Por Carlos Canache Mata
Ante la devastación del país
que perpetra el régimen dictatorial que desde hace casi 20 años se ha adueñado
del poder, las fuerzas que lo resisten están obligadas a unirse. Las
diferencias ideológicas o los proyectos personales del liderazgo deben
subordinarse a la tarea prioritaria de rescatar la democracia, sin la cual no
hay competencia para buscar después, en elecciones libres y justas, el favor
popular. Lo primero es lo primero.
Cuando Pérez Jiménez sojuzgó a
Venezuela por poco más de nueve años, un tiempo menor al que Chávez y Maduro
han ejercido el mando despótico, los partidos y líderes democráticos se
empinaron por encima de sus intereses propios y fueron juntos a la lucha. Había
persecuciones implacables, ilegalizaciones dictadas por un sistema de justicia
complaciente, presos políticos colmando las cárceles, torturas de variada
estirpe, asesinatos de modestos o grandes combatientes transmutados en héroes,
y miles de exiliados rondando en tierras extrañas la nostalgia de la patria. El
fraude fue lápida colocada sobre la voluntad electoral de los venezolanos. La
libertad había muerto.
Tres notables líderes, Rómulo
Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, y los partidos a los que
pertenecían, que habían protagonizado ardorosas contiendas políticas en el
pasado, comprendieron que estando aislados se prolongaría la dictadura y
tuvieron la grandeza de acordarse para enfrentarla (también lo hizo el Partido
Comunista de entonces, muy distinto al de ahora, aliado de la dictadura
imperante). El factor de la presión internacional no era tan importante como lo
es actualmente y, por eso, la victoria del 23 de enero de 1958 la amasó, con
sus propias manos, el pueblo venezolano, que, afortunadamente, contó con el
respaldo institucional de quienes han sido armados por la nación para que estén
a su servicio y no al del que la oprime.
Los que ya en el
atardecer de nuestro tránsito vital tendemos la mirada hacia atrás y
hacia lo que ahora pasa en el país, creemos que estamos en el deber de
solicitar a los líderes y partidos de la oposición democrática que depongan
distanciamientos, de la naturaleza que sean, para formar un frente común, sin
grietas, acompañados con los otros sectores de la sociedad venezolana, para
cerrarle el paso fúnebre a los que están destruyendo la posibilidad de
vivir con bienestar y en dignidad. Las patrias no mueren, pero tampoco se puede
permitir que solo tengan una sobrevivencia ruinosa.
La MUD y el Frente Amplio
Venezuela Libre deben ser el eje de la conjunción de todos los que adversan al
actual gobierno, el peor de nuestra historia. A ese eje deben incorporarse, con
presencia activa, sin que se les retaceen sus méritos, líderes y grupos
políticos que, desde una posición más radical, también han librado batallas por
la vuelta a la democracia. Todos sabemos sus nombres, y ellos también deben dar
su aporte y colaboración para lograr el objetivo superior de la unión
opositora. Ese reencuentro no debe postergarse. Si llegare a producirse,
de inmediato se verá que las veces que se convoque al pueblo a tomar las
calles, lo hará. Desparecerá la apatía y volverá la fe de que la dictadura
desgrana el rosario de sus días finales.
A la unidad de la
oposición interna, llama también, con sus sanciones, la comunidad
internacional, consciente como está de que en los últimos cuatro lustros a
Venezuela se le ha hecho el mayor daño de su historia contemporánea.
13-06-18
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