Por Ángel Oropeza
Se cuenta que una vez llamó
Dios al diablo y le dijo: “Son tantas las plegarias que me hacen para quitarte
tu fuerza que he decidido despojarte de todas tus facultades. Solo voy a darte
la opción de quedarte con un único poder, así que elige”. El diablo se fue
pensativo, indeciso de con cuál poder quedarse, aquel capaz de hacer el mayor
daño y compensar no tener ningún otro. Después de pensarlo mucho, el diablo se
dirigió a Dios y le dijo, con una mueca de maliciosa satisfacción: “Ya tengo el
poder que voy a elegir. Me quedo con el poder de desalentar a los hombres. Con
eso me basta”.
El poder del desaliento y la
desesperanza es devastador, tanto en la vida de las personas como de las
colectividades. En nuestra Venezuela de estos días, cualquier acción política o
ciudadana futura requiere romper el ciclo autorreforzante de la desesperanza,
porque ella paraliza, conduce a la inacción, a la resignación y a la entrega.
El desaliento, no en vano alimentado permanentemente por quienes nos oprimen,
impide que las personas puedan ver su real fortaleza y sus capacidades
objetivas, y oculta estas bajo la convicción aprendida de que nada se puede
hacer y que todo está perdido.
No hay tarea más urgente
para la dirigencia política y social del país que romper el ciclo perverso y
paralizante de la desesperanza. Y para ello es imperioso proponer un camino,
porque no hay nada más desalentador que sentirse caminando en círculos, sin un
norte que oriente los pasos. Pero, además, es necesario recuperar la percepción
colectiva de eficacia política, que no es otra cosa que el convencimiento de
que se puede incidir en los hechos políticos, y que estos no son impermeables ni
inmunes al accionar de las personas. Y esto se logra, entre otras formas,
involucrando a la gente directamente en la discusión sobre las alternativas de
solución a sus problemas, e incorporándolos en tareas y actividades concretas
que se deriven de estas discusiones. La Mesa de la Unidad Democrática tiene el
reto de anunciar en los próximos días al país una estrategia comprehensiva
orientada a estos dos objetivos. De nuevo, no hay asunto más urgente, sin el
cual ningún cambio será posible, que despertar aquello que definió nuestro
Aquiles Nazoa como los poderes creadores del pueblo.
Una parábola del Evangelio
de san Mateo habla de 10 vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron a recibir
al esposo. 5 de ellas eran necias y 5 prudentes. Pero las necias, al tomar sus
lámparas, no llevaron aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas
llevaron aceite en sus alcuzas. Como el esposo tardaba en venir (algunas habrán
pensado: “Eso ya no va a pasar, no sigo más”), se durmieron. A medianoche se
oyó un grito: ¡Ya está aquí el esposo! Entonces se levantaron todas y
aderezaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dennos del
aceite de ustedes porque nuestras lámparas se apagan”. Pero las prudentes les
respondieron: “Mejor es que vayan a comprarlo, no sea que no alcance para
ustedes y nosotras”. Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que
estaban preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Luego
llegaron las otras diciendo: ¡Señor, ábrenos! Pero él les respondió: “No las
conozco”. Y al finalizar la parábola, Jesús remató con una exhortación que muy
bien nos viene a nosotros: “Estén siempre preparados, porque ustedes no saben
ni el día ni la hora”.
Los modelos de dominación
como el que –por ahora– se ha instalado en Venezuela, se alimentan y fortalecen
con la desesperanza y el desánimo. La única forma de enfrentarlos es no
abandonando la lucha, manteniendo la presión y la organización del pueblo, y
seguir la estrategia de acumulación gradual de fuerza popular y de poder. Porque
si una característica tiene hoy nuestro país, es que su futuro es altamente
incierto e impredecible. Nadie sabe lo que va a pasar en Venezuela. Pero los
acontecimientos por venir no nos pueden sorprender desesperanzados,
desorganizados o durmiendo. Como las vírgenes necias de Mateo.
19-02-18
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