Pedro Trigo SJ 29 de marzo de 2018
Después
de resucitar, Jesús de Nazaret sigue llamando discípulos para compartir su vida
y proseguir su misión. También a nosotros nos llamó. Pero la situación es
distinta. Como dijo el ángel a las mujeres, “Jesús no está aquí” (Mc 16,6), no
está en este mundo. La diferencia entre la resurrección de Jesús y las demás
que él obró estriba en que las otras consistieron en una vuelta de la persona a
esta vida. Por eso los resucitados volvieron a morir. En cambio, Jesús fue
resuci- tado por su Padre a una vida nueva: vive humanamente la misma vida
divina en el seno de la comunidad divina. De ahí, la súplica ardiente de las
primeras comunidades: “ven, Señor Jesús”. Los cristianos nos sabemos dirigidos
al encuentro con Jesús, por eso no tenemos aquí morada permanente. Entonces
¿cómo estar con él, si él no está aquí?
Hay
que reconocer que a los cristianos no se los forma para que vivan su
cristianismo en la comunidad cristiana, para que se hagan cristianos en ella
ayudándose unos a otros. Pero, si está abierta a los pobres, la comunidad
cristiana está capacitada para abrirse con todo el ser y recibir a Jesús.
Hay
que reconocer que no aparece tan claro en la conciencia de los cristianos que
Cristo no está aquí. Hoy impera el pietismo y por eso muchos se imaginan que sí
está, aunque no se lo puede ver. No nos tomamos en serio que Jesús resucitado
ya no está en este mundo. Es cierto que se da una presencia desde la
trascendencia: nos atrae con el peso infinito de su humanidad, pero nos atrae
desde la comunidad divina. Es la presencia de la vida definitiva en esta vida.
Por
eso se imponen estas preguntas: ¿quién está hoy con Jesús? ¿Cómo se
está hoy con Jesús? Éstas son las preguntas de quienes quieren estar
siempre con él para ser así auténticos enviados suyos.
Por
analogía a los de la Iglesia, podemos hablar de los sacramentos de
Jesús. Y así decimos que a Jesús se le encuentra hoy en sus sacramentos.
Sacramento es presencia real en la ausencia real. En este caso presencia real
de Jesús en su ausencia real. Por eso en el cielo no habrá sacramentos.
Los
sacramentos de Jesús son cuatro y van en orden porque cada uno es puerta para
el siguiente.
Primer
sacramento de Jesús
El
primero se da independientemente del conocimiento que se tenga de la persona
histórica de Jesús de Nazaret y por eso todos tienen acceso a él. Está
expresado en el mensaje de Jesús a través de la representación del juicio
final, que trae Mt 25. Lo que se haga o deje de hacer a los pobres (hambrientos,
sedientos, gente sin ropa, enferma, encarcelada o inmigrante) se hace o deja de
hacer a él. De eso depende la suerte eterna.
Así
pues a la pregunta de quién está hoy con Jesús, la primera respuesta, una
respuesta absoluta, es: quien ayuda a los pobres. Por tanto también
se puede decir que quien hoy no ayuda a los pobres, no está con Jesús. Esto se
aplica tanto a creyentes como a no creyentes, o a creyentes de cualquier
religión; se aplica universalmente.
Es
fácil comprender que quien atiende a los pobres se comporta como Jesús y como
su Padre ya que su Padre se revela como el liberador de los oprimidos, y Jesús
no sólo estaba con los pobres y vivía atendiendo sus necesidades sino que
procuró por todos los medios que fueran sujetos ante Dios y ante la sociedad.
Quien obra así, obra, sin duda, animado por el Espíritu de Dios y de Jesús.
Pero, ¿por qué quien ayuda a los pobres ayuda a Jesucristo? ¿Cómo explicar esa
misteriosa presencia de Jesús en los pobres? Sin duda que nos excede. Pero aun
confesando el misterio, sí tiene sentido preguntarnos el por qué. Lo primero que
se nos viene a la mente es que Jesús no sólo vivió para ayudar al necesitado
sino que lo hizo precisamente desde su condición de ser de necesidades ya que,
al abandonar la familia y la profesión, literalmente no tenía dónde reclinar la
cabeza y dependía por tanto completamente de los demás. Tal vez eso es lo que
significa que el Resucitado es el Crucificado. Si Jesús es el Condenado
resucitado, está presente en los condenados de la tierra.
Es
claro que, si el evangelio es en primer lugar para los pobres (Lc 4,18 y 7,22)
y por eso, como dijo Juan XXIII, la Iglesia, que es de todos, es
primordialmente la Iglesia de los pobres, los cristianos tienen que ser ante
todo los amigos de los pobres, sus servidores, con el mismo espíritu que su
Maestro. Los pobres tienen que saber que pueden contar siempre con la Iglesia.
