Por José Toro Hardy
Concluida la II Guerra
Mundial se desata una nueva y feroz contienda entre las dos superpotencias que
habían emergido vencedoras del conflicto. Cada una de ellas encarnaba un
sistema diferente con filosofías opuestas. En la primera la primacía era del
individuo y en la otra, del Estado. Eran dos visiones confrontadas de la
sociedad. En una, la propiedad privada era un derecho fundamental; en la otra,
la propiedad de los medios de producción en manos del Estado era la base del
modelo económico. La libertad del individuo, la libertad de expresión, los
derechos humanos, eran la columna vertebral de uno de los dos modelos, en tanto
que en el otro privaba la subordinación del individuo a los fines del Estado.
Uno de aquellos sistemas defendía la libertad de culto y para el otro la
religión era “el opio del pueblo”. Un modelo se inspiraba en los filósofos
políticos del Siglo de las Luces que propiciaban la división y el equilibrio de
los poderes, en tanto que el otro tomaba su inspiración del materialismo
dialéctico de Hegel según la visión de Carlos Marx. Uno propiciaba el
establecimiento de gobiernos democráticos, en tanto que el otro derivó hacia la
formación de regímenes policiales. En fin, eran dos sistemas
irreconciliablemente enfrentados a la cabeza de los cuales estaban, por una
parte, Estados Unidos y, por la otra, la URSS.
Las dos superpotencias
contaban con armamento atómico capaz de destruir a la humanidad. La paz se basó
en la llamada “destrucción mutua asegurada”. Ninguna de las dos se atrevía a
enfrentarse directamente con la otra, a pesar de lo cual se enfrentaban en sus
respectivas áreas de influencia.
Aquella Guerra Fría, término
acuñado por Bernard Baruch –consejero del presidente Roosevelt– y popularizado
por el editorialista Walter Lippmann, copó las angustias de la humanidad.
Muy pronto uno de los dos
sistemas demostró que era capaz de propiciar un mayor bienestar económico. Dentro
del capitalismo el funcionamiento del mercado permitía un más eficiente
aprovechamiento de los recursos. Las preferencias de los consumidores
orientaban a los productores a través de los precios. Cuando los consumidores
estaban dispuestos a pagar un mayor precio por un producto, surgían productores
dispuestos a ofrecerlo para obtener una ganancia, hasta que la oferta superaba
a la demanda y el precio de ese producto bajaba. La sociedad en su conjunto se
beneficiaba y sus miembros lograban un mejor nivel de vida.
Por el contrario a quienes
el destino obligó a vivir bajo regímenes comunistas no les tocó la misma
suerte. Ciertamente, el comunismo permitió la creación de Estados y ejércitos
poderosos. Al existir en ellos un sistema de planificación centralizada, sus
responsables canalizaban la mayor parte de los recursos a atender las
necesidades de los gobiernos. No contaban aquellos planificadores con el
mecanismo de los precios para orientar la producción. Solo después de
satisfechas las prioridades del Estado, se destinaba el remanente a atender las
necesidades básicas de la población.
El comunismo murió por
ineficiente. No fue capaz de resolver el problema de los ciudadanos ni de los
países. Durante el llamado “otoño de las naciones”, en 1989, se vino a pique en
todas las naciones europeas de la órbita soviética y en 1991 en la propia URSS
que se desintegró en 15 naciones diferentes. Todo ocurrió sin que se disparase
ni un tiro. “Es el fin de la historia”, proclamó Fukuyama.
Por desgracia, Venezuela se
ha transformado en un nuevo ejemplo de la destrucción social, moral y económica
que puede acarrear el marxismo. Mientras exhalaba sus últimos suspiros, el
comunismo, aupado por una isla arruinada del Caribe, clavó sus garras en
nuestra patria, la expolió y la destruyó. Su fracaso fue tal que el “caso
Venezuela” será estudiado como un absurdo en las universidades del mundo.
Pero hoy no existen la URSS
ni la Guerra Fría. Hay empresas rusas y chinas aprovechándose tanto como pueden
del país y recibiendo contratos a dedo, pero ni Rusia ni China están librando
una guerra por imponer un sistema. El marxismo feneció. Su último intento
ocurrió en tierras venezolanas. Estamos siendo testigos de la muerte de un
sistema.
15-02-18
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