Por Antonio Ecarri Bolívar
La verdad es que uno no
termina de perder la capacidad de asombro, la que a esta provecta edad la creía
perdida irremediablemente, pero no contaba con la miseria humana de unos seres
que no pueden ser calificados de derecha, ni de izquierda, ni siquiera de
extremistas, pues lo que dejan traslucir es una ruindad solo comparable con los
más bajos especímenes de la jungla. Me refiero, obviamente, a unos energúmenos,
sin ideología, que salieron por las redes sociales a objetar, a criticar, la
liberación de los presos políticos con el argumento idiota, según el cual “o
salen todos o no sale nadie”. Habrase visto mayor estulticia y menor calidad
humana, para decir una barbaridad semejante. Poco faltó para tachar de
traidores a quienes aceptaron salir de un calabozo para la calle.
Claro que todos sabemos que
la liberación de algunos presos políticos, por parte del gobierno, no es ningún
acto de transfiguración corpórea, según el cual, de la noche a la mañana,
Nicolás Maduro, los hermanitos Jorge y Delcy Rodríguez y el Ministro del
Interior, abrazados al Presidente del TSJ, se convirtieron en cándidas palomas,
que dejaron el odio y el reconcomio de que han hecho gala en los últimos veinte
años, para ser ángeles y arcángeles celestiales. Obviamente eso no ha ocurrido
ni ocurrirá, pero de allí a hacer elucubraciones de cuáles serían los secretos
motivos que los llevaron a soltar a los presos, es una cosa totalmente baladí e
intrascendente. Los soltaron y eso hay que celebrarlo y no aguarle la fiesta a
decenas de familias venezolanas que pueden al fin abrazar a sus hijos, padres o
hermanos que estuvieron aherrojados en esos inmundos calabozos del régimen, sin
un juicio justo ni con las más elementales garantías procesales.
Es verdad, nos pueden decir
los chavo-maduristas, que durante los cuarenta años de democracia hubo presos
políticos, se cometieron injusticias y hasta atropellos incalificables, pero
jamás se perdió la esencia de la democracia. Y no porque lo diga yo, sino
alguien que sí arriesgó su pellejo durante la “guerra”, como Teodoro Petkoff,
quien al argumentar que el gobierno echaba plomo porque ellos no les tiraban
confetis, agregó algo mucho más importante y trascendente, que diferencia a
aquellos gobiernos de esta agresiva represión sin motivos serios ni
trascendentes. Al argumentar, Teodoro, que los gobiernos democráticos están en
el derecho de defenderse, pero sin acabar con la democracia, lo ejemplarizaba
de la siguiente manera:
Un ejemplo de cómo eso es
posible es la época de los años 60, que fue un período terrible, muy duro, en
el cual, desde el punto de vista de la legalidad democrática se produjeron aquí
atropellos, crímenes y violaciones muy grandes; pero también es verdad que
–sólo a riesgo de deformar la historia se podría negar–, los fundamentos del
régimen democrático se mantuvieron y que Venezuela en la década de los 60, aun
con las cosas terribles que sucedieron, no era ni el Chile de Pinochet ni la
Argentina de Videla ni el Uruguay de los militares, no. La Venezuela de los
privilegiados, gobernado por AD y Copei, se las arregló para vencer un desafío
revolucionario manteniendo la estructura democrática del país.
Es decir, los comunistas le
echaron plomo a la democracia y esos gobiernos “se las arreglaron para vencer
un desafío revolucionario manteniendo la estructura democrática en el país”. Es
por lo que en la Venezuela de Chávez y Maduro, donde nadie ha salido a combatir
al gobierno instaurando guerra de guerrillas, ni rurales ni urbanas, no tiene
ningún sentido la feroz represión que dejó más de 130 muchachos muertos y más
de 350 presos políticos. Aquí los presos son por represión injustificada, son
verdaderos atentados contra la libertad de conciencia y la democracia; pero una
vez que el gobierno comienza a rectificar, por la razón que sea, no es para
salir como viejas plañideras a llorar el beneficio, sino a hacer lo que
hicieron los cuatro gobernadores democráticos que tenemos en Venezuela:
garantizar con sus cargos, con su palabra y su resteo, la libertad de los
presos políticos.
Si esa era la condición para
soltarlos, entonces hay que repetir lo que han dicho los presos liberados
(únicos que tienen derecho a opinar sobre el tema con absoluta propiedad) que
agradecen el arrojo, la valentía y el resteo de Alfredo Díaz, Ramón Guevara,
Antonio Barreto Sira y Laidy Gómez, quienes dejaron sus tareas habituales para
instalarse en El Helicoide, junto a los familiares de los presos, para recibir
juntos la grata noticia de su libertad.
¿Qué fue lo que llevó al
gobierno a soltarlos? Pudo haber sido la presión internacional, la presión
nacional, los pedimentos de partidos políticos y ONGs defensoras de derechos
humanos, de los gobernadores o de todos juntos, eso no es lo importante. Lo
trascendente es que hay unos presos políticos en libertad, que están ahora en
la calle, junto a los partidos políticos, los gobernadores democráticos, la
comunidad internacional y el resto de la sociedad venezolana exigiendo que continúen
saliendo presos de las ergástulas del régimen, hasta que no quede un solo
venezolano en prisión por expresar ideas distintas a las de este gobierno. Lo
demás es quedarse en agua de borrajas a las que nadie, en su sano juicio,
debería quedarse esperando per saeculam saeculorum.
No he oído al primer ex
preso político venezolano criticar la medida ni a los garantes, lo que ocurre
es que quien haya pasado, aunque sea una sola noche en un calabozo, sabe que es
el peor de los castigos. A muchos les pasa por la mente hasta el suicidio, para
ahorrarse la tortura a que están sometidos ellos y sus familiares. ¡Libertad
para todos los presos políticos! es la consigna, cualquier otra posición sobre
el tema… nos tiene sin cuidado.
(*)
Artículo originalmente en “El Nacional” logrado en “La Patilla”. En el momento
de la edición sin posibilidades de conexión con aquellos (censura)
08-06-18
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