Por S:D:B: Alejandro Moreno
La verdad, nos enseñaron los
griegos antes del racionalista Aristóteles, no está patente ni se puede
comprobar por la coincidencia entre concepto y realidad, sino que hay que
buscarla más allá de lo que aparece y de los múltiples velos que la cubren.
Hay, pues, que desvelarla. Lo primero es saber que los velos son velos,
tapaderas gruesas o sutiles, pero simples coberturas que la ocultan. Desnudar
la verdad es un trabajo de profunda excavación y solo si excavamos y nos
rompemos los dedos arañando, sacando tierra y basura, podemos dejarla brillar y
contemplarla. Pero para eso tenemos que limpiarnos bien los ojos, secarnos
todas las lágrimas que filtran y distorsionan y mirar sin espejismos de
prejuicios, tradiciones inveteradas y suposiciones tomadas como hechos
indiscutibles.
¿Cuántos velos, cuántas
espesas capas de inconcusas supuestas realidades encubren la verdad de nuestro
pueblo ante la mirada de los que creen conocerlo sin haberlo vivido? Antes que
nada, se supone que conocer es sobre todo mirar, y no se tiene en cuenta que lo
primero que aparece a la mirada es precisamente lo que aparece, las
apariencias. La mirada pone ya la perspectiva que va a filtrar lo que se oye,
lo que se palpa, lo que se huele, lo que va en los sentidos y más allá de
ellos. El velo de la mirada decide el conocimiento.
¿Se podrá llegar a la verdad
del pueblo venezolano más allá de todas las imágenes que una larga
historia de apariencias sucesivas y sobrepuestas ha construido? ¿Se podrá
escarbar a través de los sólidos supuestos de mesianismo, búsqueda de
caudillos, expectativa de dádivas, flojera inveterada, incapacidad de decisión
propia y desordenada huida de todo esfuerzo, por citar solo algunos?
Si nos permitimos escarbar
en la búsqueda despiadada, la verdad de nuestro pueblo sale a la luz, con sus
defectos sin duda, como los de todo pueblo, pero también con sus valores reales
que desbaratan todos los prejuicios acumulados durante siglos de falaz
historia.
Cuando se ha vivido en medio
y dentro de ese pueblo, desde lo que siente, lo que imagina, lo que piensa, lo
que palpa en su vida, en su saberse humanidad, en su conocerse vívidamente con
los demás, cambian los conceptos, las imágenes y se produce la identificación
directa e intuitiva de su verdad.
Entonces, no nos
sorprenderemos de sus decisiones tanto en la política como en el trabajo y
entenderemos por qué no lo pudieron comprar con engaños y prebendas. Cuando se
esfuman los mitos construidos sobre prejuicios duros y tenaces, puede
resplandecer la escueta verdad.
05-06-18
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