Por Carolina Gómez-Ávila
Chávez nos enseñó a polarizar y aprendimos muy
bien porque la falacia del falso dilema domina la escena política y a diario
nos encallejona obligándonos a “escoger” entre dos opciones, puede que ambas
repulsivas, pero una tan terrible que se prevé que elijamos la otra.
Esta práctica está viva y aún
nos daña como nación porque, tras cada discusión sobre política que incluye un
falso dilema, todos pasamos a ser sospechosos de defender lo contrario con
facilidad criminal. No han contado con la previsible rebelión por hartazgo que
están generando.
El abuso que cometen los
operadores de opinión sometiendo al público a continuos conflictos
rechazo-rechazo acaba con la paciencia y tolerancia de la población. Sí, los
seres humanos nos hartamos de que los manipuladores nos obliguen a escoger
entre dos opciones a las que nos oponemos con igual intensidad
Los independientes somos el
objetivo de estos operadores. Somos los mismos a quienes el chavismo llamó
ni-ni para avergonzarnos por no dejarnos meter en los cajones extremos. Les
perjudica que conservemos visiones con matices y preferencias con condiciones.
Carecen de disposición y de respuestas, necesitan encasillarnos y si no lo
logran por la vía del convencimiento lo harán con la coacción. La más común es
la del señalamiento público para forzar escogencias que les favorezcan
confundiendo al resto, aún más.
La defensa de los valores
republicanos y de los principios democráticos resulta muy peligrosa para estos
operadores de opinión. No los apoyan abiertamente porque no saben cuándo
tendrán que violarlos para alcanzar el poder o permanecer en él. Pero esos son
los valores que considero que debemos practicar y defender ante la amenaza de
sometimiento dictatorial actual y por venir.
Lo hice cuando voté (nulo) en
2005, negada a sumarme a la huelga electoral convocada por la oposición y
cuando me abstuve de votar en el írrito proceso constituyente de 2017. En ambos
casos respeté y defendí la CRBV, algo muy difícil de comprender para opositores
que no acatan el código de conducta ciudadana de un republicano. Decía nuestro
prócer Francisco Javier Yanes: “Si alguno conoce que una ley es contraria al
interés general, debe esforzarse en demostrar su abuso a la nación,
conformándose religiosamente con ella mientras permanece sin revocarla”.
También lo hice cuando llamé
suicidas a Henry Ramos Allup y Manuel Rosales por la huelga electoral que hoy
encabezan en representación de los 2 únicos partidos opositores aún
habilitados. Proscritos los demás que reconozco como opositores, me dejaron sin
vía republicana para ir contra la dictadura porque no utilizaré ninguna otra. No
empuñaré armas -y no apoyaré a nadie que lo haga- y aunque protesté en 2017, no
volveré a las calles porque creo que en ese año se ahogaron en sangre las
posibilidades de que se diese el ansiado quiebre de la cúpula militar por
presión popular. Si no les tembló el pulso para matarnos entonces, ya no será
por esa vía.
Pero no abstenerme no me
convierte en votante de Henri Falcón, a quien cada día veo más lejos de
representar las aspiraciones opositoras y con muy pocos indicadores de
convertirse en una transición real a la democracia y a la restitución de la
República. Su astuto madrugonazo ha venido acompañado de la pretensión de que
el resto de la oposición se pliegue a él sin chistar y se victimizan en vez de
oír y aceptar las propuestas que se les hacen.
Mucho he pedido que Falcón
negocie y pacte con los líderes de los 4 partidos políticos que agrupan más
electores dentro de la oposición: Primero Justicia, Acción Democrática,
Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo con quienes tengo diferencias pero a quienes
reconozco a través de su trabajo de lustros. También he dado fórmulas para que
acerque las simpatías opositoras, pero Falcón no hace nada en esa dirección; al
contrario, sus dirigentes y vectores de opinión arrecian en el racismo y en la
soberbia mientras claman por “unidad”.
Debo admitir que este
escenario ya me resulta muy familiar y me aburre de tristeza. Este pecado no es
original de Falcón, lo he visto cometer a casi todos: la unidad es buena
mientras gravite en torno a ellos; pero cuando la lidera otro sólo le propinan
zancadillas y puñaladas.
En cualquier caso, no es este
el camino por el cual Falcón va a ganar mi voluntad. Lo reconozco como un
chavista que no ha hecho jamás arrepentimiento público en su coautoría de la
tragedia que vivimos. No necesitamos que se humille sino que marque un hito de
alto costo político para que nos infunda alguna confianza de que no regresará a
las andadas como tantos otros.
Falcón no se mueve en la
dirección correcta y le acompaña en campaña gente preparada pero sin honestidad
intelectual para cuestionarle nada. A pesar de que no levanta el entusiasmo
popular por sí mismo, le aplauden todo y buscan argumentos para defenderlo
aunque los tengan que arrastrar por las greñas. ¡Y si no votamos por Falcón
estamos votando por Maduro!
Este desatino me hace pensar
que Falcón se conformará con quitarle adeptos al chavismo, tal parece que no le
importa para nada la opinión de los opositores y que es capaz de prometer
cualquier cosa de cualquier manera, porque en pocos días de campaña nos ha
mostrado un sorprendente rosario de ofertas populistas.
No se les ocurre que
auténticos republicanos y respetuosos del voto, conscientes de que cada renglón
en blanco del cuaderno de votación será usado para el fraude, podemos ir a
votar y votar nulo.
Todos hemos cometido esta
estupidez de polarizar la opinión, causa de la desgracia opositora. Esta ha
sido la excusa para no ser sensatos y la trampa para no rectificar nunca y, en
consecuencia, dejar a la dictadura en su lugar.
Falcón no pedirá perdón, no
abjurará del chavismo, no le dará garantías al G4 para obtener su apoyo y, si
acaso no ha pactado ya con Maduro para ser el ganador de las elecciones, las
perderá porque es igual de soberbio que los anteriores líderes. La diferencia
es que con Falcón tengo muchísimas más dudas y sospechas que con todos los
anteriores.
31-03-18
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