Por Cristina Raffalli
En el año 2011 el extinto
periódico zuliano Versión Final dedicó su edición aniversaria al
Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. Una
fracción de la siguiente entrevista formó parte de esa publicación. La versión
que aquí ofrecemos es integral e inédita.
¿Viene de una familia de
músicos?
Sí, heredé el gusto y el amor
por la música de mis abuelos maternos, nacidos en la Isla de Elba, Italia. Mi
abuelo, el padre de mamá, a quien no conocí porque murió un año antes de que yo
naciera, se llamaba Antonio Anselmi Berti, le decían Don Tonino, y su esposa
era Duilia Garbatti. Ella era un alma musical y él un excelente músico. En el
barco en el que vinieron a Venezuela, habían traído 46 instrumentos para formar
una banda. Mi abuelo dominaba todo lo relacionado con las bandas y conozco bien
las orquestaciones que él hizo de piezas del repertorio sinfónico universal. Yo
todavía conservo sus admirables arreglos de Verdi y de Mascagni, porque Mamá me
los obsequió. Así fue como Don Tonino, mi abuelo, dirigió la primera Banda
Filarmónica de Monte Carmelo, en Trujillo. Era una orquesta juvenil pero sin
instrumentos de arcos. Con esa agrupación, mi abuelo hizo giras durante muchos
años por todos los pueblos de Los Andes.
Mi papá, Melpómene Abreu
Méndez, y mi madre, Ailie Anselmi Garbatti, estimularon enormemente mi vocación
musical. Papá tocaba muy bien la guitarra y, además, el requinto, que era un
cuatro con cuerdas metálicas. Y mi mamá cantaba muy bien y su mayor placer era
tocar el piano. Yo siempre viví en un ambiente musical. Esa fue mi gran
fortuna.
¿Cómo fueron sus inicios
en la música?
Cuando tenía seis años de edad
yo vivía con mis padres y mis hermanos en Barquisimeto. A uno de mis hermanos
le dio tosferina, porque llegó una epidemia de esa enfermedad, y mientras
pasaba la cuarentena, mi mamá decidió llevarme a la casa de sus padres, en
Monte Carmelo. Lo primero que me impresionó de esa casa de mis abuelos fue que
en el patio trasero había un escenario de tablas que mi abuelo Tonino había
levantado para representar las obras de Shakespeare y de los clásicos castellanos.
Encontré allí los baúles, con los vestuarios, el telón, los decorados, todo eso
lo hizo él y adornó la casa con esculturas de yeso que reproducían los bustos
de Dante, Petrarca, Bocaccio… Ese fue mi primer contacto con el arte y ese
episodio me estimuló en todos los sentidos. Mi abuela tenía, por ejemplo, todas
las ediciones originales de los libretos de Ricordi, se sabía de memoria las
óperas de Verdi y de Puccini y se sentaba conmigo a traducir del italiano al
castellano esas obras… Pasábamos muchas horas juntos, ella cantándome y yo
memorizando.
Por otra parte, Monte Carmelo
era un pueblo de agricultores, pero un pueblo de alta cultura. La iglesia de
Nuestra Señora del Carmen, tuvo un organista que se había formado en el
Seminario de Mérida, Hugo Barillas, y precisamente con ese maestro yo empecé a
amar la música y el canto litúrgico. Allí comencé a familiarizarme con el
teclado y con el canto gregoriano. Además, en ese pueblo organizaban veladas
culturales semanales, en las que se nos despertaban las vocaciones para la
poesía, la declamación, el canto, la música, el teatro; es decir, que se hacía
un esfuerzo por despertar la sensibilidad artística de los niños. Cuando
regresé a Barquisimeto yo había decidido ser músico.
¿Quién le regaló su primer
instrumento musical? Cuéntenos una anécdota significativa al respecto.
