IBSEN MARTÍNEZ 21 de marzo de 2018
El
secretario general de la OEA, Luis Almagro, se ha servido de una figura de los
Evangelios para advertir que la candidatura presidencial de Henri Falcón es
instrumento de la dictadura de Maduro. "Habíamos pedido a la oposición
venezolana que separara la paja del trigo", ha dicho Almagro, "y
Falcón es la paja que se ha separado sola".
Temí
por un instante que Falcón respondiese con algo sobre la paja en el ojo ajeno y
la viga en el tuyo. Sucede que Falcón imposta grotescamente los gestos del
telepredicador aficionado a las locuciones bíblicas que fue Hugo Chávez. El
maestre técnico de tercera Henri Falcón es, al fin, vástago político de Chávez.
Un
vistazo a YouTube y apreciará usted cómo Falcón intenta desplegar en público la
misma gestual, el tono de voz, las pausas y giros suasorios de quien fue su
comandante la noche en que juntos salieron a matar inocentes para derrocar un
Gobierno legítimo.
El
parecido de Falcón con Chávez pudiera no ser cosa estudiada y emane, más bien,
de algo interior sumamente genuino: la metempsicosis, vulgo reencarnación. Ante
un micrófono, el mismo tic con que el "presidente eterno" solía
sorber mocos en mitad de una frase nos remite, en Falcón, al Chávez
preelectoral que en 1998 aseguraba a Jorge Ramos no ser comunista y valorar el
papel de la empresa privada. Falcón no ha sido, por cierto, el único político
de oposición venezolano que condena las declaraciones del secretario general de
la OEA sobre la sangrienta tragicomedia electoral que tantas muertes, prisiones
y éxodo ha precipitado desde 2014.
"Almagro
no ayuda", afirmó tersamente, hace solo semanas, Henry Ramos Allup,
expresidente de la Asamblea Nacional (Parlamento), al criticar la incansable
gestión del secretario general en pro de la restauración de la democracia en
Venezuela.
Desazona
a estas alturas ver una nutrida fracción de sedicentes políticos de oposición,
algunos de ellos promotores del llamado Frente Amplio (esa operación de rebranding
de la MUD, como la llama Héctor Schamis), fingir ver en Falcón un puente hacia
la democracia y la convivencia ciudadana.
Aunque
sus dichos alimentan la general suspicacia de que los tiene por paniaguados de
Nicolás Maduro, han tenido eco en el gremio opinador de tuiteros, columnistas y
hasta en la aceitosa subespecie de los demoscopas anfibológicos, esos
hablantinosos del tipo "si bien es cierto, no es menos cierto".
Todos
se han ido moviendo hacia un sibilino consenso según el cual las elecciones convocadas
por Maduro son, ciertamente, una invitación al degüello, pero que, en aras de
restituir al voto su calidad de arma absoluta, conviene acudir y ofrecer el
pescuezo a la cuchilla. Según estos fundamentalistas del voto a cualquier
precio, no hay que sobrevalorar el papel de la comunidad internacional porque
donde se bate el cobre es en Venezuela, no en Bruselas ni en los despachos de
la OEA.
Vistas
así las cosas, se arguye, no debería perderse de vista que Falcón es un
disidente del chavismo; en el peor de los casos es un chavista light. Y que, al
fin y al cabo, fue jefe de campaña presidencial de Henrique Capriles. El
argumento de fondo en favor de votar masivamente por Falcón es el ya manido de
que un gran volumen de votos puede derrotar el fraude. Acaso tengan razón los
falconistas y yo sea un inactual impolítico, pero aborrezco la idea de seis
años más de dictadura y pienso, con Almagro, que eso es todo lo que logrará
apuntalar quien participe en la farsa electoral.
Prefiero
dejarme aconsejar por lo que veo en YouTube: un militar exgolpista, de taimado
traje y corbata, remedo imperfecto de Hugo Chávez.
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