Por Josefina Ruggiero
De una estirpe en extinción,
de esa que hace historia, era José Antonio Abreu, quien ha fallecido este sábado,
24 de marzo, a los 79 años de edad en la ciudad que atestiguó esa tenacidad y
disciplina que definieron su obra como gerente en el mundo de la música.
Su
lema tocar y luchar marcó el camino que durante más
de 48 años emprendió con su sueño de llevar la música clásica a
los cuatro puntos cardinales de Venezuela, desde las ciudades más
céntricas hasta los poblados más apartados a través del Sistema Nacional
de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, conocido como El Sistema,
y que agrupa a más de 500 mil niños y adolescentes.
Este Príncipe de
Asturias 2012 nació en Valera, estado Trujillo. Compañeros de estudio
del colegio La Salle de Barquisimeto lo recuerdan como un estudiante
aplicado y meticuloso, características que le acompañaron de adulto. Su pequeña
estatura no traducía la fuerza y empeño que siempre imprimió a sus decisiones y
así quedó manifiesto en el programa musical más ambicioso desarrollado en
Venezuela, donde sembró orquestas infantiles y juveniles en los 23 estados;
ejemplo replicado en países de la región y otros continentes.
Estudió economía y también fue
diputado, incluso jefe de la Comision de Finanzas (1961-1965)
y ministro de la Cultura en el segundo gobierno de Carlos Andrés
Pérez, pero más allá de estas responsabilidades, Abreu no entendía la
vida sin la música y a ella se dedicó como un sacerdote. “En el futuro no debe
quedar ni un niño, ni un joven fuera de la música en Venezuela. Todas las
provincias tienen que estar llenas de coros y orquestas, todas. La vida cotidiana
debe expresarse en música”, declaraba a AP en 2012.
En un país caribeño y de
cuatro, arpa y maraca, la música clásica era vista como elitista. Esas críticas
eran respondidas sin titubeo por Abreu, quien insistía en que todo niño
podía ser músico y ejecutar un instrumento. “La música hace del niño un
ser especial, le abre potencialidades intelectuales y lo dignifica. Le siembra
valores en el alma y le enseña a apreciar lo bello, lo noble”, era su argumento
más firme en su propósito de masificar ese género.
Solía recordar a la madre
Teresa de Calcuta, para quien “lo más miserable de la pobreza no es ni
siquiera la falta de pan o de techo sino la falta de reconocimiento, la falta
de identidad, no ser nadie”. Y una y otra vez reiteró que “la cultura para
los pobres no puede ser una pobre cultura”; por el contrario, creía firmemente
que debía ser refinada y ambiciosa.
“La fórmula
del maestro Abreu era paradigmática, mas no milagrosa. Su
ecuación estaba basada en la constancia, en la disciplina y en el trabajo del
ser humano que, desde muy temprana edad, entendía y aceptaba el sacrificio que
implica acceder a los más elevados valores espirituales”, escribió Eduardo
Marturet en 2008, quien recordó entonces que Winston Churchill decía que el
coraje era la mejor de las virtudes porque garantizaba la existencia de todas
las otras. “Creo que la mayor enseñanza del maestro Abreu es
habernos hecho entender con su forma de ser, con su manera de enfrentar la
vida, que el potencial de cada ser humano es ilimitado”.
Admiradores y críticos
coinciden en que la capacidad de trabajo de maestro Abreu no
tenía comparación. Florentino Mendoza, director del núcleo Chacao y con 30 años
en El Sistema, confiesa que los días más incómodos para Abreu siempre
fueron los festivos, porque no podía trabajar. Consideraba que ya tendría mucho
para descansar en la eternidad. Era un hombre inagotable que no sabía de
reposos. Un problema para los médicos que lo atendían y para sus inseparables
hermanas que velaban por sus quebrantos de salud.
No hubo día o semana en el que
no se levantara sin un propósito que atender. Desde los más complejos
proyectos, como orquestas en Groelandia, giras por los teatros más consagrados,
hasta los detalles más pequeños como llamar a un niño de alguno de los núcleos
para felicitarlo y estimularlo.
Foto: Primicias 24
24-03-18
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