Me regalaron un cuatro, pero
en mi casa teníamos un piano, el de mamá, el único que había en la zona de
Barquisimeto donde vivíamos. A los nueve años de edad, le pedí a papá que me
inscribiera en la escuela de una excelente maestra de piano: Doralisa de
Medina. Con ella comencé una formación musical muy acelerada. Ella era
intuitiva, gran pianista, discípula de extraordinarias maestras francesas, y
concebía la música dentro de un ambiente lúdico donde el instrumento formaba
parte de un mundo integrado al canto coral y a otras disciplinas artísticas.
Luego continué en la Academia
de Música del Estado Lara, que dirigía Raúl Napoleón Duque, quien había sido
primera flauta de la Orquesta Sinfónica Venezuela; también llegó por esa época
un grupo de músicos extranjeros muy importantes, entre ellos el violinista Olaf
Ilzins, con quien comencé a estudiar violín. En ese entonces yo tenía doce años
de edad y ya formaba parte de la orquesta de esa escuela de música. Al mismo
tiempo, comencé a cultivar la música de los compositores venezolanos, de la
mano del maestro Antonio Carrillo. También tuve la oportunidad de tocar con la
Orquesta Filarmónica de Lara, que en ese momento tuvo gran resonancia, dirigida
por el maestro Plácido Casas. Fue un ambiente musical que me rodeó por los
cuatro costados.
¿Qué le decían sus padres
acerca de la música?
Siempre me apoyaron, eso fue
fundamental para mí, pero ya de adolescente, a punto de culminar mi
bachillerato, yo tenía el sueño -que era el sueño de todos los jóvenes
pianistas del mundo, de estudiar en el Conservatorio de Milán. Pero a buen
tiempo, mi padre me dio un sabio consejo que le he agradecido toda mi
vida: Prepárate primero profesionalmente, me dijo mi padre, para
que luego, una vez que construyas tu propia base de subsistencia, puedas
aspirar a esos estudios de música. Y así lo hice, me gradué de economista en mi
querida Universidad Católica Andrés Bello y trabajé, ayudé a mi familia, y
durante un buen tiempo trabajé como docente universitario, como gerente, en
funciones administrativas. Transcurrieron los años hasta que finalmente me
decidí a cumplir mi misión de educador musical, con todos los estudios
musicales que, paralelamente a mis estudios universitarios, había logrado
completar en el Conservatorio de Santa Capilla, con el Maestro Vicente Emilio
Sojo a la cabeza.
¿Cómo es su rutina? ¿A qué
hora comienza su faena?
Trabajo desde muy temprano en
la mañana, atiendo múltiples responsabilidades gerenciales y artísticas con el
equipo de gerentes, profesores, maestros y trabajadores insignes que tenemos en
la Fundación Musical Simón Bolívar. Superviso ensayos y audiciones, voy a los
conciertos, viajo y trabajamos todos hasta altas horas de la noche y si los
compromisos lo requieren, también muchas veces trabajamos de madrugada. Es la
rutina y la vida de trabajo que he tenido desde muy joven. Respetamos
profundamente el compromiso que tenemos con la educación de los miles de niños
que tenemos en El Sistema, y eso exige que seamos un colectivo disciplinado,
trabajando constantemente, las 24 horas del día.
¿Qué siente al mirar su vida y
ver realizado ese gran proyecto?
Siento una enorme satisfacción
pero al mismo tiempo un gran compromiso y responsabilidad que crece día a día,
porque son muchos los destinos y las vidas de miles de niños y de jóvenes que
dependen de nuestra institución y de nuestros programas. A ellos entregamos
nuestra existencia.
¿Cómo es su escucha
musical?, ¿quién es usted como oyente?
Escucho todo tipo de música.
Depende mucho del momento del día o de cómo haya sido la jornada. Por ejemplo,
cuando estoy muy tenso, al final del día, cargado de tanto trabajo, no oigo la
misma música que oigo al despertar. El lenguaje sinfónico de Anton Bruckner es
ideal cuando dispongo de tiempo suficiente, cuando no me encuentro presionado
por el tiempo. Cuando voy a descansar me agrada la música de Wagner y también
la de Ravel y Debussy. Al principio del día me agrada el lenguaje del barroco:
Bach para despertar, para iniciar, para emprender. La música de Vivaldi es
vitalista, la música de Mozart puedo escucharla en cualquier momento del día.
