Por Claudio Nazoa
Ayer fue el Día de la Madre.
Mamá, quien tiene 97 años, siempre nos ruega que no lo celebremos, pero no le
hacemos caso ya que ella lo tiene bien merecido.
Debido a la hiperinflación que
vivimos en Venezuela y a la falta de efectivo hasta en los bancos, mis hermanos
y yo hicimos varias transferencias y compramos dos gallinas vivas.
Mamá pasó el sábado limpiando
para que la casa brillara y el domingo, Día de las Madres, madrugó y
despescuezó a las aves. Las desplumó, limpió y mutiló. Lavó y peló todos los
vegetales. Nosotros, sus hijos, quisimos ayudarla pero no lo hicimos porque a
ella no le gusta que metan la mano en su sancocho.
Como a mi vieja le encantan
los nietos y bisnietos, le dejamos los de 2, 6, 8, 10 y 15 años para que los
cuidara mientras cocinaba, advirtiéndole que el de 15 es cleptómano y hay que
estar pendiente.
Al rato, llegó mi sobrino
Sumito con su esposa e hijos y le entregó a mamá ingredientes para preparar una
torta de chocolate.
—¡Abuelita, feliz día…! Pero
te advierto que hoy no soy chef. Te toca a ti lucirte en la cocina.
Cuando estábamos medio
rascados, mi amigo Andrés Guevara le dio a mamá un trozo de carne para que le
preparara un asado negro, que le queda de rechupete, para celebrar en privado
el Día de las Madres con su novia árabe. Mis hijos, Daniel y Valentina, también
aprovecharon para pedirle a mamá que horneara unas galletas para unos amigos.
Fue inolvidable cuando mamá,
con vocecita de dulce ancianita, gritó:
—¡El sancocho está listoooo…!
En tropel, como manada de ñúes
africanos, corrimos y nos sentamos alrededor de la mesa mientras mamá,
sudadita, con sus manos arrugaditas, su batica roída y manchada de grasa por tanto
cocinar, sus pies hinchados y su adolorida cadera de titanio, terminó de
preparar las arepas, sancochar 12 topochos verdes, decorar la torta de
chocolate, poner la mesa y servirnos.
A las 5:30 de la tarde,
comenzamos a irnos porque a mamá le gusta lavar sus peroles. Este año, sus
hijos, le regalamos unos guantes de goma rosados y una esponja de fregar que
conseguimos a precio viejo en el mercado de San Martín.
Nos fuimos con la satisfacción
de haber sido buenos hijos y quedamos de acuerdo en regresar en junio para
celebrar con ella el Día del Padre. Mamá, tan sentimental como siempre, se echó
a llorar cuando se enteró. No dudo que haya sido por la emoción.
Por estas cosas familiares es
que a mí nadie me saca la madre de la casa.
14-05-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico