NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR 25 de marzo de 2018
Un millón del 1,6 millones que hay
instalados legalmente en el extranjero marcharon a partir de 2015, según la
OIM. Unos 145.000 más han pedido asilo
Carlos
Raúl Toro Gómez, diseñador gráfico de 27 años, jamás imaginó que su primera
visita a Europa sería para quedarse y sin perspectivas de regresar pronto a su
patria. Venezuela nunca fue un país de emigrantes. Todo lo contrario. Durante
décadas fue, gracias a la riqueza petrolera, refugio de pobres y perseguidos.
Toro llegó a Madrid en avión. Directo desde Caracas. Era el 27 de julio de
2016. Vino solo. Atrás dejó a su madre y a sus dos hermanas pequeñas. La
descomposición económica, política y social de Venezuela genera un éxodo que ha
obligado a emigrar a 1,6 millones de venezolanos. Son los que viven legalmente
en el extranjero. Uno de cada 20 habitantes. Un millón hizo las maletas a
partir de 2015, según los últimos datos recopilados por la Organización Mundial
para las Migraciones (OIM). En paralelo, las solicitudes de asilo también se
han disparado: suman 145.000 en todo el mundo.
Toro
cuenta que al llegar a Madrid se sintió "como un turista". Duró un
tiempo. "A los dos, tres meses, te
das cuenta de que no, de que ya no eres un turista. Ya estás viviendo aquí y
ahí empiezas a recordar, empieza la nostalgia"
Aunque
las imágenes del abarrotado paso de Cúcuta hacia Colombia son las más
impactantes, la diáspora venezolana se ha repartido por toda América. La huida
es ardua. Tomada la decisión, en ocasiones requiere conseguir un pasaporte,
cada vez más escasos por la carestía del papel moneda; comprar uno de los
preciadísimos pasajes de avión o reunir dinero para un largo viaje por
carretera.
Muchos
han superado todo obstáculo: hay 600.000 residentes en Colombia; casi 300.000
en Estados Unidos, unos 120.000 en Chile… Pero el desembarco también ha llegado
con fuerza al otro lado del Atlántico, con 210.000 en España y 50.000 en
Italia. Lo que empezó como un goteo es ahora una corriente potente sin visos de
reducirse. Estas cifras ni siquiera incluyen a quienes se presentaron en otro
país como turistas y con los meses se han quedado sin papeles.
El
grupo de amigos con el que Toro estudió la secundaria en el colegio Salto Ángel
de Barquisimeto refleja la magnitud del éxodo. “Nos conocimos en 2003 y nos
graduamos en 2006”, explica en Madrid. En poco más de dos años, cuatro de los
seis colegas que se bautizaron como Jareaa (por sus iniciales) se han visto
obligados a emigrar. Toro, en España; Albert Prieto, en Tenerife; Agny Daniel
Rodríguez, en Perú; Eduardo Palacios, en Costa Rica. Solo Adrián Albi y Julio
Rodríguez permanecen en Venezuela. Cada vez que se reunían se sacaban una foto
idéntica a modo de recuerdo.
La
vida en Venezuela se ha vuelto difícilmente soportable porque el 87% es pobre,
el 71% no tiene suficiente para comer, la inflación supera el 6.000% y el
crimen está desbocado con 89 asesinatos por 100.000 habitantes.
Los
1,6 millones de la OIM es una cifra conservadora. El Observatorio Venezolano de
la Diáspora, de la Universidad Central del país sudamericano, eleva el éxodo a
tres millones de compatriotas desde que Hugo Chávez fue elegido presidente en
1999, según explica en un café de Madrid su director, el sociólogo Tomás Paez.
Un dato fruto del cruce de diversas estadísticas y encuestas a venezolanos.
Paez critica la opacidad oficial: “Las autoridades tienen el registro [de
entradas y salidas] pero no producen la estadística. Es como si quisieran negar
el fenómeno”.
Pero
el fenómeno es evidente. Los madrileños oyeron llegar a los venezolanos. En
pocos meses su dulce acento se convirtió en habitual, en tiendas, bares y
aceras. Ocurrió en otras muchas ciudades. La escritora y editora Claudia
Larraguibel, nacida en la capital chilena y criada en Caracas, lo notó también
al otro lado del mundo, en los cafés de su barrio en Santiago. Y los
conductores de Uber, “¡son todos venezolanos!”. Cuenta que atrás quedó para los
venezolanos la época de viajes de ida y vuelta; y la época en que emigraban
unos pocos privilegiados. “A principios de los 2000 eran las clases
medias-altas, que llegaban a Miami, a Madrid, a Panamá… Ahora llegan por tierra
(a Chile) en un viaje de ocho días”, explica. Un blog ofrece pistas útiles para
quienes emprenden la odisea.
Desde
principios del siglo XX, pobres españoles, italianos o portugueses, desplazados
colombianos, izquierdistas chilenos, argentinos o uruguayos y otros muchos
buscaron un futuro en Venezuela. Ahora los venezolanos desandan el camino de
sus antepasados en busca de un futuro.
Los
países de la región (incluidos los de Unasur, a los que se puede viajar solo
con la célula de identidad) han ido adoptando medidas ordinarias y
extraordinarias en respuesta al desembarco. Este es un repaso a esas normas en
algunos de los principales destinos en base a la evaluación de la OIM:
Chile
Pequeño,
poco poblado (18 millones) y remoto, es el país que en relación con su
población, más venezolanos ha acogido. En dos años ha otorgado 120.000 permisos
de residencia permanentes y visas temporales. Entre 2016 y 2017, 108.000
venezolanos pidieron su primer visado para entrar como turistas. La escritora explica
que los chilenos no olvidan que muchos izquierdistas perseguidos por la
dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) encontraron refugio en Venezuela.