Cuando estoy iniciando la lectura de un nuevo libro, digamos actualizándome en
la lectura literaria, por ejemplo, me gusta la música contemporánea, la música
más audaz, la música más vanguardista. Pero también disfruto profundamente la
música popular venezolana, y no sólo la venezolana, sino también la música
popular latinoamericana, la música de todos los pueblos. Adoro la colección de
la UNESCO a través de la cual se compilaron las grandes expresiones del
folklore mundial. Eso es un tesoro para mí y la escucho frecuentemente. Cuando
viajo me encanta hurgar en las viejas tiendas de discos que tienen esas
grabaciones de artistas populares famosos del siglo pasado, y los compro para
mantenerme actualizado. Y la música contemporánea y el jazz me fascinan,
incluso me encanta leer las monografías que frecuentemente aparecen en revistas
especializadas sobre notación contemporánea, los nuevos efectos que se
obtienen, el enriquecimiento progresivo del mundo sonoro a través de la
electrónica, eso es un mundo apasionante para mí.
¿Cómo comenzó a pensar en El
Sistema?
Era 1974 yo cumplía los 35
años de edad y estaba regresando al país, luego de culminar mis estudios de
postgrado en gerencia y en economía en los Estados Unidos. Es entonces cuando
conscientemente decido concentrar toda esa vocación de servicio y pasión por la
educación en un proyecto en el que pudiera sintetizar toda mi experiencia
organizacional, gerencial, económica, musical y pedagógica. Ya contaba con
todas las herramientas intelectuales necesarias para construir una gran
institución, una gran empresa educativa, social y cultural para mí país. Por
esos años solo había dos orquestas en el país: la Sociedad Orquesta Sinfónica
Venezuela y la Orquesta Sinfónica del Zulia. Pero era el clima cultural era
propicio para emprender este proyecto de las Orquestas y Coros Juveniles e
Infantiles. Fueron los años en que nacieron muchas instituciones culturales en
Venezuela, entre ellas el Museo de Arte Contemporáneo, Monte Ávila Editores y
Fundarte. Se da el paso del Inciba al Conac y muchos artistas venezolanos
importantes estaban regresando al país luego de haber obtenido triunfos en el exterior,
entre ellos el coreógrafo Vicente Nebrada y la bailarina Zhandra Rodríguez.
Entonces me planteé ese reto: un proyecto estructural que le diera una nueva
dimensión a la educación musical en Venezuela, que ofreciera a los jóvenes
instrumentistas plataformas sólidas, en sus estados de origen, para que
pudieran tocar y tener una carrera artística. Un proyecto que generara fuentes
de trabajo para los músicos, para gerentes culturales, para los directores de
orquesta. Era el momento de dar a todas nuestras ciudades y pueblos la
posibilidad de que tuvieran sus propias orquestas sinfónicas y juveniles. Y
soñé que con ese proyecto podríamos transformar nuestra sociedad desde abajo,
desde la formación y la valoración del talento de nuestros niños.
¿La receptividad fue
inmediata? ¿Le costó que le creyeran?
Todo cambio de carácter
estructural suscita cierta reacción y, casi siempre, cierta resistencia, y eso
es bueno, es positivo, porque contra esas resistencias es como se prueba la
eficacia de un proyecto. Las resistencias iniciales nos dieron la oportunidad
histórica de probar, de validar, nuestra existencia. Tuvimos que luchar mucho
durante los primeros años para dar a conocer todas las bondades de El Sistema,
la nueva forma de educación musical y sus beneficios sociales y comunitarios, a
fin de conseguir los apoyos necesarios. Pero nunca tuve angustia por esas
resistencias, siempre me sentí absolutamente seguro de que estábamos pisando
firme y de que era una cuestión de tiempo y nada más para demostrar lo que hoy
hemos logrado.
¿Quién fue el primer líder
nacional que apoyó la idea?
