Julio César Arreaza B. 25 de marzo de 2018
Estamos
viviendo tiempos difíciles, tiempos cruciales,
Venezuela ha sido saqueada por un régimen anti histórico, autoritario y
corrupto, que mantiene secuestrada la democracia y eliminó las elecciones
limpias, pero al final saldrá barrido y sepultado en el basurero de la
historia. Los venezolanos somos republicanos desde 1810, a partir que dimos el
primer grito de independencia frente a España. Si nos rebelamos contra la madre
patria, mucho más lo estamos haciendo frente a Cuba que nos tiene intervenidos
gracias a un régimen cruel que cedió la soberanía para mantenerse en el poder
como sea. Pero saben una cosa, nosotros somos estructuralmente republicanos y
después de estos 20 años aciagos construiremos la mejor democracia del mundo.
Este es el desafío.
Aprovechemos
la celebración de la fiesta mayor de la cristiandad para volvernos a Dios, las
sociedades que así proceden aunado a sus esfuerzos y emprendimientos consiguen
los objetivos de justicia y bienestar general.
Estamos
llegando al final de la cuaresma, que significa cuarenta y se aplica a los 40
días de preparación para celebrar la semana santa, la fiesta de la Pascua de
resurrección del Señor, que es la última estación del camino.
Cuarenta
días antes de la conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo.
El
tiempo de cuaresma empezó el miércoles de ceniza, allí se nos dijo:
“Conviértanse y crean en el Evangelio”, es pues un tiempo de conversión.
Termina
la cuaresma el jueves Santo. En este tiempo lo aprovechamos para revisar
nuestra vida, haciendo un balance del tiempo transcurrido, para mejorar como
cristianos y lanzarnos a un futuro mejor planificado. Es un tiempo para
renovarnos y transformarnos como personas.
Es
urgente cambiar de vida y seguir el ejemplo de Jesús de servir a los demás.
Hoy
celebramos el domingo de ramos. En el mes de Nisán del año 30, la primavera ya
se asomaba a las colinas de Galilea, ya despuntaban los brotes de las higueras
y a Jesús, todos los años, le recordaba la inminente llegada del reino de Dios.
La gente se preparaba para salir en peregrinación para Jerusalén y Jesús
comunicó a sus discípulos su determinación de ir con ellos. La ciudad santa era el centro del pueblo
elegido de los judíos dispersos por todo el mundo. Iban cada año a Jerusalén para reavivar sus
deseos de liberación.
La
entrada del manso Profeta de Nazaret, montado en un asno, era el símbolo
perfecto de que Él sólo buscaba un reino de paz y justicia para todos y no un
imperio dictatorial, construido con violencia y opresión. Aquella humilde
entrada contrastó con las entradas “triunfales” de los romanos cuando tomaban
posesión de las ciudades conquistadas.
¡No
más prisioneros políticos, torturados ni exiliados!
Julio
César Arreaza B.
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