Cristina Raffalli 10 de mayo de 2018
Entre
las muchas interrogantes que han vertebrado la obra de Carlos Cruz-Diez
(Caracas, 1923) ha persistido, durante décadas, la de la existencia y el
comportamiento del color sin soporte, sin anécdota, libre, físico y térmico en
la vastedad del espacio. Cuando tuvo las certezas necesarias para afirmar que
lo que él había sospechado era cierto, redescubrió a la vez el espacio y el
fenómeno cromático, y sus Cromosaturaciones atravesaron la
esquiva tradición de la utopía. Y pasaron los años. Y de su mano, el color
siguió expandiéndose en nuevas revelaciones. Y llegó el día en que millones de
personas en el mundo experimentaron los hallazgos del maestro en el más
abstracto de los soportes concebibles: el pensamiento. Carlos Cruz-Diez. El
maestro Cruz-Diez. Basta decir su nombre para que la imaginación de quien lo
escucha se convierta en espacio del color.
La
asociación Diálogo por Venezuela, fundada en Francia en 2002 ha convocado, como
cada mes desde 2013, a un encuentro en la Maison de l’Amérique Latine. Esta vez
la sala, cuyo aforo se ha quedado corto, recibe al maestro. En su presencia
tendrá lugar la proyección de Carlos Cruz-Diez, la vida
en el color, del cineasta venezolano Oscar Lucien, un documental
imprescindible que forma parte de ese acervo que algún día, cuando volvamos a
ser un país, tendremos que visitar para saber quién somos: el Cine Archivo de
Bolívar Films.
El
artista responderá preguntas al final de la proyección. Los años van dejando en
él aún más vuelo, más agilidad de pensamiento, consistencia, más brillo, ideas
más agudas e iluminadas por el efecto de una vida entera dedicada a pensar y a
crear. “Las ideas que no se realizan nos intoxican”, dice. El sentido del
humor, ese lenguaje festivo de la inteligencia, también sigue emitiendo sus
fulgores en Cruz-Diez. Al maestro le gusta reír. Ríe con avidez y con afecto,
ríe con todo el cuerpo y con todos los sentidos.
Culminada
la proyección y la ronda de preguntas, la estela cromática perdura. Pocos días
más tarde, el maestro abre un espacio en su agenda exigente para conceder esta
entrevista.
¿Qué
debe hacer un artista para encontrar su lenguaje? ¿Qué es lo fundamental?
Analizar
la historia del arte, la historia de la pintura, y reflexionar. El arte de hoy
ya no debería repetir los maravillosos discursos del pasado, ni ser referencia
y transposición de la realidad, sino la invención de un discurso inédito.
¿De
qué debe cuidarse, cuál es el principal peligro que puede acechar a un artista,
ya sea en formación o en cualquier otro momento de su trayectoria?
De
algo extremadamente peligroso que se llama el “éxito” y de otro peligro que se
llama la “crítica”. Los halagos y las críticas no deben afectar al
artista sino ayudarlo a estructurar y a hacer cada vez más eficaz su
discurso. El único que sabe realmente lo que quiso decir, es el artista.
Las críticas son respetables interpretaciones individuales, opiniones de quien
las escribe, que a veces resultan una sorpresa para el artista.
En el
documental Carlos Cruz-Diez, la vida en el color, usted dice que la
ciudad, las ciudades, serán el soporte del arte en el futuro. ¿Podría
explicarnos esta idea?
He
dicho muchas veces que el arte es el más bello y eficaz mecanismo de
comunicación que ha inventado el hombre, y la calle es soporte idóneo para
comunicar al mayor número de personas. Las grandes metrópolis se han
vuelto extremadamente agresivas y compulsivas, donde el peatón se desplaza en
una actitud condicionada, casi robótica. Muchas ciudades sólo nos ofrecen
agresión y obediencia a normas. Si en ciertos sitios de nuestro trayecto, nos
encontráramos con obras de arte, recibiríamos un mensaje de poesía que nos
invitaría a mitificar, que es una de las propiedades del arte. Las obras de
arte en las edificaciones y en los espacios públicos despiertan las
percepciones dormidas del que las observa, sacándolo de su rutina y estimulando
su imaginación a otras lecturas de la realidad.