Algunos amigos y colaboradores
creyeron en El Sistema desde sus inicios. Entre ellos debo mencionar con
justicia y agradecimiento infinito a María Teresa Castillo, la venezolana que
le abrió las puertas de su institución, el Ateneo de Caracas, a aquel grupo de
músicos de nuestra orquesta juvenil fundadora. Ella nunca ha dejado de
apoyarnos durante todos estos 36 años de lucha… por eso El Sistema también es
obra de esta insigne líder cultural venezolana.
¿Ese éxito tiene que ver con
el efecto que produce la música en el hombre? ¿Qué poder le da la música al ser
humano? ¿Qué puede lograr la música en el alma del hombre?
Por supuesto que tiene que ver
con ese efecto maravilloso de la música para el alma de los seres humanos. Ese
es el fundamento y la filosofía de El Sistema: aplicar el poder de la música,
sus efectos sanadores en el espíritu de niños, jóvenes y adultos. El Sistema
busca la formación, a la más temprana edad, de individuos integrales para la
sociedad porque la música y lo que ella implica en términos de crecimiento y
alimento personal, de dinámica familiar y gozosa participación comunal, se
incorpora de manera natural y espontánea a la existencia de esos miles de
niños, niñas y adolescentes, cuando ellos conviven y crecen en las orquestas y
coros. De esta forma, la música se convierte en estrategia de cohesión social e
irradia sus efectos edificantes sobre cada alumno, su familia y la comunidad en
la que habitan los niños de las orquestas y coros.
Fotografía de Juan Barreto
para AFP
¿Podría concebirse una
analogía entre lo que es El Sistema y las dinámicas de una comunidad, de un
país?
El Sistema de Orquestas y
Coros Juveniles e Infantiles es la dimensión ideal de un país, en nuestro caso,
es la dimensión rica e ideal de Venezuela. Desde el principio vi en las
orquestas la más hermosa expresión de unidad nacional. Vi una Venezuela
pujante, llena de voluntades y de esfuerzos por conseguir lo que se quiere. Vi
una Venezuela orgullosa de sus músicos que triunfan y se destacan al más alto
nivel mundial. La irradiación de las Orquestas en la comunidad, en cada estado,
en la familia, indudablemente ya se está viendo, es palpable y veraz, ha ido
transformando a la sociedad venezolana. En cada pueblo, en cada municipio donde
hemos creado orquestas, la comunidad se ha organizado y se ha responsabilizado
de sus agrupaciones y de cada niño que va por las calles con su instrumento. Si
las otras artes siguen el mismo esquema, indudablemente el arte y la cultura se
constituirían en instrumento fundamental, estratégico, único y revolucionario
para la transformación del país.
¿Qué valores infunde el método
de El Sistema a sus integrantes?
Las orquestas y coros son
escuelas de vida social y personal, se convierten en terrenos fértiles para el
cultivo de aptitudes y actitudes, de valores éticos, estéticos y espirituales.
Allí, los participantes desarrollan la autoestima, la seguridad personal y la
socialización; adquieren la disciplina, la perseverancia, la competitividad y
el liderazgo. Aprenden a trabajar por el logro de metas y por la excelencia y
conviven con los otros con espíritu de tolerancia y solidaridad. Hacer música
juntos, niños, jóvenes, maestros, director de orquesta, requiere convivir
creativamente, en ánimo de perfección y en afán de logros y de excelencia.
Vivir y actuar en rigurosa disciplina y entrega, implica concertación y
sincronía entre las Secciones, las Voces e Instrumentos, y también exige darse
plenamente a la obra, hacer una labor con amor y con espíritu, pero también con
mesura y severo control intelectual. Por eso las orquestas y los coros se
convierten en instrumentos idóneos para iniciar hermosamente a jóvenes y niños
en la vida colectiva, en la solidaria coexistencia, en un quehacer comunitario
profundamente realizador de la personalidad.
¿Qué papel juega el apoyo
familiar en el desarrollo y crecimiento de El Sistema?
