Por Tomás Páez
Es poco lo que va quedando
en pie en Venezuela, luego de casi dos décadas de “socialismo del siglo XXI”;
el modelo militar-cívico que hoy regenta el país ha arrasado con él. El grado
de destrucción, propio de todo socialismo, resulta incomprensible e inadmisible
para cualquier ciudadano en el mundo, en particular la grave crisis humanitaria
que hoy sufren los venezolanos. Quizá la explicación de ese ultraje se
encuentra en el odio ancestral del régimen hacia sus ciudadanos, o
probablemente en el rencor que han acumulado hacia quienes dicen
representar.
Mientras las manifestaciones
de aborrecimiento a los venezolanos por parte del régimen se multiplican, aman
y guardan una inexplicable sumisión y fervor a la dictadura cubana. Se trata de
una relación que despedaza las teorías de las relaciones internacionales.
Resulta incomprensible e inexplicable a la luz de razones de carácter económico
y por ello las motivaciones hay que buscarlas en otros ámbitos más propios de
la psicología y la psiquiatría, pues no es normal que quien aporta recursos y
regala un país reciba órdenes del país que recibe los beneficios.
Expresión de esa inquina en
contra de los ciudadanos venezolanos es el enconado empeño de la dictadura en
imponer el modelo de las penurias y la barbarie, que crea hambre y una severa
desnutrición que está afectando a las generaciones presentes y futuras. Sus
secuelas se extienden al ámbito de la interacción humana, el de las relaciones
sociales. La cooperación desaparece y se sustituye por el “sálvese quien y como
pueda”. Los encuentros familiares y sociales merman a mínimos, como resultado
de la escasez e irregularidad en el suministro de los servicios de electricidad
y agua que conspira contra el uso de los aseos por parte de la visita. La
escasez y carestía de los alimentos, debido a la hiperinflación que se ha
convertido en récord mundial, impide realizar almuerzos o cenas o la famosa
parrilla, toda una tradición para el encuentro social. La amenaza que se cierne
sobre los ciudadanos hace que la vida transcurra en horario de matiné; cuando
comienza a anochecer la gente corre a esconderse en sus casas y la vida
nocturna transcurre puertas adentro. Ese desolado panorama que ha convertido al
país en un gran “gueto”, en el que los ciudadanos viven en condiciones
deplorables y en medio de una gran inseguridad, es lo que explica el masivo
éxodo de los venezolanos que se incorporan a la diáspora de manera forzada y
forzosa. El fenómeno se ha agudizado en los últimos tres años, período en el
que ha adquirido dimensiones impresionantes y cuyos ostensibles efectos los
sienten los países vecinos, pese a los infructuosos intentos de la dictadura
venezolana por desconocer tan trágica realidad. Este inmenso desplazamiento
humano guarda similitudes con el de Siria, país con más de siete años de guerra
a cuestas.
Un desplazamiento que no
cesará de crecer mientras se mantenga el sistema de la insania mental, como
bien lo definió el reputado economista venezolano Héctor Silva Michelena. El
modelo ha arrasado con todo: infraestructura, servicios, tejido empresarial,
cultura, instituciones, nada ha quedado al margen de esa metástasis. Un modelo
pobre y empobrecedor, que ha reducido la movilidad de los venezolanos a unos
pocos y precarios medios. En ese contexto, quien emigra hoy pertenece a esa
sociedad empobrecida, rasgo que se encuentra en las entrañas de ese
sistema y que permite entender que más de 3 millones de venezolanos estén
fraguando una “nueva nación” a escala global. Esta nueva topografía se resiste
a ser explicada desde el enfoque convencional de “nación”, pues se ha hecho muy
estrecho para definir la realidad de los venezolanos que hoy se
encuentran esparcidos por todo el mundo. No esperamos comprensión de este
fenómeno por parte del régimen, pues ellos se han empeñado en negar su
existencia. La ocultan pese a que familiares, amigos y testaferros de
ministros, gobernadores y parlamentarios se encuentren convenientemente
colocados en todo el mundo.
La diáspora venezolana
participa de muy diversas formas en el ámbito político y ha construido una
agenda en la que intervienen las más diversas organizaciones, incluidas las de
los partidos políticos. Como bien apunta Leticia Calderón, la participación política
tiene una importante trayectoria en los estudios sobre la migración. Subraya
que en el estudio del ejercicio político de los migrantes se hace patente el
debate sobre las nociones tradicionales que se han utilizado para pensar la
“nación”, el “territorio”, la “patria”, las nuevas maneras de ser ciudadanos y
las distintas vías que puede adquirir la representación política.
