SIMON GARCIA. 20 de marzo de 2018
@garciasim
La
gente en la calle clama, con rabia y desesperación, ante la crisis de todo, que
hace insoportable la vida de cada uno. Fuenteovejuna murmura el nombre de un
mismo culpable: Maduro. Los analistas y las diversas encuestas muestran un
porcentaje asombroso de personas que, si fueran a votar, propinarían una
derrota Guinness al gobierno del hambre.
Buena
parte de los opositores se preocupan de las condiciones ventajistas, del
repertorio de arbitrariedades y trampas que habrá que doblegar para que la
determinante voluntad de cambio no sea escamoteada. Es un catálogo que conocen
bien los que han cubierto mesas por la oposición y las organizaciones con
experticia, en defensa del voto y observación electoral, que fueron soportes de
la victoria unitaria en las elecciones de 2015. Su ayuda es ahora más necesaria
que nunca porque las jiribillas vienen en talla extra-larga.
Pocos
se ocupan de las condiciones en las cuales tendrá que participar un gobernante
acosado por el fracaso, repudiado internamente por el propio chavismo, con una
cúpula en guerra por algún botín, aislado internacionalmente y desenmascarado
en el club de hinchas que lo veían como un proyecto de justicia social y ahora
se espantan ante los primeros vagones de un tren de delincuentes. El 80% de la
población valora negativamente la gestión y el 75% está dispuesta a castigarlo
electoralmente. Dos condiciones que licúan un triunfo oficialista aún si marca
las barajas.
El
país está a un paso de lograr lo que ha deseado durante años, muchas veces
prometido y siempre esfumado. Es cierto que hay inconvenientes como la
divergencia de los cuatro partidos ejes de la MUD que exigen determinadas
condiciones para participar y la posición de Henri Falcón quien, con el apoyo
de tres partidos de fuerza modesta, está luchando por cambiar las condiciones a
un punto que permita despedir a Maduro y sus políticas económicas en dos meses.
Pero
las frustraciones, la pérdida de credibilidad en líderes, el desgaste de la
confianza producida por campañas del gobierno para debilitar a la oposición y
enfrentarla entre sí, han hecho mella en la certeza del cambio. Buena parte de
la oposición se distribuye entre los que dudan en ir a votar y quienes han
perdido toda esperanza en el voto.
El
obstáculo que bloquea la victoria es la abstención. Un campo minado que puede
hacer estallar la realización de un cambio de presidente y de modelo, a menos
que se desarme con inteligencia y dedicación. Si no, esa extensa ausencia de
política que es la abstención, amputará el ejercicio del voto y sustituirá la
posibilidad de cambio por una irresponsable indiferencia.
La
situación es compleja, dinámica y acelerada. Una ventaja es que los principales
partidos no sean doctrinariamente abstencionistas. Otra, el lugar que va
tomando la idea de que se le puede ganar a Maduro, una condición que la
dictadura jamás soñó que se llevaría por delante a todas las otras que inventó
para sacar a la oposición del campo electoral y una vez separada, disparar a
una y otra parte. Pero las balas se le están convirtiendo en un bumerang de
votos.
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