Por Héctor Silva Michelena
Hay que destronar a Maduro,
pues su continuidad hundirá a Venezuela en la hambruna, enfermedades y
cárceles, a una fase de agonía terminal: la lucha por sobrevivir. Quiénes
entonces sobrevuelen esta Tierra de Desgracias, verán miles de parcelas
clavadas con cruces, y en las calles un tumultuoso hormiguero de gente
matándose entre sí por un mendrugo de pan. Volveremos a Darwin: sobrevivirán
los más fuertes.
Fueron numerosas, y de todo
tenor, las gestiones para que los comicios se posterguen para el último
trimestre del año: el gobierno fingió que escuchaba, pero más bien engañaba. Se
impuso la tozudez de la dictadura. ¿Podía esperarse algo diferente? Y esa es la
realidad que debe enfrentar y reconocer Henri Falcón, y que omite en su bien
estructurado programa La Gran Transformación. Pero un gran programa no basta si
no admite que el gobierno ha colocado una trampa mortal para perpetuarse en el
poder a toda costa: el grave deterioro de las condiciones de vida de los
venezolanos. Se lanzó al ruedo, de forma individualista. No me encuentro entre
quienes lo repudian por esta acción. Sin quererlo, actuó a lo Maquiavelo, no
cuando afirma que el político ha de sacrificar sus intereses a la utilidad
pública, sino cuando seculariza el pensamiento político en definitiva. Cierto,
ética y política son dos esferas tensas distintas, pero ¿es admisible un
político sin ética?
La relación entre ética y política
en la democracia moderna no deja de ser tensa y peligrosa, dado que esta última
introduce un fuerte relativismo moral que, si bien permite la coexistencia en
un plano de igualdad de las distintas concepciones propias de toda sociedad
compleja, no puede ser sostenido en el campo de la política. Es aquí cuando el
poder, al penetrar la dimensión ética, introduce en ella la más grande
distorsión, ya que el discurso de la ética se convierte en una mera forma de
justificación del poder. Esto es lo que hace que la constante tensión entre
ética y política nunca tenga un modo único o, incluso, satisfactorio de
resolución. Solo la implementación de una lógica argumentativa que parta del
reconocimiento de la precariedad y ambivalencia que se entabla en la relación
entre ética y política puede servir de resguardo ante aquellas distorsiones
que, en nombre de la primera, planteen el riesgo de cercenar desde el poder del
Estado los espacios de libertad.
Esto lo examina bien Alberto
Jiménez Fraud en sus conclusiones a La residencia de estudiantes: visita a
Maquiavelo (Ariel, Barcelona, 1972). Concluye que “fue Maquiavelo
[…] quien fundó una nueva ciencia de la política de carácter universal. Para
hacer su estudio aisló el Estado y le hizo perder toda trabazón o enlace con la
vida ética y cultural, iniciando así el camino hacia el moderno Estado
totalitario, en el cual la aislada voluntad del poder conduce a la corrupción y
destrucción políticas que el mundo moderno sufre”.
El profesor Miguel Ángel
Martínez Meucci publicó en el portal Polítika UCAB, el día 27 de abril de 2018,
un notable artículo que precisa bien la naturaleza totalitaria del régimen que
tenemos enfrente, un régimen sin asomo de ética política alguna, al convocar a
unas presidenciales que constituyen el mayor fraude electoral estructural
masivo jamás cometido en las democracias latinoamericanas. ¿Duda alguien de la
ilegitimidad y el fraude de la ANC que llama a estas prematuras “elecciones”?
Después de describir y
analizar el horror que se vivió en la URSS y satélites, en la China de Mao y
otros países socialistas totalitarios, y de mostrar cómo se padece hoy en Corea
del Norte y Cuba, países todos que padecieron grandes crímenes y hambrunas,
hunde el estilete analítico en el proceso venezolano. Dada su excelencia, copio
a continuación párrafos pertinentes:
“Tal como ha quedado
demostrado por diversos estudios, este tipo de hambrunas y carestías colosales
solo se producen bajo regímenes totalitarios o en sociedades devastadas por
guerras prolongadas, nunca en sociedades democráticas. Ninguno de dichos
regímenes abandonó el poder por vía electoral”.
