Por Claudio Nazoa
Ser latero y millonario, por
paradójico que parezca, es posible. En esta triste Venezuela de hoy, es común
encontrar lateros corruptos en el gobierno mientras sus humildes pares,
literalmente, sobreviven recogiendo latas y basura en las calles.
Una camioneta Toyota obtenida
por corruptos de un gobierno se transforma en una lastimosa lata rodante donde viajan
choros sinvergüenzas. Mientras, en un mundo paralelo, existen execrados de la
sociedad quienes descubren tesoros en latas vacías.
El otro día, merendando en una
panadería, compré un refresco en lata. A mi lado había un señor que no dejaba
de mirarme. Pensé que era un viejito de aquellos que hacen enormes colas para
cobrar una merecida pero chucuta pensión. Ofrecí brindarle un cachito y un
café. No respondió. Continuó mirándome. Incómodo, decidí irme con mi refresco
en la mano.
Mientras caminaba, sentí que
alguien me seguía. Era el viejito. Me detuve y le ofrecí dinero. Lo rechazó.
—Yo no robo ni pido limosna
–dijo mientras señalaba mi lata de refresco.
—Ahhh… ¡Usted quiere un
refresco!
El viejito asintió y extendió
su mano pidiendo la lata. Se la entregué. La recibió, la volteó y tiró hasta la
última gota. Luego, cuando estaba vacía y con la delicadeza con la que un
joyero toma una alhaja, la colocó en el piso como un niño haría con un carrito
nuevo. Para mi sorpresa y con un ágil movimiento de artes marciales, levantó la
pierna derecha y la mano izquierda. Inmediatamente y sin piedad, aplastó la
lata con un certero y explosivo pisotón, como si de un peligroso insecto se
tratara.
La cara de felicidad de aquel
ser, mientras recogía la lata aplastada, era indescriptible. El aluminio,
perfectamente amuñuñado, parecía una moneda gigante; sin pérdida de tiempo la
guardó en un saco de malla rojo.
—¡Qué vaina tan arrecha es una
lata vacía! –dijo eufórico. Luego, añadió:
—Ahora sí le acepto el café y
el cachito, maestro.
El maestro había sido él. En
ese momento entendí todo: ese señor era millonario, no tenía dinero pero era
feliz y honesto.
Me devolví a la panadería para
tomarme otro café, pero esta vez con aquel viejito que sin tener nada, ahora
parecía tenerlo todo.
Despidiéndose, me dijo:
—Yo prefiero recoger latas que
ser un corrupto del gobierno. Me voy. Debo hacer la cola para cobrar la pensión
que con mis latas me gané.
Los otros lateros, los del
gobierno, los que andan en esas latas de carrotes enchufados, esos son los
verdaderos pobres y miserables recogelatas.
19-03-18
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