¿Cómo
puede una obra de arte incidir en la vida ciudadana cuando esa obra forma parte
de un espacio público? ¿En qué medida eso impacta la psicología y la identidad
de los habitantes?
Las
obras en los espacios públicos son verdaderos patrimonios cuya importancia
en términos de significación, trascendencia y valor nunca deja de
aumentar. De allí que puedan convertirse en imágenes y símbolos de una
ciudad, una región y hasta de un país. He podido comprobar que la gente se
apropia de las obras de arte ubicadas en espacios públicos. Las hacen
suyas. Cuando las destruyen o se deterioran, la gente reclama, porque es
parte de su patrimonio espiritual, de sus vivencias.
Su
larga vida creativa le ha permitido observar uno de los cambios más
interesantes a los que ha asistido el mundo contemporáneo: el de la aparición
del lenguaje numérico y, con él, de la virtualidad. ¿Ese mundo paralelo que es
la virtualidad ha impactado su obra, ha permeado hacia ella?
Estamos
al comienzo de una nueva civilización, un nuevo humanismo, el tiempo se ha
compactado, la comunicación es instantánea, eso nunca había sucedido. Nuevos
instrumentos para la creación han surgido, la fotografía perdió su carácter de
veracidad para convertirse en invención de imágenes. Los ordenadores permiten
hacer operaciones inimaginables, de las cuales yo me sirvo para ver virtualmente
cómo va a ser mi obra antes de ser construida. En el pasado yo trabajaba como
un músico que en la partitura crea sonidos sin oírlos físicamente.
Muchos
de los artistas que viven en esta Venezuela destruida, saqueada, humillada, y
también quienes la viven desde la diáspora, sienten la necesidad de plasmar en
su obra ese dolor que es el país. ¿Qué les diría usted?
El
problema es que la incursión del arte en política, queriendo ser revolucionaria
resulta totalmente reaccionaria. El arte comprometido y panfletario marxista
fue tradicional, copió el arte del pasado y no dio nuevas soluciones a la
invención arte. La política y la economía, son hechos
circunstanciales, mientras que el arte es un discurso revolucionario que
permanece en el tiempo. Para ser eficaz en la participación de la situación de
nuestro país, habría que enfrentarla con hechos y actitudes también circunstanciales.
Yo experimenté el fracaso cuando en mi época figurativa pintaba la miseria,
tenía la esperanza de sensibilizar a la gente para que hicieran las
correcciones sociales necesarias. Vendía mis cuadros muy bien y la
miseria seguía aumentando. Me di cuenta de que ese no era el camino para
enfrentar los problemas sociales.
Al
mirar usted su vida, su obra apasionada, libre y profundamente desarrollada. Al
detenerse a pensar en su familia, sólida y hermosa, unida, presente. Al
considerar el amor de su país, el reconocimiento mundial que ha merecido su
trabajo, y frente al hecho de saber que ocupa un espacio fundamental en la
historia del arte: ¿qué siente, qué pensamientos suscita en usted esa
conciencia?
En una
entrevista con el crítico de arte Ariel Jiménez, le decía que en los años 50 yo
me sentía vivir en un submundo, donde todo sucedía fuera, en ningún libro de
arte figuraban pintores venezolanos, no figurábamos en la historia y yo sentía
la necesidad de decir, de enfrentar mi pensamiento cara a cara a un europeo, a
un norteamericano, por eso decidí continuar mis investigaciones sobre el color,
primero en España y después en Francia, proponiendo algo novedoso, porque el
arte es invención. Esa situación felizmente ha cambiado, y ahora tenemos más o
menos audiencia, lo que comprueba que para obtenerla, hay que proponer nuevas
soluciones al arte y crear discursos de apertura. A pesar de haber vivido
tantos años fuera, mi país siempre me ha concernido y si no hubiera integrado a
mi familia en los quehaceres de mi taller, hoy en día no podría cumplir con los
compromisos que me exige la profesión.
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