Esto
hoy en Venezuela, tiene exigencias muy concretas. No, ciertamente, la de
competir con el gobierno; pero sí la de que los pobres sepan in- tuitivamente
que en cada localidad la Iglesia es suya. También tiene que quedar claro que el
ser- vicio de la Iglesia a otras clases tiene que darse desde la perspectiva de
los pobres y con extensiones concretas sistemáticas a gente popular.
Después
de todo lo dicho, es inevitable la pregunta sobre en qué ayudo yo concretamente
a los pobres. La respuesta expresa si estoy o no con Jesús. ¿Existe algo más
importante?
Hay,
sin embargo, una diferencia respecto del tiempo de Jesús: es la movilidad
social basada en el desarrollo de los medios productivos. En tiempo de Jesús un
pobre muy frecuentemente lo era durante toda su vida y debía ser ayudado
siempre. Por eso la importancia de la limosna. Sin embargo hoy, sin descartar
de ningún modo este tipo de ayuda, la ayuda más decisiva es la capacitación
inicial y laboral y proporcionar empleo y seguridad social. Luchar por todo eso
es de modo eminente ayudar a los pobres ya que es posibilitarlos que dejen de
serlo.
Segundo
sacramento de Jesús
El
segundo sacramento es el de la comunidad cristiana: donde dos o
tres se reúnen en su nombre, Jesús está en medio de ellos (Mt 18,20). En medio
no es un lugar, por ejemplo, el centro. Recordemos que no está aquí. En medio
es en lo que los media. Él está entre nosotros. Si entre
nosotros no hay nada, porque cada uno estamos al lado del otro, pero sin ningún
lazo que nos una, no hay comunidad, no está Cristo. Pero tampoco está en
cualquier lazo. Si los lazos son cerrados, si no están abiertos
estructuralmente a los pobres, no hay comunidad cristiana sino comunidad de
carne y sangre, espíritu de cuerpo. Podremos entendernos muy bien y estar muy a
gusto entre nosotros, pero entre nosotros no está Jesús.
Pablo
explana sistemáticamente este punto en la parte exhortativa de sus cartas.
Habla constantemente de “mutuamente” y “unos a otros”: edificarse, ayudarse,
enseñarse, tolerarse, comprenderse, perdonarse, estimularse, consolarse,
emularse, soportarse, corregirse, esperarse… unos a otros. En suma, Jesús está
en la fe mutua en la que nos llevamos, en el amor fraterno con que nos amamos,
en la vida cristiana que compartimos. En este sentido decimos con toda
propiedad que la comunidad es cuerpo de Cristo porque él se hace presente en lo
que la construye, que son siempre relaciones mutuas.
Así
pues, a la pregunta de quién está hoy con Jesús, la segunda respuesta es: quien
vive en una comunidad cristiana, es decir, en esas relaciones mutuas, abiertas
estructuralmente a los pobres.
Hay
que hacer notar que en su nombre no se refiere sólo a los cristianos. Nombre en
la Biblia alude a la realidad de la persona que es llamada así. Por tanto
reunirse en nombre de Cristo es convocarse para proseguir su misión, que es
hacer de este mundo el mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios. Jesús está
entre los que se unen para luchar solidariamente por la justicia, por la
inclusión de los pobres y los diferentes, para conseguir que haya más vida y
que sea más humana. Así pues, Jesús está entre quienes prosiguen su misión con
su mismo Espíritu.
Hay
que reconocer humildemente que a los cristianos no se los forma para que vivan
su cristianismo en la comunidad cristiana, para que se hagan cristianos en ella
ayudándose unos a otros. La Iglesia parece más bien una institución dadora de
bienes y servicios religiosos y sociales. Pero también es patente que esa
manera de estructurar la Iglesia y de vivir el cristianismo está en crisis
terminal.
Tenemos
que estar claros en que si los cristianos no vivimos en auténticas comunidades,
nos privamos de esta presencia de Jesús. Queremos añadir que un signo
inequívoco de que los cristianos viven en comunidades auténticamente cristianas
es que sus miembros hacen comunidades, tanto otras comunidades cristianas como
comunidad cualitativamente humana en sus mundos de vida.
Tercer
sacramento de Jesús
El
tercer sacramento es el de la palabra de Dios, sobre todo los
evangelios, que son su corazón, cuando se la escucha discipularmente, es
decir, abriéndose de corazón a ella para que dirija la propia vida. La Biblia
no es Palabra de Dios cuando se la estudia o cuando se la lee para que confirme
decisiones tomadas. No lo es porque la relación es de un sujeto a un contenido.
Pero cuando la comunidad se abre con sinceridad, porque no quiere oír lo que la
halaga o la confirma sino lo que su Maestro tenga a bien decirle, entonces es
Jesús el que se hace presente en la Palabra. Lo es porque la relación es de
sujeto a sujeto: del Maestro y Señor, a los discípulos.
