien
a medida que se agudiza la crisis humanitaria, el éxodo pudiera seguir captando
estos talentos, mientras permanezcan en Venezuela deben seguir siendo motivados
y alimentados a seguir adelante. No se trata simplemente de relatar consignas
de autoayuda, ni mucho menos ver como una virtud los padecimientos que a diario
sortean los que todavía hacen vida en el país. Nada más peligroso que ensalzar
como virtud el aguante que puede tener un hombre ante la degradación
totalitaria.
Sin embargo, no todo el
mundo puede irse de Venezuela, aun y cuando su población cada día esté más
diezmada. Miles de razones pueden ser esgrimidas, propias del orden espontáneo
de la interacción humana. Lo cierto del caso es que ya suficientemente compleja
y amarga es la vida en el país para que, en adición a ello, se tenga que cargar
también con el fardo de una suerte de capitis diminutio por el solo
hecho de habitar en nuestra convulsa geografía. Al contrario, no quiero
abandonar mi creencia de que a pesar de todo, incluso en estas circunstancias
extremas, es posible encontrar algunos de los mejores en Venezuela.
22-02-18
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