La familia juega un rol único,
superior e indispensable en todos los logros y alcances que ha tenido y tiene
El Sistema. Sin el concurso y participación de las familias no hubiésemos
podido alcanzar las metas que hemos logrado. Los padres, hermanos, abuelos,
tíos, se han convertido en los trabajadores incondicionales y permanentes de
nuestros más de 350 mil niños y jóvenes que están en las orquestas. Son
guardianes de las infraestructuras, de las escuelas, organizan actividades,
vigilan a sus niños y a los compañeros de sus hijos, apoyan a sus muchachos en
los estudios y conciertos, y hay muchos casos en que han sido los padres los
gerentes y responsables de la fundación de Núcleos en los pueblos más alejados
del país. Ésta ha sido una de las satisfacciones y logros sociales más
importantes de El Sistema: unir e involucrar de nuevo a la familia venezolana
en torno a un objetivo: la educación y el éxito de sus hijos. Cada concierto,
de cada orquesta, en cada pueblo, comunidad o ciudad de Venezuela, se convierte
en un día de júbilo y celebración para miles de familias venezolanas. Y, lo más
importante, el éxito y la valoración que han obtenido nuestros músicos
contagian, cada vez más, a todos los miembros de las familias de nuestros
músicos.
¿El Sistema está
blindado contra el elitismo?
El Sistema ha sido, durante
sus 36 años de existencia, una verdadera transformación social y cultural, sin
exclusiones ni estigmas de ningún tipo. De allí que hemos crecido en la
incorporación de nuevos Programas que benefician a un amplio espectro de la
población venezolana. Por ejemplo, tenemos El Programa de Educación Especial,
de alcance nacional, para niños, niñas y adolescentes con necesidades
especiales (sordomudos, invidentes, niños y jóvenes con Síndrome de Down y con
otras dificultades) a manera de tratamiento y rehabilitación, a fin de que
progresivamente sanen y se incorporen a la sociedad con toda normalidad. El
Sistema incorpora a niños abandonados, en situaciones de riesgo y con muy pocas
oportunidades económicas y sociales, además, le da oportunidad a aquellos
jóvenes que no han contado con herramientas para desarrollar una profesión, y
les ofrecemos capacitación laboral, por ejemplo, en el área de la construcción
y reparación de instrumentos musicales, o en la formación como gerentes
culturales o bien como promotores y productores artísticos. Además, tenemos el
Programa de Orquestas Penitenciarias para procurar la reincorporación a la
sociedad de aquellos hombres y mujeres que están privados de su libertad, ya
estamos presentes con este Programa en ocho centros de reclusión del país. El
Sistema es de todos y para todos.
¿Hacia dónde va ahora El
Sistema?
Vamos hacia la consolidación
de más y mejores infraestructuras que sirvan de sedes, en todo el territorio
nacional, a nuevos núcleos de El Sistema, para poder impactar a un mayor número
de niños, niñas y adolescentes. Estamos creciendo en número, seguimos
masificando la enseñanza musical, pero siempre con el mismo nivel de excelencia
y de calidad educativa que hemos logrado. Buscamos que cada vez más niños y
jóvenes tengan la misma oportunidad que poseen los que actualmente conforman El
Sistema de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles. Estamos abriendo el
horizonte artístico con nuevas orquestas para que todos los talentos y
vocaciones de nuestros muchachos tengan su camino en El Sistema, por ejemplo,
para quienes quieren ser jazzistas tenemos nuestra Simón Bolívar Big Band Jazz.
También una orquesta Latinocaribeña Simón Bolívar, para quienes quieren
ejecutar los ritmos afro-caribeños, y por supuesto nuestro gran Programa “Alma
Llanera”, que estamos expandiendo por todo el país, dedicado a la música
popular y tradicional venezolana, un programa que trabajamos con los cultores
de nuestros pueblos. Hasta una novísima orquesta de rock sinfónico acaba de
debutar, y continuamos apoyando a los jóvenes compositores venezolanos y
latinoamericanos con festivales anuales y encargos de nuevas obras.
Tenemos metas más altas y
mayores, por ejemplo, que cada urbanización de cualquier ciudad del país tenga
un coro, una orquesta, sería magnífico. Que todos los niños y jóvenes del país,
de América Latina, del Caribe y del mundo, tengan en el aprendizaje del arte y
de la música un soporte para su sustento material. Que este programa se asuma
como una gran bandera histórica, tanto de nuestro país, como del mundo.