La capacidad de activismo
político, así como su formidable dinamismo, se manifiesta en un amplio
despliegue de iniciativas y proyectos entre los que ocupa un lugar destacado la
necesidad de garantizar los derechos políticos a elegir y ser elegido. Tal
grado de agilidad ha sido constante, sistemático y se ha hecho además con el
know-how y los recursos que aportan los ciudadanos. Después de la experiencia
vivida en Venezuela y que padecen familiares y amigos, se ha internalizado la
convicción de que las libertades y la democracia hay que defenderlas todos los
días y en todos los espacios. Las amenazas son muchas y provienen de los más diversos
frentes. Entiende que ante los proyectos “totalitarios” o también llamados
“populistas” no se puede ceder un ápice, puesto que permitirlo acarrea
consecuencias perniciosas como lo demuestran aquellos países que lo padecen.
Las libertades y la democracia no se pueden dar por sentadas, hay que
recrearlas a diario.
Con la diáspora se abren
nuevas posibilidades de participación política. Su demostrada capacidad la
convierte en un extraordinario aliado de los demócratas y de todas aquellas
organizaciones sociales y políticas que en los países y regiones de acogida
trabajan a favor del modelo de libertades. La labor silenciosa y sistemática es
muy eficaz en la denuncia de un modelo cuyas secuelas están a la vista y que
permite poner en evidencia a los aliados y franquiciados del régimen,
incluso a quienes hoy se colocan de perfil ante la crisis humanitaria cuya
existencia pocos se atreven a negar, o quienes han optado por desmarcarse en
sus discursos por conveniencia más que por convicción.
La capacidad de la diáspora
se expresa en la creación de las más diversas organizaciones sociales y
políticas, que cuentan con individualidades con una gran experiencia en los
distintos ámbitos, sociales, políticos, culturales, empresariales y de
emprendimiento y constituyen modos de participación que es necesario conectar a
Venezuela, que no pueden excluirse del proceso de reconstrucción que será
preciso iniciar.
La recuperación de las
libertades en Venezuela y la defensa de la democracia en el mundo es un
esfuerzo que requiere la participación política de los ciudadanos que integran
la diáspora y que trasciende las fronteras convencionales que establecen la
definición de nación al uso. Los aportes que hacen en el terreno económico,
político, en el terreno de la difusión tecnológica y de los negocios y en el
ámbito de las relaciones sociales y familiares, no pueden comprenderse ni
abordarse desde la perspectiva de la “nación” definida de manera convencional.
Quienes integran la diáspora
defienden su derecho de escoger a sus representantes en las distintas
instancias de gobierno: Presidencia, Parlamento, gobiernos locales y
regionales. Estar representada en el Parlamento le permitiría atender las
distintas realidades, en toda su heterogeneidad y diversidad, en las regiones y
países de acogida. Quieren hacerlo siguiendo la experiencia de otros países que
lo han logrado de manera exitosa. Un creciente número de países reconoce los
derechos políticos consagrados a los ciudadanos en la Carta Internacional de
los Derechos Humanos, que incluye a quienes viven fuera de sus países de
origen.
La participación a través
del voto en todos los procesos electorales y como representantes ante el
Parlamento es una forma de aumentar el derecho de los venezolanos y es, al
mismo tiempo, un mecanismo de integración. El voto, la participación en la vida
pública y la elección son fundamentos de la acción. Tal como sostiene Lafleur,
es una forma de pertenencia, independientemente de su deseo de retornar al país
de origen.
La noción de “nación” se
ensancha; de este modo también se expande la noción de participación
política y se amplía el alcance y sentido de la circunscripción electoral. Se
hacen necesarias nuevas circunscripciones en Europa, Sur y Norteamérica para
poder incluir a los más de 3 millones de venezolanos que allí viven. Algunos
estados venezolanos de grandes dimensiones cuentan con una población
equivalente al volumen de la diáspora, y cada uno de ellos cuenta con un
importante número de parlamentarios que representan a sus ciudadanos. La
diáspora está interesada en participar y es consciente de que ello requiere
cambios en el marco legal actual que será necesario promover.
05-06-18
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