Como
la palabra pertenece a otra época y cultura, exige una mediación. Por eso la
lectura tiene dos momentos: en el primero la comunidad o el discípulo se
trasladan a Palestina y al tiempo en que sucedieron los acontecimientos y los
contempla amorosamente, empapándose por connaturalidad de la mentalidad, de las
actitudes, del modo de relacionarse de Jesús. Esto requiere de mediaciones para
contemplar realmente la escena, para que sea ella la que se vaya abriendo y
dando de sí y no la comunidad la que se proyecte en lo leído. Después regresa
adonde está reunida y se pregunta qué le ha querido decir el Señor.
Así
pues, a la pregunta de quién está hoy con Jesús, la tercera respuesta es: el
que escucha la Palabra, sobre todo los evangelios, como discípulo,
contemplándola para dirigir con ella su vida y para que ella le dirija cada día
su misión.
Tenemos
que decir que nuestra Iglesia latinoamericana y más en concreto venezolana no
es una Iglesia discipular porque no escucha diariamente como discípula a su
Maestro en los evangelios. En el mejor de los casos, somos personas religiosas,
ya que nos relacionamos con Dios. Pero no con Jesús de Nazaret, al que todavía
desconocemos. Por eso en su primer documento el Concilio Plenario Venezolano
decidió con toda resolución entregar la Biblia al pueblo y sobre todos los
evangelios, que son su corazón, como un acto de tradición constituyente. Sin
embargo, tanto a nivel latinoamericano como en nuestro país, existen
comunidades, sobre todo populares, en las que sí se lee con gran fruto la
Biblia.
Empatando
este sacramento con el primero, quiero decir con toda sencillez que es una
gracia invalorable la lectura orante comunitaria con gente popular, que, a
través de esta lectura comunitaria y altamente personalizada, se transforman en
pobres con espíritu. Como el evangelio es para los pobres, la comunidad
cristiana popular es el lugar más adecuado para leerlos, donde los evangelios
se abren con más plenitud, radicalidad y cuestionamiento para los discípulos,
siempre que se lean verdaderamente.
Cuarto
sacramento de Jesús
El
cuarto sacramento es el de la Cena del Señor. Jesús se nos entrega
en el pan y el vino como verdadero alimento para que, recibiéndolo y viviendo
de él, podamos hacer nosotros lo mismo, es decir, para que podamos entregar a
los demás esa vida que él nos dio. Comulgando así, tiene pleno sentido celebrar
la Cena del Señor, celebrar su vida entregada y entregada la noche en que lo
iban a entregar a la muerte, entrega amorosa de sí venciendo del odio de los
jefes que lo iban a matar, de la traición de un discípulo, de la negación de
otro, del abandono de todos.
Así
pues, a la pregunta de quién está hoy con Jesús, la cuarta respuesta es: quien
lo recibe en la Cena del Señor, abriendo todo su corazón para que Jesús tome
posesión de todo su ser y lo capacite para hacer él lo mismo: para entregarse a
los demás como su Maestro; más precisamente, para entregar a los demás esa vida
recibida de él.
La
comunidad cristiana estructuralmente abierta a los pobres, que se lleva
mutuamente en su fe, en su amor fraterno y en su vida cristiana, que se reúne para
que la Palabra, sobre todo los evangelios, lea sus vidas y marque su misión,
está máximamente capacitada para abrirse con todo el ser y recibir a Jesús en
el pan y el vino y dar a los demás esa vida de Cristo recibida, haciendo lo
mismo que él en su nombre.
No es
ocioso, sin embargo, preguntarse si celebramos la Cena del Señor en este
sentido preciso o un acto de culto, un sacrificio ritual como lo hacían las
religiones contemporáneas a Jesús, como lo hacía concretamente el judaísmo
hasta la destrucción del templo, como lo hacían en Indoamérica tanto las
religiones campesinas como las religiones imperiales. Parecería que para la
mayoría la Eucaristía no es la Cena del Señor sino un rito que celebra el cura,
a petición de interesados, para que interceda por ellos o más todavía por sus
familiares difuntos, o para que dé gracias por algún acontecimiento.
¿Por
qué la llamamos la Cena del Señor? Porque la hacemos por encargo suyo y para
hacer memoria de él, porque nos convoca su Espíritu y sobre todo porque en ella
él se hace presente y se nos entrega como alimento para que, viviendo de él,
hagamos nosotros lo mismo: prosigamos su historia y su misión. Al comulgar
todos de él, al vivir todos de la misma vida, nos hacemos cuerpo del Señor,
parte unos de otros, verdaderos hermanos en Cristo y nos comprometemos a
expandir esa fraternidad universal.
Para
comprobar si realmente celebramos la Cena del Señor habría que preguntarnos por
sus frutos, porque, como dice Pablo a los corintios, se pueden poner los signos
sin celebrar la Cena del Señor. ¿Es suficientemente visible que vamos viviendo
progresivamente la vida de Cristo y que por eso cada día vivimos un poco más
entregando esa nuestra vida a los demás, desde el privilegio de los pobres y
acogiendo a los tenidos como pecadores?
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