Recientemente, en nuestra gira por Estambul, decía que podemos dar ese gran
viraje para beneficio de toda la humanidad… y aquí está nuestra experiencia y
nuestra voluntad para lograr la paz del mundo a través de la música.
¿Qué le falta a El Sistema?
Nos falta que los Estados
asuman El Sistema como proyecto intrínseco y fundamental en la Educación
regular. El día en que las escuelas básicas apliquen en su contenido curricular
ordinario la enseñanza de las artes, desde el niño de dos años hasta el nivel
universitario, ese día el país será otro y el mundo será otro. Y para que eso
ocurra debemos formar más maestros comprometidos con este ideal. Este sería el
próximo gran paso: la inserción de El Sistema de Orquestas y Coros en la
Educación Formal, para que la enseñanza del arte y de la música sea obligatoria
en la escuela.
¿Cuáles son los aportes
internacionales de El Sistema?
Venezuela está aportando al
mundo una nueva manera de educar, de vencer la pobreza, de lograr la paz y el
progreso de los niños y jóvenes, a través del aprendizaje de la música y de la
conformación de orquestas. Somos el país que está inspirando y estimulando la
fundación de nuevos centros de educación artística y musical en todo el mundo.
Estamos presentes, a través de nuestra propuesta, en más de 25 países,
principalmente en las zonas deprimidas económica y socialmente, donde es
posible salvar a los niños y jóvenes de las drogas, la violencia y la
prostitución. En toda América del Sur, en los barrios de Chile o de Argentina,
en las favelas de Río de Janeiro, en urbanizaciones marginales de Estambul o en
zonas más pobres de Estados Unidos, nos hemos comprometido con los niños y
niñas que buscan un destino mejor y una vida de paz. Por otra parte, asesoramos
a organizaciones, fundaciones e instituciones educativas de todo el mundo, que
han visto en El Sistema un modelo para ayudar a muchos niños que hoy en día
están creciendo sin oportunidades de ningún tipo. Venezuela ya es vanguardia
musical en el mundo, pero no solo eso, somos vanguardia en un modelo de amplias
posibilidades sanadoras y de rescate de la sociedad.
Entre sus alumnos, directores
y músicos, ¿cuántos de ellos ocupan actualmente un lugar en alguna empresa
musical del mundo, orquesta o centro de formación?
Nuestros muchachos están
llevando con orgullo el nombre de Venezuela a todos los países y escenarios
mundiales, a los más importantes, donde se presentan con ovaciones sin
precedentes. Son embajadores artísticos, pero también son embajadores de paz y
constituyen un ejemplo ante el mundo de cómo a través de la perseverancia, el
estudio y la dedicación logran una vida de éxitos, sin que medien factores de
pobreza económica u otras condiciones sociales y familiares adversas. En las
principales orquestas y agrupaciones musicales del mundo ya hay un músico
venezolano que se destaca. Tenemos un ejemplo emblemático, por supuesto,
nuestro Maestro Gustavo Dudamel, quien a sus 30 años de edad ya es considerado
un genio de la dirección orquestal, un fenómeno que alza su batuta ante las más
encumbradas orquestas del mundo y que es ejemplo de una pléyade de nuevos
directores que también Venezuela está aportando al mundo, como Diego Matheus,
quien ya es el Director del Teatro La Fenice, en Venecia, uno de los templos
sagrados de ópera y de la música clásica. Tenemos a Christian Vásquez, quien es
ampliamente solicitado por los más importantes festivales de Música y, por
supuesto, no podemos olvidar que en la historia de la legendaria Filarmónica de
Berlín, aparece el nombre de un venezolano, Edison Ruíz, como el músico más
joven que ha ingresado a esa orquesta. En síntesis, nuestra juventud musical
está recorriendo el mundo con el rostro más luminoso de los venezolanos y con
una creatividad y energía inéditas en nuestra historia.
25-03-18
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