“El régimen que impera en la
Venezuela actual tampoco es democrático y también pone en riesgo la
supervivencia de la población. El hecho de que no solo no reaccione ante esta
debacle, sino que además la siga propiciando, debería permitirnos comprender
que hemos llegado a una fase muy distinta a las anteriores. ¿Cabe entonces
imaginar soluciones ordinarias y convencionales? ¿Es factible plantearse un
viraje gradual y consensuado? La experiencia aconseja no descartar ningún
escenario. Nadie puede negar de antemano que Henri Falcón gane los comicios y
logre propiciar una transición, o que en su defecto, logre la implementación de
algunas de sus propuestas por parte del régimen de Maduro”.
“Sin embargo, una
revisión de los principales factores y procesos de poder parece indicar que las
probabilidades juegan abiertamente en contra de tales posibilidades. Todo
apunta a que las vías más pacíficas del cambio político seguirán cerradas
mientras quienes tienen las armas se mantengan apegados a los dictámenes de la
cúpula dirigente. Y eso, en un contexto cercano a la hambruna, imprime un
radicalismo absoluto a la situación actual, un radicalismo hobbesiano por el
que el asunto ya no es únicamente el restablecimiento de la democracia sino la
preservación de la vida”.
“La naturaleza profunda del
régimen se revela en el modo en que han permitido y propiciado que el país
cayera en el abismo actual. Ante quienes manejan el poder de un régimen
radicalmente malo (en todas las acepciones del término) las vías intermedias,
las soluciones diferidas, los acuerdos negociados, los entendimientos entre
fuerzas plurales, son todas iniciativas que han demostrado su inutilidad.
Mientras que ciertas autocracias (sangrientas, pero no totalitarias)
permitieron que sus idearios y fuerzas políticas fueran “reciclados” y
metabolizados por la democracia a través de transiciones negociadas, ante
regímenes que propician terribles hambrunas solo queda la disyuntiva entre
rebelarse o morirse de mengua”.
“Solo la posibilidad de
ejercer una fuerza superior a la que el régimen es capaz de desplegar podrá
forzarlo a negociar o dimitir. Solo un esfuerzo literalmente extraordinario,
una concertación inédita, una presión formidable de parte de los demócratas,
combinada desde dentro y fuera del país, podrá generar la fuerza necesaria para
cambiar el rumbo actual (esto es, cambiar de régimen político y atender la
emergencia humanitaria). Dicho esfuerzo debe estar encaminado a reorientar la
lealtad de las fuerzas armadas (desviada como está actualmente) hacia la
Constitución y la soberanía popular, ya que todo lo demás redundaría en la
perpetuación del régimen que viene propiciando, con toda deliberación, un
drástico descenso de la población. Al liderazgo político compete la
articulación de este titánico esfuerzo, así como la tarea de inflamar en la
gente el ánimo de lucha necesario para resistir y revertir la
situación” (énfasis mío).
Más claro que los claros
clarines de Rubén Darío. El gran problema que una gran parte del electorado
democrático percibe sin verle solución es la factibilidad de que se realice, en
15 días, el titánico esfuerzo que conjugue al liderazgo político con los
empobrecidos electores, para “inflamarles el ánimo de lucha”.
Falcón no parece estar
convencido de que el fraude masivo está montado. De ascender visiblemente, en
15 días el número de votos firmes y necesarios (como hizo Capriles en 2013), la
ventaja tiene que ser, necesariamente abrumadora, tanto que deje sin
oportunidades de triquiñuelas a Maduro, el CNE y, en particular, a las FAN y la
Policía Nacional.
Es verdad que Falcón aseveró
claramente que si Maduro le robaba sus votos y lo despojaba de triunfo, él
lideraría una gran movilización en las calles para hacer cumplir, con la fuerza
del pueblo que le dio sus votos, llenos de esperanzas por lograr el cambio
urgente, inaplazable, que una Venezuela agónica exige inmediatamente. Porque,
como recientemente lo dijo Falcón, Venezuela no aguanta llegar a 2019 con un
régimen como el de Maduro
Yo, como economista con
experiencia internacional en países en crisis, considero que el programa no
solo es viable, sino que va en la dirección correcta para lograr tan vitales
metas. Deseo el mayor de los éxitos a Falcón y su buen equipo. Si la cuasi
letal vida que llevamos sale del marasmo y los condenados de Maduro, con sus
armas democráticas, gritan ¡libertad!, encabezaré la marcha hacia el nuevo
edificio y pondré la primera piedra: mi voto, que es mi poder.
05-05-18
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