Félix Palazzi 24 de marzo de 2018
Estamos
acostumbrados a escuchar discursos que llaman a la tolerancia, no obstante, en
muchas de estas arengas se esconde una arraigada actitud de intolerancia en la
que no existe realmente espacio para el diálogo. Ese tipo de tolerancia, a la
larga, tiende a confundirse con la complicidad o la omisión, porque el
verdadero diálogo nace sólo desde el interés o la pasión por la verdad.
La
tolerancia, en su sentido positivo, tiene como objetivo la búsqueda de la
verdad. La misma se nos transforma en una tarea impostergable, porque cuando no
hay verdad lo que está en riesgo es nuestra propia noción de ser humano. Sin la
verdad perdemos de vista todo el horizonte que posibilita nuestra referencia e
identidad. La desvalorización de la verdad conduce a la degradación de la vida
humana. Cuando la verdad deja de ser una exigencia y un valor en nuestra vida,
entonces todo se relativiza, pues cualquier criterio es considerado igualmente
válido. Vivimos tiempos difíciles, pero sin la pasión por la verdad y sin la
creación de espacios y actitudes amplias y plurales, será imposible reconstruir
nuestra realidad e identidad.
Pero,
¿qué es la verdad? Esta pregunta ha inquietado el interés humano a lo largo de
la historia. Más allá de toda consideración referida al orden del conocimiento,
la verdad se presenta como lo dado, nunca es una realidad puramente subjetiva o
personal. Es decir, la verdad siempre nos es donada, entregada, confiada,
correspondida. A la verdad se le puede acoger o rechazar, buscar o ignorar,
pero nunca dependerá, única y exclusivamente, de nuestros propios criterios o
experiencias: siempre será una verdad compartida o correlativa a la realidad.
La
verdad es siempre plural en una unidad de sentido y significado. No se trata de
una pluralidad en la que todos tienen razón porque una tal razón de esas no
logra dar sentido a nada. A esta visión de la realidad Benedicto XVI la ha
denominado el “imperio del relativismo”. La podemos explicar con una
experiencia común, sencilla y fácil de exponer: cuando nos referimos a Dios y
creemos que en esa palabra cabe todo y todo es igualmente válido, terminamos
privando a Dios de su contenido y dejándolo referido a un ser absolutamente
neutral que no tiene ningún significado en la existencia más allá de una
energía extrasensorial superior a todo bien o mal en el mundo. Por eso decíamos
que la pasión por la verdad genera la tolerancia, en el sentido de que permite
el establecimiento de un diálogo que consiente en percibir la unidad y el
significado de las diversas afirmaciones o posturas. Y este ejemplo es
aplicable a todos los ámbitos, desde el político hasta el personal. Cuando la
pasión por la verdad se extingue y sólo asentimos ante nuestra verdad, sin dar
lugar a una verdad mayor, entonces somos incapaces de percibir, significar,
transformar la realidad y vivir en ella.
Félix
Palazzi
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