Llegan atraídos, explica, porque es, junto a Argentina, el destino más estable,
seguro y europeo de la región.
Perú
Gracias
a una norma específica, 27.000 emigrantes han recibido un permiso para
instalarse temporalmente. Las llegadas han aumentado más de un 1.000% en dos
años. Casi 24.000 han solicitado asilo, una vía que a menudo permite quedarse
legalmente mientras se resuelve el expediente.
Colombia
Unos
68.000 llegados antes del pasado verano fueron regularizados y obtuvieron un
permiso especial que da derecho a la atención sanitaria. Otros 155.000
arribados antes de febrero pasado lo han solicitado. Tras otorgar a 1,6
millones de venezolanos la tarjeta que permite ir y venir a través de la
frontera, las autoridades colombianas suspendieron en febrero su expedición.
Estados Unidos
Han
ido llegando de manera más paulatina que a Sudamérica. En 2016 más de 5.600
lograron la residencia y en el periodo 2006-2016, unos 64.000 obtuvieron la
nacionalidad. Con 60.000, es el país con más venezolanos que pidieron asilo.
España
El
desembarco se aceleró en 2015 con la peculiaridad de que un 60% de los
instalados poseen también la nacionalidad española, muchos como el sociólogo
Paez, de los tiempos cuando los españoles emigraban y Venezuela los acogía. Las
peticiones de asilo se han disparado hasta superar las 12.000, pero poquísimas
son aceptadas. En 2017 solo 15 venezolanos fueron admitidos como refugiados.
Brasil
Las
llegadas se producen sobre todo por el Estado fronterizo de Roraima, donde el
presidente Temer decretó el estado de emergencia el pasado febrero. El
Gobierno, la OIM y Acnur, entre otros, han creado un equipo conjunto para
gestionar la situación fronteriza. Las autoridades permiten a los venezolanos
solicitar un permiso de residencia temporal de los que se han otorgado 8.000.
Mientras, casi 25.000 venezolanos han solicitado refugio.
Panamá
Aunque
en 2017 regularizó a 10.000 personas, desde octubre les exige visado.
Ante
la pregunta de si antes solo huían los ricos y poderosos y ahora también
escapan las clases medias y los pobres, el sociólogo Paez recalca que “toda la
sociedad venezolana está empobrecida”. Su caso es ilustrativo: “Soy un
catedrático que cobra al cambio unos 5 dólares al mes con un poder de compra
que es incluso menor. Tendría que trabajar 18 años seguidos para comprar un
boleto de avión. Muchos venezolanos viven de las remesas”. Paez añade que a
este le precedieron otros éxodos en un país que, insiste, “fue un país de gran
movilidad social”: los perseguidos políticos, los empleados del sector
petrolero, los médicos, los periodistas, los empresarios…
Pero
el acelerado deterioro ha golpeado duro a esas clases medias que, como explica
la escritora chileno-venezolana, no puede subsistir porque “no tiene ingresos
en divisas”.
El
resto de los amigos de la foto también se busca la vida.
Pese a
compartir idioma y cultura, la adaptación es dura. Muchos llegan solos, casi
sin ahorros, la burocracia acecha y tienen que trabajar en lo que salga para
pagarse techo, comida y, a ser posible, enviar algo a los que quedaron atrás.
Toro, fotógrafo además de diseñador gráfico, encadena trabajos de camarero en
España. No es para nada lo que soñó pero está contento aunque siente añoranza.
Su
amigo Eduardo Palacios, ingeniero agroindustrial, trabaja como asesor de ventas
en Costa Rica, adonde eligió emigrar porque había alguien que le podía echar
una mano. Cuenta que al llegar en 2015 abrió un local de comidas con un socio
que le estafó aprovechándose de que carecía “de un estatus migratorio que
pudiera considerarse sólido”. Ha logrado iniciar allá una nueva vida con su
pareja y un bebé.
Albert
Prieto, licenciado en estudios ambientales de 28 años jamás imaginó que tendría
que “trabajar de camarero tras estudiar tanto en la universidad”. Pudo llegar
hasta Tenerife porque un tío le acogió allí. Tuvo que dejar atrás a su esposa.
Ha sido limpiador de coches, lavandero, mozo de almacén, repartidor y ahora es
camarero. Está terminando de pagar “las muchas deudas” que tuvo que contraer
para traerse a su familia.
Agny
Daniel Rodríguez, ingeniero agroindustrial de 28 años que trabajó cuatro en
Nestlé, salió el año pasado por carretera a Colombia para volar a Lima. “Me fui
porque la situación se volvió insostenible, el sueldo no alcanzaba para
satisfacer las necesidades básicas, comida, medicina, movilidad. Además, no
podía ayudar a mis padres económicamente. Y ya la inseguridad se apodero del
país”. Eligió Perú por dos motivos: “Por ser un país que le abría (la puerta) a
los profesionales venezolanos sin tanta burocracia, además de ser el destino
más ideal al presupuesto con el cual yo contaba para ese momento”.
Gracias
a Facebook, estos seis amigos del colegio siguen en contacto 15 años después
pese a la distancia. Esperan reencontrarse algún día. Se tomarán la foto. “En
el momento en que podamos volver a encontrarnos, así tengamos 40 años, la
volveremos a hacer”, proclama Toro. Saben que no será pronto.
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