Por Aimé Nogal M.
Ahora que resuena el silencio
de los responsables, que no dirigentes, de los partidos
políticos, la sociedad civil les ha increpado con su poder de
convocatoria y recordado cuán fuerte puede hacerse escuchar cuando se organiza.
En la hora menguada que
atraviesa la República, no puede afirmarse que alguno de los extensamente
fotografiados políticos de oposición, haya entregado al país alguna
propuesta que implique esfuerzo, entusiasmo y transparencia. Por el contrario,
los otrora siempre dispuestos al discurso fácil, se han convertido en Juan
Peña, el protagonista del cuento de Pedro Emilio Coll, “El diente roto”.
Los notables: Aquella pléyade
de los 90
De la sociedad civil, los que
acariciamos los cuarenta, podemos recordar tibiamente las propuestas de “Los
Notables”, un grupo de intelectuales destacados que pedían la renuncia
de Carlos Andrés Pérez habida cuenta de la crisis que estremecía al
país.
El movimiento, liderado
por Arturo Uslar Pietri , convocante también de la marcha de los
“pendejos”, abogaba, en una misiva dirigida al Presidente de la República y el
Congreso Nacional, el 10 de agosto de 1990, por “hacer efectiva la
participación popular; lograr unaeconomía productiva para una sociedad más
libre y justa; reforma del sistema electoral(uninominal); democratización
de los partidos políticos; independencia del Poder Judicial;promulgación
de un cuerpo legal sustituto del actual que de forma inconexa, incompleta, y
contradictoria, define y castiga los delitos de corrupción
administrativa”.
Resultan comprensibles las
preocupaciones de este nutrido grupo de intelectuales, parte de la sociedad
civil de la época, tomando en cuenta que la inflación en el año 89 cerró en 80%
según el Índice de Precios al Consumidor, y los oscuros sucesos
del Caracazo, que cobró la vida de más de 200 venezolanos, sin que hasta
ahora el Estado haya asumido la responsabilidad por las violaciones a
los Derechos Humanos que se registraron por entonces.
¿Fue aquella misiva la
manifestación de la sociedad civil como conciencia del país? ¿El estruendo de
quienes aspiraban llegar al poder sin “mojarse” en las aguas turbulentas de la
política? ¿La oportunidad de los que tenían facturas pendientes y aprovechaban
para cobrarlas justo cuando el sistema crujía bajo los pies de la clase
política? Tal vez todas ellas en un coctel bárbaro y peligroso.
Los medios apostaron por
visibilizar a los voceros del movimientos y sus reclamos, génesis de la destitución
de Carlos Andrés Pérez y la vorágine política que otorgaría el favor de la
opinión pública, y de los votantes a un político que aspiró todas las veces
posibles a la Presidencia de la República, Rafael Caldera, a la sazón.
Asumiendo Caldera su gobierno, en el año 94, esa misma sociedad civil que había llevado a Pérez al cadalso, le exigía esta vez al otrora fundador de Copei, que disolviera el Congreso Nacional, inspirado en la experiencia peruana de Alberto Fujimori.
Caldera no oyó esas consejas,
pero sí cedió a las presiones que pedían el indulto presidencial a los
involucrados en la sedición de febrero y noviembre de 1992. Así, bajo la
excusa de la necesidad de reconciliación del país, y tal vez poniendo en
práctica sus dotes de pacificador evidenciadas en su primer gobierno y las
negociaciones con la rémora de la guerrilla, Caldera otorgó el indulto y lo
demás, es historia contemporánea.
¿Cambio al precio que
sea?
Entonces la sociedad civil
concibió como posible el cambio de rumbo del país, con el cambio de actores en
los asuntos públicos, y aquel entusiasmo que recorrió Venezuela en el año 99
que amenazó con quemar a los militantes de los partidos tradicionales y
refundar la República, hizo de framing perfecto para que los mismos que habían
abjurado del sistema político, comenzaran a cavar la tumba de la República
Civil.
Y lo lograron, sindicatos,
gremios, grupos variopintos se aseguraron de explicarle al país, las bondades
de un cambio radical, que borrara los vicios y excesos del cuartorepublicanismo.
El fin de la luna de miel: La
megaelección del 2000
Endulzados con la seductora
pero inútil idea de la reforma constitucional, la sociedad civil,
convencida de que una nueva Carta Magna borraría los problemas estructurales
del país, vio con buenos ojos la propuesta.
Sin embargo, la luna de miel
no es un estado que dure para siempre, y Luis Miquilena, entonces presidente de
la ANC, supo asestar un golpe certero a la relación con la sociedad civil,
cuando respondió a un periodista, socarronamente: “¿Y con qué se come eso?”.
Sin embargo, no crucifiquemos
la memoria de Miquilena por esa frase, cuando siendo honestos, muchos quisieran
responder de la misma forma aún hoy.
Dinamitados los partidos
tradicionales y despreciada la sociedad civil, llegó 2002, y entonces el mismo
empuje que habían puesto sindicatos, gremios y otros grupos en llevar al
“cambio” al poder, lo utilizaron para intentar desplazarlo. Eso también sabemos
cómo terminó.
“Es hora de cambiar”
Así tronó la sociedad civil en
el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela el pasado 6 de marzo,
altiva y entusiasmada se reencontró en el recinto de la Universitas. En una
sutil mezcla de discursos de autoayuda y rebeldía, los representantes del
espectro civil intentaron enviar un mensaje al país para combatir el desánimo,
el desasosiego, la desesperanza…la orfandad.
Exigieron cambio, nuevamente
en menos de 28 años, una frase que quizás de tanto uso haya perdido su
significado. La respuesta de uno de los destinatarios no se hizo esperar y, en
una rocambolesca operación al estilo gatopardo, se anunció un Frente
Amplio, integrado por los mismos de siempre, codazos mediante para salir en la
foto, exponiéndole a la sociedad civil en lenguaje fuerte y claro, lo que
Miquilena trató de explicar en el año 2000. La dirigencia política no entiende
con qué se come la sociedad civil.
28-03-18
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