En el rancho que Yuleidis
Marcano comparte con su esposo y seis hijos en una empobrecida barriada de
Caracas el hambre puede ser una sentencia de muerte.
En vísperas de Año Nuevo casi
mueren por comer yuca (mandioca) que un vecino les regaló y que había cultivado
sin saber que era una variedad venenosa. “Mi hija Valeria y mi esposo se
vieron mal”, recuerda.
El episodio registrado en La
Vega (oeste de la ciudad) retrata el limitado acceso a alimentos en hogares en
extrema pobreza, debido a la hiperinflación y escasez que azotan a Venezuela.
“Con esta situación casi nunca
tenemos comida”, cuenta cabizbaja Yuleidis, de 26 años, con su bebé de dos
meses en brazos.
Sus demás hijos, sin embargo,
hallaron un paliativo en casa de Gabriela Vega, una vecina que les da almuerzo
de lunes a viernes a 85 niños de esa comunidad.
Al lugar llega comida gracias
a “Alimenta la Solidaridad”, programa de la ONG Caracas mi Convive contra
la desnutrición infantil.
Un estudio de la organización
Cáritas de agosto pasado situó en 15,5% la desnutrición aguda en 32 localidades
de los tres estados más poblados del país.
Gabriela Vega posa en una
calle de La Vega, el 28 de febrero de 2018 en Caracas© AFP/Archivos FEDERICO
PARRA
De los menores que atiende
Gabriela, la mayoría solo come yuca. “El único lugar donde comen carne es
aquí, incluso para muchos es la única comida del día”, sostiene esta enérgica
morena de 35 años.
El consumo del tubérculo
prolifera por su bajo costo, pero puede confundirse con el que causó la muerte
en febrero a seis niños y un adulto, según la diputada opositora Karin
Salanova. En 2017 se reportaron una docena de muertes.
“Edad de piedra”
Un grupo de escolares con
uniformes raídos aguarda para almorzar. Entran en grupos de 12 a la pequeña
casa edificada sobre una ladera donde antes había un vertedero de basura.
Paredes de ladrillo sostienen
un techo de zinc abollado.
El olor a sopa de res con
vegetales se cuela por los vericuetos a los que se llega por estrechas
escaleras que arrebatan el oxígeno. Deben comer deprisa para que los demás
puedan entrar luego.
Una oración antecede el primer
bocado: “Señor, ayuda a los que no tienen nada para comer”.
A Gabriela, con tres hijos, le
han dicho que un comedor crea más pobreza, pero ella lo justifica: “allá
arriba viven personas tan pobres que uno siente que se quedaron en la edad de
piedra”.
Aunque el gobierno niega que
haya una crisis alimentaria y dice haber reducido la pobreza extrema a 4,4% en
2017, la Encovi, un estudio de tres universidades, la ubicó en 61,2%.
Optimista, Mariela Vega, madre
de ‘Gaby’, pone sazón al menú. “Los lunes preparamos granos, los martes
pasta con carne molida, los miércoles sopa, el jueves papa con huevo y los
viernes plátano con salchicha”.
Un batallón de madres se turna
para ayudar.
Miedo a cerrar
Fermina Núñez, colombiana de
47 años que llegó a Venezuela hace 14, encontró en lo de Gabriela una tabla de
salvación para sus dos hijos. Mientras esperan para comer, cuenta que hace
algún tiempo pesaba 68 kilos. “Ahora estoy en 47”.
La Encovi determinó que seis
de cada diez venezolanos perdieron en promedio 11 kilos en el último año.
El gobierno puso en marcha en
2016 un programa de venta de alimentos subsidiados en barrios pobres que
-asegura- beneficia a seis millones de familias, pero abundan las quejas de que
no llegan periódicamente.
El sueldo mínimo que el esposo
de Yuleidis gana como empleado público apenas alcanza para 30
huevos, “algo de queso y quizás harina”. Además, ella limpia
casas “para comprar al menos pan o yuca”, dice.
Al tiempo que combate el
hambre, Gabriela exorciza un pasado que la llevó a prisión durante 20 días por
robo. No quiere que los chicos “admiren a un malandro con pistola”.
Convencida de que la pobreza
engendra delincuencia, los incentiva a que estudien y hagan deporte.
En su comedor se respira
alegría y eso anima a Yoxander Segura, estudiante de 13 años que disfruta la
comida que sus padres no pueden costear. “Quiero ser bombero”, dice
sonriente.
Dejar de servir almuerzos
mortifica a ‘Gaby’, pues las dos semanas que cerró por vacaciones vio niños que
le lloraban por hambre. “Me da miedo que no podamos continuar”.
20-03-18
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