Rafael Luciani, 30 de marzo de 2018
¿Puede
el ser humano parar el mal? ¿hasta dónde puede llegar su
obstinación por dañar la vida de otro? Y si el ser humano no está dispuesto a
cambiar ¿puede Dios hacer algo? El mal no sólo produce un sufrimiento psíquico
en los demás. También puede llegar a paralizarlos y convertirlos en
víctimas. La Shoá nos revela que hay opciones que pueden llevarnos a un
punto de no retorno si dejamos adormecer nuestras conciencias y nos entregamos
al reino de la indiferencia.
Toda
víctima suele preguntarse ¿por qué a mi? ¿por qué Dios lo permitió? Y si lo
evita para algunos ¿por qué no para todos? Lo más usual es creer en un Dios
retributivo que permite el mal como prueba de fe. Algo absurdo, al menos desde
lo que nos revela la vida de Jesús. Ante la pregunta ¿dónde está Dios cuando
alguien padece el mal?, Elie Wiesel responde: «tres cuellos fueron introducidos
en tres lazos. ‘Viva la libertad', gritaron los adultos. Pero el niño no dijo
nada. ¿Dónde está Dios? preguntó uno detrás de mí. Las tres sillas cayeron al
suelo. Nosotros desfilamos por delante. Los dos hombres ya no vivían, pero la
tercera cuerda aún se movía. El niño era más leve y todavía vivía. Detrás de mí
oí que el mismo hombre preguntaba: ¿Dónde está Dios ahora? Y dentro de mí oí
una voz que me respondía: ‘ahí está, colgado de la horca‘».
¿Cómo
aceptar esto? Hans Jonas sostiene que «si a pesar del mal se quiere mantener la
fe en Dios, entonces sólo queda la eliminación de alguno de sus atributos
clásicos: o bien la omnipotencia, o bien la bondad suprema». El
imaginario religioso actual sigue sosteniendo la imagen de un Dios omnipotente que
actúa con razones ocultas y permite ciertos hechos trágicos. Incluso, considera
que la compasión es algo incompatible con la justicia divina. Sin embargo, para
Jesús Dios hace lo que los poderosos no hacen: toma postura a favor de todas
las víctimas y rechaza a los victimarios. Cabe la pregunta sobre la imagen que
tenemos de Dios ¿Es la que nos enseñaron de pequeños? ¿un Dios sin rostro?
¿selectivo? (Cf. Regresar a Jesús de Nazaret, PPC).
El
rabino Hugo Gryn contaba que «en los campamentos de
concentración había descubierto a Dios, pero No el Dios de mi juventud. A ese
lo perdí en los crematorios de Auschwitz cuando no hizo nada. Pero luego,
cuando pude ver con claridad las distintas experiencias, entonces lo
redescubrí. Y cuando miro retrospectivamente a mis experiencias y sufrimientos,
y veo que aún estoy vivo, no me queda nada más a quien respetar en este mundo,
sino a Dios».
El mal
es causado y permitido por el mismo ser humano,
fruto de un proceso de deshumanización que niega su dignidad humana y le hace
olvidar su trascendencia. Ciertamente ahí no cabe el Dios de la vida que revela
Jesús, sino la ceguera de quien deja de hacer el bien porque se habituó al mal.
La libertad humana es todo un reto, pero conlleva consecuencias. Tanto así que
Dios la respeta hasta el extremo.
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